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Masculinidades alternativas editar

Establecer una definición única y definitiva de las masculinidades alternativas, es todo un desafío, puesto que las masculinidades son modelos socialmente construidos de prácticas de género, lo que significa que no son fijas, pueden ir variando y transformándose de acuerdo a la época y la cultura. Entrelazándose con diferentes factores y discursos tanto a nivel geopolítico, histórico, racial, económico y de género, que a su vez están ligados a realidades globales, locales y personales.[1]

En un intento de aproximación a establecer una definición, se podría decir que las masculinidades alternativas, son aquellas que cuestionan el comportamiento masculino tradicional, hegemónico y dominante, encarnando formas de hombría más igualitarias. Se caracterizan por ser antijerárquicas, antisexistas, antiracistas, antihomófobas y anticlasistas[1]

En palabras del profesor de teoría social Victor Seidler, hablar de masculinidades alternativas es sumamente importante, sin embargo, se corre el riesgo de imaginar masculinidades idealizadas y muy exigentes. Situación poco atractiva, para aquellos hombres que disfrutan de las diferentes experiencias de poder y de los privilegios que acompañan a la masculinidad hegemónica, lo cual lejos de invitar a los hombres a transformarla, produciría el efecto contrario. Por tanto, cobra especial importancia cuestionar ¿Cuál es el discurso, las creencias y prácticas dominantes que se pretenden cambiar? ¿de dónde procede la alternativa propuesta? ¿para quién o quienes lo es? y si ¿es necesario negar la masculinidad para lograr el cambio?.[1]

Por su parte, la escritora y activista feminista Bell Hooks, considera que uno de los primeros actos revolucionarios que debería estar en la agenda del feminismo vanguardista, es definir la hombría y la masculinidad como una categoría ética-biológica, separada del modelo de superioridad y dominación que caracteriza a la masculinidad hegemónica. Es decir, definir la masculinidad como un estado del ser y no como una representación, reemplazar el modelo dominador por un modelo de asociación, de conexión e interdependencia de todos los seres vivos.[2]

Hooks difiere con aquellos críticos que proponen eliminar el término de masculinidad y hombría, pues considera que esta postura sugiere que hay algo esencialmente negativo o malo en la masculinidad. En contraparte menciona que sería de mayor utilidad dar una respuesta cariñosa y creativa, que abra la posibilidad de separar la hombría y la virilidad de todos los rasgos que constituyen la masculinidad hegemónica y así evitar que sea presa de la dominación patriarcal o del deseo de violencia. De acuerdo con esta autora, para lograr la liberación colectiva de los hombres, es imprescindible eliminar de la cultura esta ideología de modelo patriarcal, capitalista, imperialista y de supremacía blanca.[2]

Ella habla de masculinidades feministas, las cuales se caracterizarían por:

  • Resignificar el concepto de fuerza y mirarla como la capacidad que tienen los hombres para ser responsables de sí mismos y de los demás.
  • Asegura tanto a los hombres como a las mujeres que pueden confiar, que no hay razones para temer la pérdida del control masculino.
  • Están comprometidas con la igualdad de género y la reciprocidad, privilegia la acción no violenta sobre la violencia.
  • Presupone que los hombres son valiosos, que no tienen que "hacer" o "actuar," para ser aceptados y amados.
  • Otra de las premisas de las masculinidades feministas, es que los hombres se vuelven mas reales a través del acto de conectarse con otros mediante la construcción de una comunidad.
  • Asumen un papel parental igualitario basado en el amor y el cuidado
  • Invitan a descubrir la bondad esencial de la virilidad permitiendo que hombres y mujeres disfruten de una hombría cariñosa.
  • Ponen especial énfasis en el cuidado y el autocuidado.
  • Son responsables y autocríticos, admiten sus errores cuando hacen daño y pueden perdonar cuando otros les han hecho daño.
  • Aceptan la vulnerabilidad.[2]

