Discusión:Sam Harris
--Uruk (Mensajes), 19:58 14 jun 2013 (UTC)
En "moralidad y ética" echo de menos una explicación de su teoría del "arma perfecta" tal y como aparece en The End of Faith. Permítaseme añadirla. --Ivalladt (discusión) 21:51 10 ene 2010 (UTC)
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Elvisor (discusión) 00:54 26 nov 2015 (UTC)
Me parece injusto que en la pagina de wikipedia de Sam Harris no hagan referencia alguna a la importancia que el le dio a psicodelicos como el LSD o la psilocibina en su vida.
Aqui cito una parte de su libro "Waking Up" (titulo original) Que se llama "Despertar" en su version para el idioma español.
"Todo lo que hacemos es con el propósito de alterar la conciencia. Formamos amistades para que podamos sentir ciertas emociones, como el amor, y para evitar otras, como la soledad. Comemos alimentos específicos para disfrutar de su fugaz presencia en nuestras lenguas. Leemos por el placer de pensar los pensamientos de otra persona. Cada momento durante la vigilia, e incluso en nuestros sueños, nos esforzamos para dirigir el flujo de la sensación, la emoción y la cognición hacia estados de conciencia que valoramos.
Las drogas son otro medio para este fin. Algunas son ilegales, algunas están estigmatizadas, y algunas son peligrosas, aunque, paradójicamente, estas categorías se cruzan sólo en parte. Hay drogas de extraordinario poder y utilidad, como la psilocibina (el compuesto activo en los “hongos mágicos”) y la dietilamida del ácido lisérgico (LSD), que no suponen ningún riesgo aparente de adicción y son físicamente bien toleradas, y sin embargo aún se envia a la gente a la cárcel por usarlas, mientras que drogas como el tabaco y el alcohol, que han arruinado incontables vidas, pueden ser disfrutadas ad libitum en casi todas las sociedades sobre la tierra. Existen otros puntos en esta continuidad, la 3 ,4-metilendioximetanfetamina (MDMA o “éxtasis”) tiene un potencial terapéutico notable, pero también es susceptible a los abusos, y parece ser una sustancia neurotóxica. [1]
Una de las grandes responsabilidades que tenemos como sociedad es educarnos a nosotros mismos, junto con la próxima generación, acerca de cuales sustancias vale la pena la ingerir y con qué propósito, y cuales no. El problema, sin embargo, es que nos referimos a todos los compuestos biológicamente activos por un único término, “drogas”, y esto hace que sea casi imposible tener una discusión inteligente sobre los problemas psicológicos, médicos, éticos y legales que rodean su uso. La pobreza de nuestro lenguaje ha sido ligeramente aliviada por la introducción de términos como “psicodélicos” para diferenciar a ciertos compuestos visionarios, que pueden producir estados extraordinarios de éxtasis e introspección, de los “narcóticos” y otros agentes clásicos de estupefacción y abuso.
El abuso de drogas y la adicción son problemas reales, por supuesto, y el remedio para ellos es la educación y el tratamiento médico, no el encarcelamiento. De hecho, las drogas con peor índice de abuso en los Estados Unidos en este momento parecen ser los analgésicos con receta, como la oxicodona. ¿Deberían éstas medicinas ser ilegales? Por supuesto que no. Las personas necesitan estar informadas acerca de éstas y los adictos necesitan tratamiento. Y todas las drogas, incluyendo el alcohol, los cigarrillos y la aspirina, se deben mantener fuera del alcance de los niños.
Discutí los temas de la política de drogas con cierto detalle en mi primer libro, El Fin de la Fe (pp. 158-164), y mi forma de pensar sobre el tema no ha cambiado. La “guerra contra las drogas” ha sido bien perdida, y nunca debería haber sido librada. Si bien no está expresamente protegido por la Constitución de los EE.UU., no se me ocurre ningún derecho político más importante que el derecho a supervisar pacíficamente los contenidos de nuestra propia conciencia. El hecho de que sin razón alguna arruinemos la vida de usuarios de drogas no violentos al encarcelarlos, con un costo enorme, constituye uno de los grandes fracasos morales de nuestro tiempo. (Y el hecho de que hagamos lugar para ellos en las cárceles dándole libertad provisional a asesinos y violadores hace que uno se pregunte si la civilización no estará simplemente condenada.)
