Monofisismo

doctrina según la cual en Jesucristo hay solo una naturaleza
(Redirigido desde «Monofisitas»)

El monofisismo (del griego μονο- mono- 'mono-' y φύσις phýsis 'naturaleza') es una doctrina que niega que en Jesucristo haya dos naturalezas.[1]​ Se identifica generalmente como eutiquianismo,[2]​ nombre dado a la doctrina de Eutiques, que no admitía sino una sola naturaleza en Jesucristo.[3]

El dogma, definido en Calcedonia y mantenido por la Iglesia ortodoxa y la Iglesia católica, sostiene que en Cristo existen dos naturalezas, la divina y la humana «sin separación» y «sin confusión», según el símbolo niceno-constantinopolitano. Sin embargo, el monofisismo mantiene que en Cristo existen las dos naturalezas, «sin separación» pero «confundidas», de forma que la naturaleza humana se pierde, absorbida, en la divina.

Historia editar

Origen de la controversia editar

El monofisismo tiene su origen en las disputas cristológicas que tuvieron lugar en Oriente durante el siglo IV, como consecuencia de la postura ortodoxa fijada en el Segundo Concilio Ecuménico, celebrado en Constantinopla en 381 y que, para condenar el arrianismo, mantenía la igualdad de esencia entre el Padre y el Hijo. Posteriormente, Nestorio, como Patriarca de Constantinopla, y la escuela teológica de Antioquía, defienden que en Jesucristo existen dos personas, la divina y la humana, las cuales están totalmente separadas (nestorianismo). Esto sería refutado en el Concilio de Éfeso del año 431.

Frente a esta postura se alzaron Cirilo de Alejandría, como Patriarca de Alejandría y la escuela filosófica de dicha sede patriarcal, los cuales afirman que Jesucristo es una persona en la cual existen dos naturalezas, la divina y la humana, las cuales no están separadas.

La disputa, que no es sólo religiosa, sino también política, al estar detrás de ella la supremacía patriarcal de Constantinopla o de Alejandría, obliga al papa Celestino I a convocar un sínodo que se celebró en Roma en 430 y que condenó las tesis de Nestorio aprobando las de Cirilo, que sostiene que en Jesucristo no hay dos personas sino solo una en la que sus dos naturalezas no están separadas.

Ante la condena, Nestorio convenció al emperador Teodosio II para que convocara un concilio que ponga fin a la discrepancia entre los nestorianos y los cirilistas.

Dicho concilio se celebró en Éfeso, Anatolia, en 431 y constituyeron al Tercer Concilio Ecuménico en cuya primera sesión, aprovechando la ausencia de Nestorio y de sus representantes, Cirilo consiguió la aprobación de un decreto en el que se condenaron las tesis nestorianas y consiguieron la excomunión del patriarca constantinopolitano.

Cuando los nestorianos llegaron al concilio celebraron una asamblea en la que condenaron las tesis cirilistas y excomulgaron a su vez a Cirilo.

Ante esta situación, el emperador Teodosio II optó por encarcelar y declarar depuestos a Cirilo y Nestorio, aunque posteriormente, fue persuadido por los legados papales para que aceptara las tesis de Cirilo y liberara a los dos patriarcas, volviendo Cirilo a Alejandría y retirándose Nestorio a un monasterio de Antioquía.

Desarrollo y condena editar

Con el Concilio de Éfeso no se llegó a una solución definitiva, ya que las disputas continuaron incluso tras la muerte de Cirilo en 444.[4]​ Así, Eutiques, abad de un monasterio de Constantinopla, llevó al extremo las ideas de Cirilo al afirmar además que, después de la encarnación, la humanidad de Cristo es en esencia distinta a la nuestra.[5]

Esta nueva postura obligó a la celebración, en 449, de un nuevo concilio en Éfeso presidido por Dióscoro, sucesor de Cirilo, quien, negándose a admitir a los legados del papa León I y a los teólogos antioquenos más importantes, logró que se reconociera el monofisismo como la doctrina oficial de la Iglesia.

El papa León no reconoció el resultado de dicho concilio, al que se referirá no como concilium sino como latrocinium (Latrocinio de Éfeso), y convocará con el apoyo de la emperatriz Pulqueria y su marido Marciano el Cuarto Concilio Ecuménico que celebrado en Calcedonia en 451, depuso a Dióscoro, condenó como herética a la doctrina monofisita y establecería los cuatro adjetivos que establecen la ortodoxia tanto frente a los herejes monofisitas: inconfuse e inmutabiliter, como a los herejes nestorianos: indivise e inseparabiliter.

Cisma de las Iglesias ortodoxas orientales editar

La condena realizada en Calcedonia no fue aceptada por las congregaciones egipcias o coptas, por lo que el patriarca de Alejandría Timoteo Eluro en el 457 rechazó el concilio y excomulgó al papa y al resto de los patriarcas dando origen a la Iglesia copta. Los enviados armenios, que llegaron tarde al Concilio, tampoco aceptaron la condena, surgiendo la Iglesia apostólica armenia.

Algunas comunidades en Siria también estaban contra Calcedonia, por lo que posteriormente durante la época de Justiniano I estas comunidades fueron organizadas y lideradas por Jacobo Baradeo (Iakub Bar Adai) de Edesa, amigo de la célebre emperatriz bizantina Teodora, fundando la Iglesia ortodoxa siríaca (también llamada jacobita).

Así, se formaron las Iglesias ortodoxas orientales, entre las que también se encuentran la Iglesia ortodoxa siria de Malankara, la Iglesia copta etíope y la Iglesia copta eritrea.

 
Desarrollo de los grupos cristianos desde el cristianismo primitivo.

Véase también editar

Referencias editar

  1. Real Academia Española. «Monofisita». Diccionario de la lengua española (23.ª edición). 
  2. Chapman, John (1909). «Eutiquianismo». Enciclopedia Católica (Pedro Royo, trad.) 5. Nueva York: Robert Appleton Company. Consultado el 24 de octubre de 2022. 
  3. Real Academia Española. «Eutiquianismo». Diccionario de la lengua española (23.ª edición). 
  4. MacCulloch, Diarmaid (22 de diciembre de 2011). Historia de la cristiandad. Penguin Random House Grupo Editorial España. ISBN 978-84-9992-130-3. 
  5. Migne, Jacques-Paul (1850). Diccionario de las herejias, errores y cismas que han dividido á la Iglesia de Jesucristo desde el siglo primero de la era cristiana hasta los tiempos presentes. Madrid: Imprenta de D. José Félix Palacios. pp. 253-261.