Diferencia entre revisiones de «Lunfardo»

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El lunfardo tiene también palabras aborígenes, en especial de los idiomas [[quechua]], [[avañe'é|guaraní]] y [[mapudungun|mapuche]].
 
== Historia ==
 
lunfardo es una jerga que apareció en los barrios bajos bonaerenses y cuyas expresiones son una mezcla complicada de italianismos, galicismos, anglicismos y lusismos, todo revuelto, y que se difundió por conventillos (casas de vecindad) , piringundines (verbenas) y ambientes del hampa. Las letras de los tangos se nutren de ella. En el barrio bonaerense La Boca, como consecuencia del gran número de inmigrantes que entraron en [[Argentina]] desde [[1857]], unos quince mil al año hasta [[1946]], se gestó otra jerga italohispana, el [[cocoliche]]. Tuvo menos fama que el lunfardo, porque para este último, dado el anhelo que sentían algunos argentinos por diferenciarse lingüísticamente, no ha faltado quienes lo definían como "el genuino lenguaje porteño", consideración evidentemente exagerada.
De aquellos días data el desaire que [[Juan María Gutiérrez]] le hizo a la [[Real Academia]]. En [[1879]], los ilusos académicos creían que le hacían un honor nombrándolo miembro correspondiente de la docta casa. Gutiérrez destapó su argentinismo contestándoles que podían esperar sentados, porque no aceptaba tamaño honor. Es más, ¿qué podía ofrecer él, un bonaerense, a una academia española? Para Gutiérrez, el habla de Buenos Aires estaba en constante efervescencia gracias a la aportación de los [[dialecto]]s [[italiano]]s, del [[catalán]], del [[gallego]], del [[galés]], del [[francés]] y del [[inglés]], se conoce que allí no se hablaba nada llegado, por ejemplo, de La Mancha- y todas esas voces "cosmopolitizaban", con palabro de Gutiérrez, la tonada bonaerense. Era inútil pretender fijar tales corrientes según moldes académicos; por lo menos él no se sentía con ánimos. Su amigo Juan Bautista Alberdi daba entonces la siguiente recomendación: igual que Dante (observen: otro italiano) en su día llevó la lengua hablada en Florencia a los inmortales versos de la Divina comedia, los escritores porteños debían reflejar en su prosa el castellano modificado que se hablaba en Buenos Aires, en vez de tener la vista puesta en los diccionarios que venían de Madrid. Otros autores, como Rafael Obligado o Alberto del Solar, no pensaban así y defendían el valor de una lengua común, sin casticismos que la interrumpieran.
 
Polémicas de este tenor se prolongaron hasta mediados del siglo xx. El día que a don Américo Castro escribió un libro poniendo el grito en el cielo sobre lo particulares y descuidados que eran los argentinos al hablar, y previendo que de seguir así se iban a apartar de la corriente hispánica general. En [[1941]] [[Jorge Luis Borges]] le contestó, en un artículo titulado "Las alarmas del doctor Américo Castro", lo siguiente: "En cada una de sus páginas abunda en supersticiones convencionales [...]. A la errónea y mínima erudición, el doctor Castro añade el infatigable ejercicio de la zalamería, de la prosa rimada y del terrorismo". Pero Castro no estaba entonces tan descaminado: que se sepa, la única voz que en las altas instancias idiomáticas ha defendido alguna vez el "derecho a la incorrección" predicaba, no por casualidad, desde la Academia Argentina en [[1943]]. Las altas instancias porteñas no dejaban de ser sorprendentes: un locutor de radio, cuyo mérito dicen que era la verborrea, llegó a alto cargo del Ministerio de Educación. Una vez allí, seguía hablando como si estuviera delante de los micrófonos con finezas como utensillo (en vez de utensilio), áccido (en vez de ácido), dejenmelón (en vez de déjenmelo), sientensén (en vez de siéntense) y cumpleaño, rompecabeza, " es usted un héroe, señorita", etc., etc.; visto lo visto, el académico Luis Alfonso habló sobre la conveniencia de estudiar el idioma para quienes tenían responsabilidades en cargos públicos, a lo que el aludido contestó: "No es urgente hacerlo. Total, el idioma no va a desaparecer por dejar de estudiarlo".
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- El desgarro idiomático argentino, junto a la manía de una lengua nacional apartada de la norma común española, cedieron, y con ello, el último frente de unas guerras idiomáticas que se habían iniciado en los albores de la independencia americana<ref>http://www.elcastellano.org/lodares3.html</ref>.