Por otro lado, Seidler señala que un aspecto favorable de las masculinidades alternativas, es precisamente el hecho de abrir la posibilidad de cambio y demostrar que este es posible. El propone hablar de masculinidades corporeizadas, invita a los hombres a pensar en relación a su cuerpo, porque el termino corporeizadas, no sugiere superioridad ni nada similar, mas bien sugiere simplemente un tipo de relación diferente con ellos mismos, con su entorno, con otros hombres y con las mujeres.[1]​Cuando se habla de las masculinidades, independientemente de si estas son cisgénero o trans, inexorablemente se tiene que hablar del cuerpo, ya que este es atravesado por los discursos hegemónicos sobre género y sexualidad, pero también el cuerpo se convierte en un espacio de resistencia, de transgresión de los estereotipos y de los mandatos de género, siendo un motor de cambio social. [3]

De acuerdo con Grayson Perry, los hombres pueden comprender con rapidez los beneficios y costos de abandonar las prácticas patriarcales y machistas de la masculinidad hegemónica, pero el trabajo a nivel emocional requiere de más tiempo, puesto que las emociones y las prácticas del rol masculino están tan enraizadas en el cuerpo y en el inconsciente, que quizás le tome varias generaciones para cambiar. Sin embargo este proceso puede acelerarse a medida que el entorno vaya modificándose hacia una sociedad de igualdad de género, pues esto obligará al rol masculino a adaptarse para prosperar.[4]

Una posible masculinidad alternativa podría ser aquella que valore y refuerce positivamente características como: la tolerancia, la flexibilidad, la pluralidad y la alfabetización emocional. Tal vez hay que enterrar y llorar al hombre de la vieja escuela con la dignidad y la ceremonia que se merece.[4]

"Yo soy así, así seguiré, nunca cambiaré": Resistencia al cambio y otros retos editar

La masculinidad hegemónica astutamente se ha valido de su carácter flexible y cambiante y ha incorporado estratégicamente elementos de la feminidad y de las masculinidades subordinadas, lo que le ha permitido perpetuarse a cada contexto sociohistórico, siendo la violencia, la opresión y la exclusión sus principales aliados. [1]

Renunciar a los privilegios que supone ser hombre en esta cultura patriarcal y vivir de manera equitativa, no resulta una misión fácil, por diversos motivos. Para empezar, los hombres han vivido siempre integrados en el patriarcado, lo que significa que tienen muy instauradas prácticas y hábitos de interacción movidos por el privilegio patriarcal y deconstruir todo esto resulta complejo. Si a eso se le suman, todos aquellos mensajes enviados por los medios de comunicación, la cultura popular y las personas que integran sus círculos cercanos, en los que se promueven la dominación y la violencia hacia las mujeres, estos mandatos masculinos se siguen reforzando. Sin duda alguna el factor que vuelve esta tarea aun mas compleja, es que la sociedad sigue siendo patriarcal, mientras esto no cambie, resulta casi imposible que los hombres sean plenamente antipatriarcales porque lo quieran o no, seguirán recibiendo privilegios patriarcales.[1]

Goode defendía justamente que los hombres se resisten al cambio porque son el grupo privilegiado, aunque no hay que perder de vista que las ganancias y los costes del privilegio se reparten de manera desigual, según las diferencias de raza, clase, edad y orientación sexual. [1]​Así que, dicho con mayor exactitud, los hombres blancos, burgueses y heterosexuales son quienes principalmente se resisten al cambio porque son el grupo mayormente privilegiado. Está claro que los hombres no podrán renunciar del todo a sus privilegios mientras sigan existiendo las relaciones estructurales que los favorecen.[1]​La cultura patriarcal capitalista, imperialista, supremacista blanca sigue insistiendo que la dominación debe ser el principio organizador de la civilización actual.[2]

Sin embargo los hombres no tienen que mantener ningún tipo de lealtad hacia la dominación, pueden ser sensibles a las reivindicaciones de las mujeres y reducir sus vínculos con la posición de sujeto dominante.[1]

"El porno aparece a los 8 años" editar

La universidad de las islas Baleares (UIB), presentó en el 2019 el informe: la pornografía actual y cambios en las relaciones interpersonales, entre otros datos, dicho informe revela que la edad promedio en la que los niños se topan por primera ocasión con material pornográfico es a los 8 años. Generalmente por casualidad o porque algún compañero mas grande se lo enseña.[5]

La pornografía influye fuertemente en la percepción que tienen los niños sobre la sexualidad y las relaciones afectivas, ya que empiezan a construir su deseo a partir de lo que ven. Lo preocupante de esta realidad, es que la mayoría de la pornografía que circula actualmente es más machista y normaliza conductas violentas, lo que puede tener consecuencias graves en la manera en la que se relacionarán sexo afectivamente con otras personas.[5]