Tengo una hija que algún día utilizará drogas. Por supuesto, haré todo lo que esté a mi alcance para ver que ella elija sus drogas con prudencia, pero una vida sin drogas no es ni previsible, ni tampoco, a mi parecer, deseable. Algún día, espero que ella disfrute de una taza mañanera de té o café tanto como yo. Si mi hija bebe alcohol ya siendo adulta, como probablemente lo hará, la animaré a hacerlo de manera segura. Si opta por fumar marihuana, le recomendaré moderación. [2] El tabaco debería ser evitado, por supuesto, y haré todo lo posible dentro de los límites de la educación parental decente para alejarla de el. Es innecesario decir que, si me entero de que ella eventualmente desarrollará una afición por la metanfetamina o el crack, podría ser que yo no vuelva a dormir nunca. Pero si ella no prueba una sustancia psicodélica como la psilocibina o el LSD al menos una vez en su vida adulta, me preocupará que se pueda haber perdido uno de los más importantes ritos de paso que un ser humano puede experimentar.
Esto no quiere decir que todos deberían tomar drogas psicodélicas. Como voy a dejar en claro más adelante, estos fármacos presentan ciertos peligros.Sin duda, hay personas que no pueden permitirse el lujo de dar al anclaje de la cordura ni el más mínimo tirón. Han pasado muchos años desde que tomé drogas psicodélicas, de hecho, y mi abstinencia proviene de un saludable respeto por los riesgos que implica. Sin embargo, hubo un período en mis años 20 cuando me di cuenta de que drogas como la psilocibina y el LSD son herramientas indispensables de introspección, y algunos de los momentos más importantes de mi vida los pasé bajo su influencia. Creo que es muy posible que podría nunca haber descubierto la existencia de un paisaje interior de la mente que vale la pena explorar sin haber utilizado esta ventaja farmacológica.
Mientras que los seres humanos han ingerido plantas psicodélicas durante miles de años, la investigación científica sobre estos compuestos no se inició sino hasta la década de 1950. En 1965, miles de estudios habían sido publicados, principalmente sobre la psilocibina y el LSD, muchos de los cuales comprobaron la utilidad de drogas psicodélicas en el tratamiento de la depresión clínica, trastorno obsesivo compulsivo (TOC), adicción al alcohol, y para tratar el dolor y la ansiedad asociados con el cáncer terminal. En pocos años, sin embargo, todo este campo de la investigación fue abolido en un esfuerzo por detener la propagación de estas drogas entre el público en general. Después de una pausa que duró toda una generación, la investigación científica sobre la farmacología y el valor terapéutico de las drogas psicodélicas se ha reanudado silenciosamente.
Los psicodélicos incluyen químicos como la psilocibina, el LSD, el DMT y la mezcalina, todos lo cuales alteran fuertemente la cognición, la percepción y el estado de ánimo. La mayoría parecen ejercer su influencia a través del sistema de la serotonina en el cerebro, sobre todo por la unión a receptores 5-HT 2A (aunque algunos tienen afinidad también por otros receptores), lo que lleva a una mayor actividad neuronal en la corteza prefrontal (CPF). Mientras que la CPF, a su vez modula la producción de dopamina subcortical, el efecto de drogas psicodélicas parece tener lugar en gran medida fuera de las vías de la dopamina (lo que podría explicar por qué estas drogas no son son formadoras de hábito).
