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Colegio Nacional de Monserrat editar

Período jesuítico editar

Durante el primer período (1687-1767), en que el colegio estuvo regido por los sacerdotes jesuitas, este instituto alcanzó gran prestigio. Al expulsarse a la Compañía de Jesús, la universidad y el colegio fueron entregados a los religiosos franciscanos.

Fundación del colegio, perfil de los estudiantes editar

Desde su fundación en 1687 a manos de Ignacio Duarte y Quirós y hasta 1767, el Real Colegio Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat estuvo administrado por la Orden de la Compañía de Jesús. Durante este período, la educación en Hispanoamérica se encontraba principalmente a cargo de las órdenes religiosas. Los jesuitas, luego de establecer el Colegio Máximo en Córdoba del Tucumán, tomó el mando del Convictorio y proveyó a la instrucción de su alumnado. Asistían a la institución los hijos varones de las élites sudamericanas, provenientes la mayoría de ellos de la región que hoy ocupa Argentina, y entre los cuales predominaban los oriundos de Córdoba. En menor cantidad concurrían desde los actuales países de Bolivia, Chile, Perú, Uruguay y Paraguay, así como de Europa (España, Francia, Inglaterra y Suecia). Solamente aquellos que gozaran de una posición económica privilegiada, podían enviar a sus hijos a estudiar lejos de sus hogares, debido a los enormes costos del viaje y la estancia durante los años de estudio. Para ingresar al Convictorio se exigía “limpieza de sangre” y medios materiales que sustentaran la estadía del colegial. Sin embargo, existieron en el lapso de estos ochenta años, becas que permitieron a un 16% de alumnos de bajos recursos realizar sus estudios en el Monserrat. La mayoría de estas correspondía a la “dotación del Fundador”, otra porción eran las becas del Paraguay y en adición las conferidas por particulares.[1]

Constituciones fundacionales editar

El modo en que debían proceder los estudiantes del Convictorio era determinado por las Constituciones fundacionales del Colegio, que fueron redactadas por el padre fundador Ignacio Duarte y Quirós al momento de la creación del Monserrat. En estas, se hallaban minuciosamente organizadas las leyes primordiales que especificaban los derechos y libertades de quienes componían la comunidad. Se encontraba explícita la rutina que debían seguir los convictores que constaba de: levantarse al alba, orar, desayunar, estudiar, acudir a las lecciones matutinas y vespertinas en el Colegio Máximo, revisarlas, oír misa; almorzar, aprovechar un breve tiempo de recreación; un descanso antes de continuar el estudio, el canto, el rezo del rosario, la cena, las lecturas espirituales, el examen de conciencia, el silencio y el descanso final.[1]

Las constituciones reconocían como máxima autoridad al padre rector de la Compañía de Jesús, seguido por el padre rector del Colegio Convictorio, cuya función era ver por el buen nombre de la escuela así como por la formación erudita y moral de los estudiantes, ya que la enseñanza en virtud y letras primaba sobre cualquier otra actividad. Por esta razón, los monserratenses que no pertenecieran al Orden Sacro, eran eximidos de realizar tareas de servicio a la iglesia que los privaran de valioso tiempo de estudio. En las ceremonias religiosas ocupaban asientos de honor previamente asignados, ya que gozaban de una consideración especial. Su formación estaba dirigida a destacar sobre las demás instituciones, a alcanzar una excelencia académica que perduró y tiene valor simbólico en la actualidad.  [1]

Las normas de apariencia personal y de comportamiento eran estrictamente definidas por las constituciones. La conducta y uniforme intachables debían verse tanto en el interior de los claustros como fuera de estos. Los convictores debían verse limpios, actuar con recato y vestir su uniforme completo: manto negro, beca colorada con escudo del santo nombre de Jesús y corona real, bonete, mangas negras y cuello de clérigo, zapatos blancos, medias de seda, jubones y calzones. Dentro del colegio debían llevar: togas pardas, medias de lana o seda del mismo color, negras, moradas o azules,

Los residentes debían mantener la pulcritud de las habitaciones, en las que estaba prohibida la tenencia de armas, jugar a las cartas y realizar apuestas. Los estudiantes tenían derechos tales como el acceso a una alimentación generosa, a la asistencia de un médico en caso de enfermedad y servicios de lavandería.[1]

Rutinas religiosas y castigos: la confesión se realizaba cada quince días; además, debían asistir a una misa diaria y recibir la comunión. Se rezaba el rosario diariamente y se los a asistir a pláticas espirituales Estaban prohibidos los juramentos, el mal ejemplo, las riñas y las mentiras; de lo contrario, los castigos eran azotes, detención y encierro en aislamiento en una celda destinada a tal efecto. La excomunión y expulsión constituían recursos extraordinarios, el registro se encuentra en el libro del colegio (el despojo del manto, la beca y la ropa parda era obligatorio al abandonar el Convictorio y revestía tintes ceremoniales). La renuncia voluntaria o compulsiva del hábito reunía carácter simbólico de degradación. El robo de objetos pertenecientes al Colegio Convictorio tenía como pena la expulsión. En los interrogatorios se imponía el deber de delación, la selección de los informantes y el secreto de las operaciones. Estaba prohibido revelar datos relativos a penitencias y castigos que eran aplicados a los estudiantes durante el internado.[1]