Aprenden que en el terreno sexual siempre hay una parte dominante y otra sumisa, los hombres dominan a las mujeres y a otros hombres considerados más débiles. [2]

En la cultura patriarcal a todos se nos enseña a ver el pene, incluso el de un niño pequeño, como un arma potencial. Los niños aprenden que deberían identificarse con su pene y sus potenciales erecciones de placer, aprendiendo al mismo tiempo a temerlo como si fuera un arma que puede dispararse en su contra, dejándolos impotentes, destruyéndolos. Por ello el mensaje subyacente que los niños reciben sobre los actos sexuales es que serán destruidos si no tienen el control, ejerciendo el poder.
Bell Hooks, 2020.

Si este tipo de pornografía se convierte en uno de los principales referentes en la construcción de la sexualidad, además de justificar y promover actos de violencia sexual, quizás, también sea uno de los principales factores por los que la mayoría de los hombres y las mujeres no tienen un sexo satisfactorio y completo.[2]

Es necesario que los contextos escolares incluyan desde edades tempranas la educación afectivosexual y que padres, madres y las personas adultas encargadas del cuidado y la educación de las niñas y niños, se atrevan a hablar con sus hijas e hijos sobre placer, consentimiento, relaciones sexuales, pornografía, etcétera. Con el propósito de que vayan adquiriendo una mirada crítica y desarrollen herramientas que les permitan procesar de la mejor manera posible el material pornográfico al que pudieran exponerse.[5]

Para construir una masculinidad libre de acoso patriarcal, hay que normalizar el sexo, mirarlo positivamente, se les debe dar el permiso a los hombres (incluidos ancianos, adolescentes y niños) de hablar abiertamente sobre su deseo sexual.[2]​ Los esfuerzos por desarmar la masculinidad hegemónica, tienen que considerar la reconfiguración de las maneras existentes de vivir la sexualidad. Para encaminarse a una sociedad realmente igualitaria y libre de violencia sexual es imperante que las mujeres no sean reducidas a un objeto de placer masculino. Por el contrario, la sexualidad debería basarse en intercambios mutuos de placeres, goces y deseos. Ha de experimentarse desde la empatía, la reciprocidad y el reconocimiento de las mujeres como sujetos deseantes, que tienen autonomía y poder de decisión.[6]

"Ni fuertes, ni valientes": Educando a los niños en masculinidades alternativas editar

A los niños se les enseña a comportarse como hombres prácticamente desde que nacen y a medida que van creciendo, la socialización de género se va acentuando, pasando de expresiones como: "mira que patadas da, de grande será futbolista". A demandas como: "aguanta, se fuerte, los niños no lloran".[4]

Los tipos de juegos, tareas, disciplinas y pautas de interacción entre los adultos y los niños refuerzan estás normas, es como una telaraña que se va tejiendo y los va atrapando poco a poco. [5]

La historia del feminismo es una historia de transformación de las subjetividades femeninas, pero como señala Ana Requera, no podemos seguir pidiendo únicamente transformación a las niñas, ¿Qué pasa con los niños? ¿Qué pasa con los hombres? también necesitamos la transformación de estos. Se ha de cambiar la sociabilización masculina para promover otras formas de ser que descarguen a los niños del imperativo de tener que demostrar de forma sistemática la virilidad.[6]

Me agradaría que los hombres utilizáramos el feminismo de inspiración, de la misma manera que las feministas van aprovechar el movimiento a favor de los derechos civiles para basar el suyo.
Michael Ian Black, 2018.

Si a los niños no se les educa para tener contacto con su cuerpo, sus sensaciones y ser sensibles a sus propios sentimientos ¿cómo van a desarrollar las habilidades para expresarlos en un desacuerdo o una declaración de afecto? [4]​Es necesario construir modelos de masculinidad que les permitan sentir miedo, dolor, delicadeza o tristeza,[1]​el lenguaje emocional aún se considera delicado y femenino.

Hasta que no libremos a los niños de estereotipos será muy difícil que puedan crecer mirando y respetando a las niñas como iguales.