La mera existencia de sustancias psicodélicas, parece establecer la base material para la vida mental y espiritual más allá de toda duda, ya que la introducción de estas sustancias en el cerebro es la causa evidente de cualquier apocalipsis numinoso que se presente. Es posible, sin embargo, si no realmente plausible, aproximarse a este dato desde el otro extremo y argumentar, cómo Aldous Huxley lo hizo en su ensayo clásico, The Doors of Perception, que la función primaria del cerebro podría ser eliminativa: su objetivo puede que sea evitar que una dimensión vasta y transpersonal inunde la conciencia, permitiendo así que monos como nosotros caminemos por el mundo sin dejarnos deslumbrar a cada paso por fenómenos visionarios irrelevantes para nuestra supervivencia. Huxley pensaba que si el cerebro fuera una especie de “válvula reguladora de presión” para una “Mente en Grande”,esto explicaría la eficacia de los psicodélicos: Podrían ser simplemente un medio material para abrir la válvula.
Lamentablemente, Huxley estaba operando bajo el supuesto erróneo de que los psicodélicos disminuyen la actividad del cerebro. Sin embargo, las modernas técnicas de neuroimagen han mostrado que estos medicamentos tienden a aumentar la actividad en muchas regiones de la corteza (y en las estructuras subcorticales también) [Nota 1/24/12: un estudio reciente sobre la psilocibina le da cierto apoyo a la visión de Huxley. -SH]. Aún así, la acción de estos fármacos no descarta el dualismo, o la existencia de realidades de la mente más allá del cerebro, pero en realidad, nada lo hace. Este es uno de los problemas con los puntos de vista de este tipo: Parecen ser infalsificables. [3]
Por supuesto, el cerebro sí filtra una extraordinaria cantidad de información proveniente de la conciencia. Y, al igual que muchos de los que han tomado estas drogas, puedo afirmar que los psicodélicos ciertamente abren las puertas. Sobra decir que, postular la existencia de una “Mente en Grande” es más tentador en algunos estados de la conciencia que en otros. Y la pregunta de qué visión de la realidad deberíamos privilegiar es, a veces, digna de considerarse. Sea cómo sea, estas drogas también pueden producir estados mentales que se observan mejor en términos clínicos como formas de psicosis. En términos generales, creo que debemos ser muy lentos para sacar conclusiones sobre la naturaleza del cosmos basándonos en la experiencia interna – sin importar cuán profundas parezcan ser estas experiencias.
Sin embargo, no hay duda de que la mente es más vasta y más fluida de lo que nuestra conciencia ordinaria y en vigilia sugiere. En consecuencia, es imposible comunicar la profundidad (o la profundidad aparente) de los estados psicodélicos, a aquellos que nunca han tenido experiencias por sí mismos. De hecho, es difícil recordar a uno mismo el poder de estos estados, una vez que han pasado.
Mucha gente se pregunta sobre la diferencia entre la meditación (y otras prácticas contemplativas) y los psicodélicos. ¿Son estas drogas una forma de hacer trampa, o son el único e indispensable vehículo para el auténtico despertar? Ninguno. Muchas personas no se dan cuenta de que todas las drogas psicoactivas modulan la neuroquímica existente en el cerebro, ya sea mediante la imitación de determinados neurotransmisores, o haciendo que los neurotransmisores mismos sean más activos. No hay nada que uno pueda experimentar con una droga que no sea, a cierto nivel, una expresión del potencial del cerebro. Por lo tanto, todo lo que uno ha experimentado después de la ingestión de una droga como el LSD es probable que se haya sido experimentado, por alguien, en algún lugar, sin ella.
Sin embargo, no puede negarse que los psicodélicos son un medio singularmente potente para alterar la conciencia. Si una persona aprende a meditar, orar, cantar, hacer yoga, etc, no hay garantía de que nada va a suceder. En función de sus aptitudes, intereses, etc, el aburrimiento puede que sea la única recompensa por sus esfuerzos. Sin embargo, si una persona ingiere 100 microgramos de LSD, qué sucederá después dependerá de una variedad de factores, pero no hay absolutamente ninguna duda de que algo va a suceder. Y el aburrimiento ni siquiera está contemplado. A la hora, el significado de su existencia se abalanzará sobre nuestro héroe como una avalancha. Como Terence McKenna [4] nunca se cansó de señalar, esta garantía de efecto profundo, para bien o para mal, es lo que separa a los psicodélicos de todos los demás métodos de investigación espiritual. Es, sin embargo, una diferencia que trae consigo ciertas responsabilidades.
