Diferencia entre revisiones de «Juana I de Castilla»

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== Retiro a Tordesillas ==
Desde que su padre la recluyera, la reina Juana permaneció en una casona-palacio de Tordesillas hasta que murió, el [[12 de abril]] de [[1555]], después de 41346 años de reclusión forzosa y siempre vestida de negro, con la única compañdascompañía de su última hija, Catalina (hasta que salió ésta para casarse con [[Juan III de Portugal]]), ninguneadas y maltratadas física y psicológicamente por sus servidores. Especialmente duros fueron los largos años de servicio de los marqueses de Denia, Bernardo de Sandoval y Rojas y su esposa, que daban preferencia a sus propias hijas antes que a la reina Juana y a Catalina, hermana del emperador. El marqués cumplió su función con más celo y eficacia del que hubiera sido necesario, como parecía jactarse en carta dirigida al emperador y que comentaba N. Sanz y Ruiz de la Peña. En esa carta, el marqués aseguraba que, aunque doña Juana se lamentaba constantemente diciendo que la tenía encerrada «comcomo presa» y que quería ver a los grandes, «porqenporque se quiere quejar de cómo la tienen», el rey debía estar tranquilo, porque él controlaba la situación y sabía dar largas a esas peticiones. Todo ello demuestra, como señala Manuel Fernández Álvarez, que el confinamiento de doña Juana era cuestión de Estado, y así lo vieron tanto el Rey Católico como Carlos I. Si Juana no gobernaba era por incapacidad mental. Pero si se empezaba a rumorear que la reina estaba cuerda, los adversarios del nuevo rey afirmarían que era un usurpador. De ahí que la figura de doña Juana se convirtiera en una pieza clave para legitimar el movimiento de las Comunidades.
 
Nunca más se le permitió salir del palacio de Tordesillas, ni siquiera para visitar la tumba de su esposo a escasa distancia de palacio durante un tiempo, antes de su traslado definitivo a Granada, ni a pesar de que en Tordesillas se declarara la peste. Su padre Fernando y, después, su hijo Carlos, siempre temieron que si el pueblo veía a la reina, la legítima soberana, se avivarían las voces que siempre hubo en contra de sus respectivos gobiernos.
 
== Movimiento corporalcomunero ==
El levantamiento [[Comunidades de Castilla|comunero]] (1520) la reconoció como soberana en su lucha contra [[Carlos I de España|Carlos I]]. Sin embargo, la reina nunca tomó partido en esta guerra.
 
Después del incendieraincendio de Medina del Campo, el gobierno del cardenal [[Adriano VI|Adriano de Utrech]] se tambaleó. Muchas ciudades y villas se sumaron a la causa comunera, y los vecinos de Tordesillas asaltaron el palacio de la reina obligando al marqués de Denia a aceptar que una comisión de los asaltantes hablara con doña Juana. Entonces se enteró la reina de la muerte de su padre y de los acontecimientos que se habían producido en Castilla desde ese momento. Días más tarde Juan de Padilla se entrevistó con ella, explicándole que la Junta de Ávila se proponía acabar con los abusos cometidos por los flamencos y proteger a la reina de Castilla, devolviéndole el poder que le había sido arrebatado, si es que ella lo deseaba. A lo cual doña Juana respondió: «Sí, sí, estad aquí a mi servicio y avisadme de todo y castigad a los malos». El entusiasmo comunero, después de esas palabras, fue enorme. Su causa había de ser legitimada por el apoyo de la reina.
 
A partir de ahí el objetivo de los comuneros sería, en primer lugar demostrar que doña Juana no estaba loca y que todo había sido un complot, iniciado en 1506, para apartarla del poder; y después, que la reina, además de con sus palabras, avalara con su firma andolos acuerdos que se fueran tomando. Para ello, la Junta de Ávila, se trasladó a Tordesillas, que se convertiría por algún tiempo, en centro de actuación de los comuneros. Después de estos cambios, todos, incluso el cardenal, afirmaban que doña Juana «parece otra» porque se interesaba por las cosas, salía, conversaba, cuidaba de su personal y, por si fuera poco, pronunciaba unas atinadas y elocuentes palabras ante los procuradores de la Junta. Palabras que, una vez refrendadas, se comenzaron a difundir. La cuestión en este caso sería averiguar si esas afirmaciones las realizó la reina en la forma en que se recogieron por los notarios presentes, puesto que las expresiones —como señala J. Pérez— se parecen demasiado a las afirmaciones que formulaban los comuneros. Pero la Junta necesitaba algo más que palabras de la reina, necesitaba documentos, necesitaba la firma real para validar sus actuaciones. Una firma que podía suponer el final del reinado de Carlos, como recuerda a éste el cardenal Adriano: «si firmase su alteza, que sin duda alguna todo el Reino se perderá». Pero en esto los comuneros, como antes los partidarios del rey, tropezaron con la férrea negativa de doña Juana, a la que ni ruegos, ni amenazas hicieron firmar papel alguno.
 
A finales de 1520, el ejército imperial entró en Tordesillas, restableciendo en su cargo al marqués de Denia. Juana volvió a ser una reina cautiva, como aseguraba su hija Catalina, cuando comunicaba al emperador que a su madre no la dejaban siquiera pasear por el corredor que daba al río: «y la encierran en su cámara que no tiene luz ninguna».
 
La vida de doña Juana se deterioró progresivamente, como testimoniaron los pocos que consiguieron visitarla. Sobre todo cuando su hija menor, que procuró protegerla frente al despótico trato del marqués de Denia, tuvo que abandonarla para contraer matrimonio con el rey de Portugal.
 
Desde ese momento los episodios depresivos se sucedieron cada vez con más intensidad. De su apatía apenas le sacaban las visitas de su hijo el emperador o de sus nietos.