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Nada lo detenía en su celo apostólico. Se hacía entender por los aborígenes, ya sea hablándoles en su propia lengua o, hasta cuando la lengua de éstos le era desconocida, de manera totalmente inexplicable, como varias veces le sucedió. Su interés por los indios no se limitaba a la evangelización. Se empeñó también en mejorar sus condiciones de vida, especialmente de aquellos empleados en las grandes propiedades rurales y en las minas. Reivindicó que sus derechos fuesen debidamente respetados por los españoles y que hubiese verdadera armonía entre las clases sociales, como preconizaba la [[Escuela de Salamanca]], que había conocido de primera mano.
 
Fundó el Monasterio de Moyas Franciscanas Clarisas. Durante su trabajo episcopal en Lima convocó y presidió el '''III Concilio Limense''' (1582-1583), al cual asistieron prelados de toda Hispanoamérica, y en el que se trataron asuntos relativos a la evangelización de los indios. De esa histórica asamblea se obtuvieron importantes normas de pastoral como predicar en las lenguas nativas (para lo cual se creó una facultad de lenguas nativas en la [[Universidad de San Marcos]]) y la catequesis a los esclavos negros, así como la impresión del catecismo en castellano, quechua y aymara (los primeros libros impresos en Sudamérica).
 
Construyó caminos, escuelas, innumerables capillas, muchos hospitales, conventos y fundó el '''primer Seminario Americano''' en Lima en 1591 (actualmente lleva su nombre). En obediencia a las directrices del [[Concilio de Trento]] se propuso reunir a los sacerdotes y obispos de América para dar leyes acerca del comportamiento que deben tener los católicos para lo cual congregó a trece sínodos diocesanos y tres concilios provinciales. Insistió y obtuvo que los religiosos aceptaran parroquias en sitios supremamente pobres. Casi duplicó el número de parroquias o centros de evangelización en su Arquidiócesis, cuando él llegó había 150 y cuando murió -25 años después- ya existían 250 parroquias en su territorio.