La ingestión de una fuerte dosis de una droga psicodélica es como amarrarse a un cohete sin un sistema de orientación. Uno podría terminar en algún lugar a dónde vale la pena ir y, dependiendo del compuesto y del “estado y escenario” (set and setting) ciertas trayectorias son más probables que otras. Pero sin importar cuán metódicamente se prepare para el viaje, uno todavía puede ser lanzado a unos estados mentales tan dolorosos y confusos que terminan siendo indistinguibles de la psicosis. Por lo tanto, los términos “psicotomimética” y “psicotógena” se aplican en ocasiones a estos fármacos.
He visitado los dos extremos del continuo psicodélico. Las experiencias positivas fueron más sublimes de lo que jamás hubiera imaginado o de lo que ahora puedo recordar con fidelidad. Estos productos químicos revelan capas de belleza que el arte es impotente de capturar y para las cuales la belleza de la naturaleza misma es un mero simulacro. Una cosa es estar asombrado por la visión de una secuoya gigante y maravillado de los detalles de su historia y de la biología subyacente. Otra muy distinta es pasar lo que parece una eternidad en una comunión libre de ego con ella. Las experiencias positivas psicodélicas a menudo revelan lo maravillosamente a gusto que un ser humano puede estar en el universo, y para muchos de nosotros, la conciencia normal de vigilia no ofrece ni siquiera un atisbo de estas posibilidades más profundas.
Las personas generalmente salen de tales experiencias con la sensación de que nuestros estados convencionales de conciencia oscurecen y truncan ideas y emociones que son sagradas. Si los patriarcas y matriarcas de las religiones del mundo experimentaron estos estados mentales, muchas de sus afirmaciones sobre la naturaleza de la realidad puede tener sentido subjetivo.La visión beatífica no dice nada sobre el nacimiento del cosmos, pero sí revela cuán completamente transfigurada puede ser una mente debido a una colisión total con el momento presente.
Pero tal y como los picos son altos, los valles son profundos. Mi “malos viajes” fueron, sin lugar a dudas, las horas más angustiosas que he sufrido, y hacen que la noción del infierno, como una metáfora, si no un destino, parezca perfectamente apta. Si no para otra cosa, estas experiencias terribles pueden convertirse en una fuente de compasión. Creo que sería imposible tener una idea de lo que es padecer una enfermedad mental sin haber tocado brevemente sus costas.
En ambos extremos del continuo, el tiempo se dilata de manera que no se puede describir, aparte de decir que estas experiencias pueden parecer eternas. He tenido sesiones, tanto positivas como negativas, en el que todo conocimiento de que había ingerido una droga se había extinguido, y todos los recuerdos de mi pasado junto con él. Inmersión total en el momento presente, a este grado, es sinónimo de la sensación de que uno siempre ha estado y siempre estará, precisamente en esta condición. Dependiendo del carácter de la propia experiencia en este punto, las nociones de salvación y condenación no parecen ser hiperbólicas. En mi experiencia, la línea de Blake sobre contemplar “la eternidad en una hora” no promete, ni amenaza, demasiado.
Al principio, mis experiencias con la psilocibina y el LSD fueron tan positivas que no podía creer que un mal viaje fuera posible. Las nociones de “estado y escenario” (set and setting) ciertamente vagas, parecían suficientes para explicar esto. Mi estado mental era exactamente como debía ser, yo era un investigador espiritual serio de mi propia mente, y mi escenario era generalmente de belleza natural o soledad segura.
No puedo explicar por qué mis aventuras con psicodélicos eran uniformemente agradables hasta que ya no, pero cuando las puertas al infierno por fin se abrieron, parecían haber quedado definitivamente abiertas. A partir de entonces, si un viaje era bueno o no en su conjunto, por lo general, implicaba algún desvío angustioso en el camino hacia lo sublime. ¿Alguna vez has viajado más allá de toda metáfora, a la Montaña de la Vergüenza, quedándote ahí durante mil años?. No lo recomiendo.
