Diferencia entre revisiones de «Fresco»

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Probablemente el ejemplo más significativo de pintura al fresco sea el conjunto de pinturas realizadas en la [[Capilla Sixtina]] por [[Miguel Ángel]], que sumadas a las obras realizadas en la misma capilla por los artistas de la generación anterior, [[Ghirlandaio]], [[Botticelli]] y [[Perugino]], más el panel frontal con las escenas del Juicio Final del propio Miguel Ángel, hacen de ese recinto el ''sancta sanctorum'' de la pintura al fresco, y quizá de la pintura en general.
 
La famosa obra, [[La Última Cena (Leonardo)|La Última Cena]] de [[Leonardo Da Vinci]] no puede ser considerada un fresco. Su autor nunca dominó esta técnica, por lo cual empleó una base de arcilla y un aglutinante –elaborado de óleo y barniz- que le permitió corregir la pintura y lograr una riqueza de color y una precisión en el detalle similar a la de un cuadro al óleo. Sin embargo, el desgaste de la pintura es bastante mayor que en el caso de un fresco, en La Última Cena el deterioro comenzó a los pocos meses de terminada la obra. Otro ejemplo de falso fresco realizado por Leonardo y con los mismos resultados catastróficos es el de [[La batalla de Anghiari]], realizado en el palacio Viejo de Florencia y que resultó igualmente dañado a causa de los afanes experimentadores de su creador.{{añadir referencias}}
 
Técnicas del fresco
En el buon fresco, se aplica el color en la última de las varias capas de yeso. En la penúltima, el pintor superpone un dibujo preparatorio, o cartón, de la obra, aunque también puede trabajar sobre un esquema de color independiente. A continuación, refuerza con acuarela oscura las diferentes figuras y formas del cartón y aplica la última capa de yeso sobre el dibujo por pequeñas zonas, y el color sobre el yeso mojado.
 
Al secarse, la cal contenida en el yeso reacciona químicamente con el dióxido de carbono del aire, formando una película de carbonato de calcio que une de forma estable los colores a la pared. Los colores de un fresco suelen ser poco densos, translúcidos y claros y, en muchos casos, tienen una apariencia calcárea. En el renacimiento se encontró el modo de dar un poco más de opacidad a los colores.
 
En el buon fresco es necesario pintar rápidamente, limitándose a lo esencial. El artista debe saber la cantidad de color que absorberá el yeso. Demasiada pintura hace que la superficie aparezca picada y hace necesario levantar la zona defectuosa, extender yeso fresco y volver a pintar. En el fresco secco hay que proceder a quitar la corteza de yeso seco, frotando con piedra pómez, para después lavarlo con una mezcla clara de agua y cal. Los colores se aplican sobre la superficie resultante. El efecto del fresco secco es inferior al del buon fresco, pues los colores no resultan tan claros, ni la pintura tan duradera.
 
 
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