La educadora y pedagoga Silvia Valle, habla de la importancia de potenciar y enseñarle a los niños y jóvenes la existencia de masculinidades alternativas. De igual manera, el sociólogo Paco Abrilconsidera que es necesario que los niños cuenten con nuevos referentes masculinos alternativos y mediáticos, que representen valores como: la no violencia, el buen trato, las emociones, los cuidados, entre otros. Esto tendría un impacto muy positivo en la manera en la que se vinculan con las mujeres y con otros hombres, se rompería con las relaciones tóxicas y de dominación que en muchas ocasiones llevan a relaciones violentas.[5]

La periodista Thaïs Gutiérrez comparte que una de las pautas de educación que utiliza con sus hijos, para visibilizar la presencia de las mujeres y promover las relaciones igualitarias, es intentar que tengan referentes femeninos, ya sea del contexto familiar, amistades, así como deportistas, activistas o políticas.

Lo aprendí de ti: Los padres como referentes para sus hijos editar

La paternidad conlleva a una serie de cambios psicológicos, biológicos y sociales en los hombres, el adoptar el rol social de padre, lleva implícito responsabilidades, cuidados, amor, participar activamente en la crianza de los hijos e hijas, así como una serie de obligaciones a nivel legal.

Con el paso del tiempo, las paternidades se han ido transformando pasando del modelo tradicional, caracterizado por la poca expresividad emocional, la escasa implicación en la crianza, en los cuidados y severidad en la relación padre/ hijo(a). Hacia paternidades en las que los padres se vinculan más emocionalmente con sus hijos e hijas, son responsables, están presentes y se implican cada vez más.[7]

Los padres, por ausencia o por presencia, aportan modelos identitarios de referencia sobre que es ser un hombre que producirá efectos profundos y que perduraran toda la vida, sobre todo en la construcción de las identidades y expectativas vitales, tanto de sus hijas como de sus hijos.
Ritxar Bacete, 2020.

Bell Hooks menciona que hay que mirar con otros lentes a la niñez, en lugar de considerarla la etapa en la que los niños son adoctrinados en esta masculinidad tradicional, hegemónica, patriarcal, que invita a prácticas violentas y de dominación, mirarlo como un momento en el que lo niños aprenden a celebrar la vida, a amar, a valorar la intimidad con los demás. Los padres y madres que se vinculan con sus hijos e hijas desde el amor, se percatan que no es necesario imponer roles de género rígidos, que hay que darles la oportunidad de que ellos tomen sus decisiones en relación con sus pasiones, sus intereses y sus habilidades. [2]

Tenemos que educa a los chicos de manera que sepan que se ha de dedicar tiempo a las personas que queremos, que los vínculos se tienen que cuidar y que este tiempo lo podemos tomar del tiempo que hasta ahora gastaban en la batalla y el triunfo. Hay que revalorizar los cuidados y reivindicar la ternura, que es maravillosa y está muy mal vista en los hombres.
Octavio Salazar, 2020.

"Desarmando la masculinidad": caminando hacia masculinidades alternativas (construyendo otras maneras de ser hombre) editar

Parecerá una utopía imaginar una cultura libre de patriarcado, pero no lo es, prueba de eso son los hallazgos de la investigación realizada por el antropólogo Robert I. Levy, Tahitians: mind experience in the society islands, publicada en 1973. En su investigación encontró, que la cultura tahitiana se caracterizaba por ser pacífica e igualitaria y entre otras cosas no habían diferencias muy marcadas entre lo femenino y lo masculino. Este descubrimiento, resquebraja muchos de los estereotipos y mandatos de género existentes en la cultura patriarcal occidental.[8]

En esta cultura tanto hombres como mujeres desempeñan mas o menos los mismos roles y tareas, no se les exige a los hombres demostrar virilidad ni a ser diferentes a sus referentes femeninos. Es decir, la virilidad no tiene una categoría ni simbólica ni de comportamiento, no existe honor masculino por defender. Los hombres no son mas agresivos que las mujeres y ellas tampoco son mas tiernas o mas inclinadas a lo maternal que ellos. El afeminamiento se considera un rasgo de la personalidad masculina, se espera que los hombres ignoren las ofensas y mas bien mantengan una actitud pasiva y complaciente. Otra característica distintiva es el hecho de que no temen tener contacto corporal con otros hombres, incluso existe una figura a la que se le tiene mucho respeto, el mahu del poblado con la que se relacionan abiertamente.[8]