En mi primer viaje a Nepal, tomé un bote de remos en el lago Phewa en Pokhara, que ofrece una vista impresionante de la cordillera de Annapurna. Era temprano por la mañana, y yo estaba solo. A medida que el sol se levantaba sobre el agua, ingerí 400 microgramos de LSD. Yo tenía 20 años de edad y había tomado la droga por lo menos diez veces anteriormente. ¿Qué podría salir mal?
Resultó que todo. Bueno, no todo, al menos no me ahogué. Y tengo un vago recuerdo de haber llegado a una orilla y de estar rodeado por un grupo de soldados nepalíes. Después de observarme por un tiempo, mientras yo espíaba furtivamente por sobre la borda como un loco, parecía que estaban a punto de decidir qué hacer conmigo. Dije algunas palabras corteses en Esperanto, di unos cuantos y alocados golpes de remo, y me alejé de la orilla hacia de el olvido. Así que supongo que eso podría haber terminado de manera diferente.
Pero pronto no había lago, montañas ni barco, y de haber caído al agua estoy bastante seguro de que no habría nadie que nadara. Durante las horas siguientes mi mente se convirtió en el perfecto instrumento de auto-tortura. Todo lo que quedaba era un terror continuo y demoledor para el cual no tengo palabras.
Estos encuentros te quitan algo. Incluso si drogas como el LSD son biológicamente seguras, la posibilidad de experiencias muy desagradables y desestabilizadoras presenta sus propios riesgos. Creo que fui afectado positivamente durante semanas y meses por mis viajes buenos, y negativamente afectado por los malos. Teniendo en cuenta estas probabilidades como de ruleta, uno sólo puede recomendar estas experiencias con precaución.
Mientras que la meditación puede abrir la mente a un rango similar de estados de conciencia, se llega a ellos dependiendo mucho menos del azar. Si el LSD es como atarse a un cohete, aprender a meditar es como levantar cuidadosamente la vela de un barco. Sí, es posible, incluso con orientación, terminar en un lugar terrible y hay personas que probablemente no deberían pasar largos períodos en práctica intensiva. Pero el efecto general del entrenamiento en la meditación es de asentarse cada vez más plenamente en la propia piel, y estando ahí, sufrir menos en lugar de más.
Como dije en El Fin de la Fe, me parece que la mayoría de las experiencias psicodélicas son potencialmente engañosas. Los psicodélicos no garantizan sabiduría. Se limitan a garantizar más contenido. Y las experiencias visionarias, consideradas en su totalidad, me parece que son éticamente neutrales. Por lo tanto, parece que el éxtasis psicodélico, debe ser dirigido hacia nuestro bienestar personal y colectivo por algún otro principio. Como Daniel Pinchbeck señaló en su muy entretenido libro, Breaking Open the Head, el hecho de que tanto los mayas como los aztecas utilizaran drogas psicodélicas, mientras al mismo tiempo eran practicantes entusiastas de sacrificios humanos, hace que cualquier vínculo idealista entre el chamanismo a base de plantas y una sociedad iluminada parezca muy ingenuo.
Como discutiré en ensayos futuros, la forma de trascendencia que parece enlazarse directamente con el comportamiento ético y el bienestar humano es la trascendencia del ego mientras se mantiene la conciencia de vigilia ordinaria. Es al dejar de aferrarnos a los contenidos de la conciencia, a nuestros pensamientos, estados de ánimo, deseos, etc, que progresamos. Tal proyecto no requiere, en principio, que experimentemos un mayor contenido. [5] Liberarse de uno mismo, que es a la vez el objetivo y el fundamento de la vida “espiritual”, es coincidente con la percepción y cognición normales, aunque, ciertamente, esto puede ser difícil de entender.
El poder de los psicodélicos, sin embargo, es que a menudo revelan, en el lapso de unas pocas horas, la más profunda fascinación y entendimiento que, de lo contrario, podría eludirnos durante toda una vida. Como suele ser el caso, William James lo dijo tan bien cómo las palabras lo permiten"
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