Diego González de Iguña

[[Archivo:Escudo de Armas de los Quevedo s. XVI.jpg|thumb|280px|Escudo de armas de los «Quevedo». Pintura del siglo XIX.]] Diego González y Udriosola de Iguña (Aracillum, cercanías de Reinosa, 704 – Arenas de Iguña, 14 de julio de 773), conocido también como Diego González de Iguña, Diego González de Quevedo, Diego G. de Quevedo, «El Quevedo» y «El Quoevedeus», fue un noble hidalgo cántabro del siglo VIII.

Biografía editar

Nació el año de 704 en la localidad de Aracillum, hoy Aradillos, del municipio de Campoo de Enmedio en Cantabria, España. Hijo de Diego González y Manríquez «el Celta» (680–741) y de Sisga Udriosola. Falleció en el año de 773 en el Valle de Caín, de los Picos de Europa. Impidió el paso de la invasión mora en la zona norte cantábrica.

A principios del siglo VIII, Táriq ibn Ziyad y Musa ibn Nusair hunden con rapidez inusitada el poder visigodo en el norte de la península ibérica; y los ejércitos árabes llegan al borde mismo de altas cumbres. Los acontecimientos históricos vuelven a colocar a Cantabria en una situación de protagonismo. Siendo el momento de una nueva resistencia ante el invasor, llevada ésta a cabo por grupos cántabro-romanos, mandos visigodos y numerosas gentes; que huyendo ante el temor de los vencedores logran unirse y dar nacimiento así al Reino astur-cántabro.

Alfonso I de Asturias, tomará las riendas que han de hacer más fácil el anhelo de recuperar y volver a repoblar las tierras y campos perdidos. Alfonso, no teniendo fuerza suficiente se alía en la zona de Campoo con su sobrino lejano Diego González y Udriosola de Iguña.

El Señor de Iguña, descendiente de Kentaber Germanius (435–510), Lagman del Clan Escandinavo de Cantabria; conservaba la manera de vivir de sus ancestros, que consistía en un género de vida muy sobrio, las fuentes de producción muy escasas y reducidas a una economía de subsistencia fundada en la ganadería y en la cultura elemental. La actividad preferente del varón era la guerra, en la que los Cántabros destacaban como guerreros de un heroísmo, a veces, rayando la locura. No solo luchaban entre sí, sino que depredaban en los momentos propicios y se ofrecían como soldados mercenarios en zonas relativamente lejanas. Por eso adquirieron una merecida fama de temibles guerreros, amantes de sus costumbres y de su independencia.

Diego le jura lealtad al Duque de Asturias, pero antes protege Iguña y Campoo de Enmedio. En el año de 751 d. C., en Arenas de Iguña, en el río Besaya sobre el puente planta su valegón; y con un gran «ijujú» [1] llama la atención de los moros que hacían sitio en un hondón y dice: «Yo Soy aquel que vedo a los Moros que no entrasen y que de aquí no pasasen, pues así lo mando yo». Quince musulmanes encrespados por la arenga, viendo al Señor de Cantabria solo y aparentemente enloquecido sobre el puente, suben a hacerle frente, seguidos de lejos por el resto de los invasores. Diego los recibe con lanza, hacha, puñal y espada, repitiendo su «ijujú» al tiempo que corta brazos, piernas y cabezas; arrojando al río con su lanza a los asustados moros.

 
El río Besaya.

Al momento, su guardia se pone a su lado y esperan al resto de los enemigos, que habiendo visto y oído no se atreven a pasar el valegón. El Valí de Al-Ándalus entonces, acuerda no cruzar el Besaya, regresando a los valles del sur. Diego González de Que-vedo, llamado así desde el evento; marcha entonces a Cangas de Onís, al encuentro de Alfonso para arreglar el matrimonio de Aurelio de Asturias, sobrino de Alfonso, con Adela de Iguña; hija de Diego con Jimena de San Emeterio, su esposa; con lo que sellarían su alianza. Diego consigue con la táctica de la rápida razia, introducir en los montes numerosos cristianos que habían quedado sometidos a los árabes en la meseta y con ellos refuerza la población de Asturias y Cantabria, además puso en marcha un auténtico plan de expansión del territorio, aprovechando la crisis política que vivía al-Ándalus. La mayoría de las tierras entre la Cordillera Cantábrica y el Sistema Central quedaron vacías ante la huida de sus habitantes hacia el sur debido a las rebeliones bereberes y la terrible sequía que asoló la península en aquellos años, provocando la desertización de la meseta del Duero, donde vuelve a plantar su alta vara y proclamar de nuevo de este modo:

Yo soy aquel que vedó el que los moros entrasen y desde aquí se tornasen porque así lo quise yo. [2].

