Diferencia entre revisiones de «Arthur Rubinstein»
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Durante toda esta época reconoce Rubinstein que se salió un poco del camino y se dedicó a la tarea principal de un [[niño prodigio]], “librarse de la inmadurez”. Según sus confesiones, se entregó a los placeres carnales; falto de ganas y de disciplina, se dedicaba al piano y en los conciertos confiaba ciegamente en su talento y su musicalidad: “De joven era vago. Tenía talento, pero había muchas cosas en la vida que me interesaban más. Grandes vinos, mujeres guapas, en la relación 20% y 80%, respectivamente”, motivo por el cual posiblemente nunca alcanzó la perfección técnica de sus concurrentes.
Se designaba a sí mismo como “el último tahúr” entre los pianistas, hecho que posiblemente determinaba sus lugares de actuación. Le agradaba tocar en los países del sur, especialmente en [[España]]. Allí gustaba su temperamento desenfrenado, su ligereza, su ímpetu. Los cuatro conciertos planeados para el año 1916 pronto terminaron siendo más de cien. Se hizo amigo de la [[Casa Real de España|Casa Real]], y el [[Alfonso XIII|rey Alfonso]] le otorgó un pasaporte español para que pudiera viajar libremente en sus recitales en plena [[Primera Guerra Mundial]]. Tal era su reconocimiento que muchos países de habla hispana le declararon hijo adoptivo y se convirtió en uno de los más significantes intérpretes de su música. No gozaba de la misma celebridad en los [[Estados Unidos]] e [[Inglaterra]]. Dice Rubinstein con cierto sarcasmo y autocrítica: “La gente allí cree que paga para oír todas las notas. Yo, sin embargo,
Al parecer, dos hechos harían dar un giro a su vida, en ese momento: su boda en 1932 con [[Aniela Mlynarski]], hija del famoso director polaco, y la brillante actuación de [[Vladimir Horowitz|Horowitz]] en París. Según palabras del propio Rubinstein: “Vi en él al nuevo [[Liszt]], capaz de dominar su época. Quería tirar todo por la ventana. Antes de morir, quiero demostrar aquello de lo que soy capaz. Cerré los puños, no por mucho tiempo debido a mi profesión, los abrí de nuevo y empecé a trabajar duramente. Tenía que vengarme. No de Horowitz, sino de mí mismo”.
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* Cuenta el director y pianista [[Daniel Barenboim]] que la primera vez que fue a visitarlo a los once años, muerto de miedo ante semejante eminencia musical, el maestro le dio un puro y una copa de coñac. La tensión quedó evidentemente aliviada, y la alegría con la que volvió Barenboim a casa les resultó a sus padres algo sospechosa.
* Cuenta [[Astor Piazzolla]] que en 1939, a los dieciocho años, lo escuchó en el [[Teatro Colón (Buenos Aires)]] y quedó
* Joachim Kaiser narra en su libro “Große Pianisten in unserer Zeit” (Grandes pianistas de nuestro tiempo) el contratiempo que se le presentó mientras interpretaba en [[Eindhoven]] la [[sonata para piano no. 23 (Beethoven)|sonata ''Appasionata'']], cuyo significado explicó [[Beethoven]] con la frase: “lean la Tempestad de [[Shakespeare]]”. En el tercer movimiento, en el ''[[Presto (música)|presto]]-[[fortissimo]]'', en ese final salvaje, se rompió la banqueta con un fuerte chasquido. Rubinstein se puso pálido; pero, lejos de acobardarse, siguió tocando, medio de pie, medio sentado, con notas incorrectas, hasta el final.
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