Grados concedidos editar

El Monserrat otorgaba grados de Bachiller y Licenciado, que habilitaban a los estudiantes a continuar su carrera como Maestros en Artes en un cursado de 4 años, o Doctores en Teología por un cursado de 9 años.[1]

Algunos colegiales fueron expulsados por "inobediencia” y "la no sujeción al castigo merecido por sus faltas", huyeron (se fugaron por no aceptar los severos planes de estudio ni al régimen disciplinario), fueron llevados a otros destinos (enfermedades familiares), o no completaron el pago de aranceles, se enfermaban gravemente y no mejoraban (los de Córdoba podían reintegrarse mas fácil si terminaban curándose), mientras otros fallecieron durante su estadía en el colegio y en Caroya.

Las funciones o cargos que ocuparon los graduados de este periodo fueron parte de la religión, gobierno civil, abogados, escritores, poetas, en la enseñanza ejemplar y el adoctrinamiento.[1]

Estancia de Caroya editar

La Compañía de Jesús adquirió la hacienda de Caroya en el año 1616. Se trataba de un establecimiento rural ubicado en el norte de la actual provincia de Córdoba, donde trabajaba mano de obra esclava en tareas agrícola-ganaderas.[1]

En 1661, la Compañía vende estas tierras a Ignacio Duarte y Quirós, quien a su vez la dona al Real Colegio Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat fundado por él en 1687. Con el tiempo, Caroya sería una residencia para los estudiantes monserratenses durante el receso estival.

El plantel de esclavos que la Compañia de Jesús había adquirido para la Estancia se dedicaba también a tareas de albañilería y artesanías en general.

En el año 1767 cuando la orden fue expulsada de todos los territorios del Imperio Español, el Colegio Convictorio, junto a sus bienes muebles (como el plantel de esclavos) e inmuebles, pasaron a estar bajo la tutela administrativa de la orden franciscana.[1]

Los esclavos del Monserrat editar

El plantel de esclavos del Convictorio y de la Estancia de Caroya comenzó a organizarse desde la fundación del Monserrat en 1687. Durante ese primer año, el plantel tenía 168 esclavos; parte de este plantel estaba conformado por varios esclavos que fueron obsequio a Duarte y Quirós por parte de sus padres, entre ellos: Domingo, su entenado Juan mulato, Catalina su mujer; Esperanza con dos hijas llamadas Dominga y Pascuala; Ana con tres crías llamadas Inés, Francisca, Ignacia; María, Isabel, Jerónimo, Olalla. Para esa fecha, Ignacio Duarte ya había duplicado el número de esclavos por medio de compras y la descendencia de los mismos.[1]

Bajo la administración jesuítica, se registró un paulatino aumento del plantel de esclavos del Convictorio realizado a través de continuas compras a particulares.

Tras la expulsión de la Compañía de Jesús en 1769 la estancia contaba con un plantel de 161 esclavos; nueve años después aumentó a 181, esto se debe al traspaso de la administración a los franciscanos y a su desvinculación con las demás estancias de Córdoba.[1]

Estos hombres y mujeres esclavos fueron la fuerza y el sustento del Real Colegio  Convictorio  de  Nuestra  Señora  de  Monserrat  durante  más  de  un  siglo, recibiendo  posiblemente un trato ‘más humano’ a diferencia de otras regiones de América por parte de los religiosos, a pesar de la cosificación que les otorgaba el peso de su condición jurídica.[1]

  1. a b c d e f g h i j k l Sartori, Federico comp.(2018). Gente del Monserrat. Perfiles socioculturales de un Colegio Sudamericano, siglos XVII y XVIII. Córdoba: Imprenta del Monserrat.

Los rectores del Monserrat editar

La siguiente lista comprende a los rectores entre los años 1695 y 1767 de los cuales se tiene registro:[1]

  • Agustín Gazolas SJ (1695-1698)
  • José de Aguirre (~1700)
  • Cristóbal Gómez SJ (~1703)
  • Blas de Silva SJ (~1703)
  • Ramón de Yegros SJ (1704-1708)
  • José López (~1710)
  • Lorenzo Rillo SJ (~1715)
  • Miguel López (~1715)
  • Antonio Torquemada (~1718)
  • Antonio Alonso (~1724)
  • Juan José Rico (~1729)
  • Bruno Morales SJ (1732-1734)
  • Ladislao Orosz (1734-1739)
  • Eugenio López (1739-1744)
  • Bruno Morales SJ (1744-1745)
  • Juan de Escadón SJ (1745-1747)
  • Luis de los Santos SJ (1747-1752)
  • Ignacio Javier Leiva (1752-1757)
  • Domingo Muriel SJ (~1757)
  • Manuel Querini SJ (1757-1758)
  • Luis de los Santos SJ (1757-1759)
  • Ladislao Orosz (1759-1767)
  • Gaspar Pfitzer SJ (~1767)
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