Como un guiño al lector (otro más de muchos), Saer comienza su novela con un "Morvan lo sabía". Además de un mundo ficcional en que la historia que aparece en primer lugar se descubre como narrada no para sus imaginarios y ávidos receptores reales (actuales), sino para otros, los amigos que escuchan la narración de parte de uno de ellos. Narrador, receptores históricos e historia constituyen un espectáculo para los constituidos receptores reales. Saer no solamente propone un mundo mítico: también susurra todo el tiempo a quienes se detienen atraidos por el juego narrativo.