Los moros que en esa zona no eran un ejército organizado, sino un gran grupo de aventureros ajenos al Reino árabe del sur, se estremecen al ver la marca y la amenaza escrita sobre el valegón clavado en el puente del río Duero; y dando marcha atrás regresan a Andalucía, dejando para siempre al Norte en paz. Esta franja desértica fue conocida como la Zona del Vedo o Desierto del Duero.

Diego G. de Quevedo de Iguña, regresa a Cantabria oriental donde ejerce su señorío, en lo que hoy comprende el territorio donde se encuentran asentadas las localidades de Aradillos y San Martín de Quevedo. Se dedica a sus tierras. «El Quoevedeus» muere en Arenas de Iguña el 14 de julio de 773 a la edad de 69 años. Fue padre de Rodrigo G. de Quevedo y San Emeterio de Iguña (739–787).

Entre su descendencia se cuentan: Francisco de Quevedo, célebre escritor del Siglo de Oro español; Manuel García de Quevedo, Oidor y Cónsul de la Nueva Galicia; Bernabé G. de Quevedo y Portillo, Arzobispo de Bayona; Miguel Ángel G. de Quevedo y Zubieta, ingeniero e investigador mexicano; Salvador G. de Quevedo y Zubieta, médico, abogado y político mexicano; Manuel G. de Quevedo y Zubieta, ingeniero y hacendado mexicano; Leonardo Torres Quevedo, conocido ingeniero e inventor cantábrico; Juan Manuel G. de Quevedo Robles, abogado y presidente del notariado mexicano; Juan Manuel García de Quevedo Cortina, abogado, secretario del colegio de notarios del Distrito Federal; Carlos Enrique G. de Quevedo Robles, catedrático y abogado mexicano, profesor emérito y cofundador de la Universidad Autónoma de Guadalajara; Rafael García de Quevedo, rector de la Universidad de Guadalajara.

El apellido se ha extendido fuera de la península ibérica a partir de las conquistas españolas en América, principalmente en países como México, Venezuela, Puerto Rico y los Estados Unidos; diversificándose en variantes del mismo tales como G. de Quevedo, García de Quevedo, González de Quevedo, Gómez de Quevedo y Fernández de Quevedo. Se ha extendido a su vez a Francia y a diversos países de Europa, a partir de la emigración a Bayona del que fuera Oidor de la Real Audiencia de Guadalajara en la Nueva Galicia, Manuel García de Quevedo y de Mier y Villegas; por causa del insurgentismo independentista mexicano. Tomando así variantes fonéticas y transliterales como Quebedeaux, Quebedeaus, Quebedo, Cavédo, Quebedeo, Zebedeo Acevedo y Zepeda.

Bibliografía editar

  • Escagedo Salmón, M.: Solares montañeses, tomo IV. Torrelavega 1932.
  • González Echegaray, C.: Escudos de Cantabria, tomo IV. Asturias de Santillana y Bajo Asón. Santander 1981, pp. 33–35.
  • Rodríguez Fernández, A.: El mayorazgo de Lope González de Quevedo y Hoyos. Altamira 1972, p. 38.
  • Leguina, E.: Recuerdos de Cantabria, n.º 68, pp. 593–595.
  • Taiano Campoverde, Leonor: La cuestión hebrea en «El buscón» de Quevedo. Tesis. http://www.tesionline.it/default/tesi.asp?idt=21746
  • Genealogía manuscrita de la Casa de Quevedo. Librería de Barreda, Santillana del Mar, Cantabria.
  • Archivo del Tribunal Especial de las Órdenes Militares.

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