El lenguaje no es inocente, a través de el se construye y se le da sentido a la realidad, es por esa razón que en el idioma tahitiano los pronombres no expresan el género y la mayoría de los nombres propios se utilizan indistintamente de si es hombre o mujer. En esta sociedad tampoco hay espacio para las luchas o guerras y la economía es cooperativa. La cultura tahitiana es solo un ejemplo, es importante y necesario visibilizar la diversidad de masculinidades, reivindicarlas.[8]

Si bien aun falta un gran camino por recorrer, cada vez hay mas hombres implicados en la lucha para erradicar las violencias machistas. Los hombres comprometidos con ir integrando prácticas de comportamiento más equitativas y libres de violencia, participan en estos intentos, ya sea como activistas o como educadores, emprendiendo un proyecto de cambio personal y social más amplio, intentando debilitar los privilegios de su propio género.

El activismo masculino contra la violencia corresponde en si mismo a una práctica contrahegemónica, este activismo se define, en primer lugar, mediante la crítica y el rechazo de una práctica asociada a la masculinidad hegemónica: la violencia machista contra las mujeres​​.[1]

Aunque muy escasos, se han realizado algunos trabajos de investigación, que sugieren que los hombres comprometidos con el cambio que han estado involucrados desde hace mucho tiempo, comparten algunas características:

  • Experiencias personales sensibilizadoras que les hacen mas conscientes de la violencia o las desigualdades de género (oír a las mujeres hablar de casos de violencia, familiaridad y lealtad con determinadas mujeres, estar expuesto a ideas feministas, experimentar una victimización violenta).
  • Invitaciones a la participación en un grupo, empleo u otro tipo de actividad en contra de la violencia
  • Tienen ideales de justicia social u otros compromisos políticamente progresistas.[1]

En conclusión, se podría decir que el activismo masculino contra la violencia constituye un espacio que abre la posibilidad de construir masculinidades alternativas y desarrollar formas de identidad y de conducta equitativas tanto para hombres como para las mujeres.[1]​Sin embargo, no hay que olvidar que lo personal es político, para lograr un cambio real hace falta acompañar y apoyar los pasos que están dando los hombres de forma individual y en comunidad, seguir reivindicando políticas públicas que hagan tambalear la desigualdad estructural. [6]


Referencias editar

  1. a b c d e f g h i j k l m Carabí, Armengol, Àngels, Josep (2015). Masculinidades alternativas en el mundo de hoy. Barcelona: Icaria. p. 271. ISBN 9788498886719. 
  2. a b c d e f g h Hooks, Bell (2021). «Hombría feminista». El deseo de cambiar. Hombres, masculinidades y amor (Javier Sàez del Álamo, trad.). Manresa: Edicions Bellaterra. ISBN 9788418684401. 
  3. Mérida Jiménez, Rafael M., ed. (2016). Masculinidades disidentes. Akademeia (Primera edición edición). Icaria. ISBN 978-84-9888-732-7. 
  4. a b c d Perry, Grayson. La caída del hombre (Echeverría Pérez Aurora, trad.). Barcelona: Mal paso ediciones. ISBN 9788418546693. 
  5. a b c d e Gutiérrez, Thaïs (2020). «El porno arriba als vuit anys». Ni forts ni valents (en catalán). Barcelona: Bridge. ISBN 9788416670741. 
  6. a b c Ranea Triviño, Beatriz (2021). Desarmar la masculinidad: los hombres ante la era del feminismo. Mayor. Catarata. ISBN 978-84-1352-227-2. 
  7. Perera, Adonay Mart�nez (2018). «La paternidad, visión desde una perspectiva biopsicosocial». Revista Cubana de Gen�tica Comunitaria (en español) 12 (1): 1-12. ISSN 2070-8718. Consultado el 2 de agosto de 2023. 
  8. a b c Herrera, Coral (2019). «Las masculinidades diversas». Hombres que ya no hacen sufrir por amor. Transformando las masculinidades. La catarata. pp. 155-157. ISBN 9788490976074. 

Véase también editar

Masculinidad hegemónica

Cultura competitiva de masculinidad

Sexismo

Diferencia de género en el suicidio

Salud masculina

Heterosexualidad obligatoria

Transmisoginia

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