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[[File:Carnicero de Bogotá.jpg|thumb|[1] "Carnicero de Bogotá" de [[Ramón Torres Méndez]], litografía que muestra a un hombre con ''ruana'' (a la derecha)]]
LA RUANA Y LOS TEJIDOS EN COLOMBIA, HISTORIAS DE LOS ABUELOS.
 
El origen y adopción de los tejidos en COLOMBIA están llenos de historias y leyendas fascinantes contadas por los abuelos inspirados por un mágico toque de fantasía que se asemeja a la ciencia ficción.
 
Sin duda y con el fin de brindar nuevos aportes para suplir el vacío existente, llenando al lector de elementos mágicos para la concepción del origen de los tejidos y la adopción en nuestro país es que se presenta este escrito.
 
Para comprender los orígenes de los tejidos en lana debemos remontarnos al IX milenio A.C. cuando se originó la domesticación del muflón en Oriente Próximo para aprovechar la carne, la leche, la piel y la lana.
 
Leemos en la biblia como el pueblo Judío utilizaba el cordero para sus ofrendas y consumo de su carne, siendo hasta el momento una de las carnes preferidas por ellos y por gran parte de la humanidad.
 
Cuando Colon inició la conquista de América, la oveja, procedente del Oriente Próximo, ya era aprovechada en España y Europa tanto por su carne, como por su lana, piel y leche. Durante la conquista los españoles trajeron a Colombia la oveja para ser utilizada como alimento para los Ibéricos, pero en la medida que se fue aclimatando la oveja se estableció en las partes altas de las cordilleras.
Antes que llegaran las ovejas a América, los indígenas de las altas planicies colombianas para protegerse del frio usaban mantas tejidas a mano y en rústicos telares que inventaban utilizando grandes horquetas de árboles secos; tejían en diferentes fibras nativas, mientras los españoles usaban capas o capotes traídos de Europa elaboradas en telas posiblemente procedentes del Lejano Oriente.
Ante la falta que se vivía en América de dichas telas, optaron por procesar la lana y fue así como aprovechando la destreza de los indígenas en el arte de tejer sus mantas, elaboraron las primeras capas usando la lana de las ovejas ya aclimatadas en las alturas colombianas.
 
De otro lado en las Américas, Abuelos y bisabuelos de Zipaquirá y sus alrededores han comentado historias y leyendas que escucharon de sus antepasados, sobre la importancia de Chicaquicha o "Pueblo Viejo", situado aproximadamente 200 metros arriba respecto al sitio que hoy ocupa Zipaquirá, donde a la llegada de los cronistas españoles (1536) "se alzaban un centenar de viviendas, con una población de 1.200 personas".
 
“Esta"Esta zona de la Sabana de Bogotá era surcada en aquella época por una sucesión de pequeños lagos y arroyos, que permitían el transporte de sus habitantes en canoas, medio por el cual los habitantes de Nemocón, Gachancipá y Tocancipá llegaban a Chicaquicha para abastecerse en la preciada sal, que intercambiaban por vasijas y tejidos. La sal era también intercambiada con pueblos de toda la región andina de Colombia incluyendo los Panches, Tolimas y Pantágoras en el actual departamento del Tolima, y los Muzos del actual departamento de Boyacá”Boyacá".
 
Es decir que antes de la llegada de los españoles ya existía un extraordinario mercado de trueque, en el cual la sal era el principal producto cuyo valor era superior al de los granos, tejidos, esmeraldas y oro.
 
Cuenta una de las historias que dos prósperos comerciantes que habían llegado a “Chicaquicha"Chicaquicha o Pueblo Viejo", (Zipaquirá) de apellidos Albornoz y Henríquez, fervientes súbditos del Rey, siendo uno de ellos conocedor del arte del tejido en telar que ya se hacía en la Península Ibérica, escogió dos o tres familias de su entera confianza, residentes en Chicaquicha (Zipaquirá) para enseñarles el proceso de cómo utilizar la lana de oveja en la hechura de las capas españolas y de esta manera perfeccionar las que ya se estaban fabricando con la técnica que usaban los indígenas para fabricar sus mantas y mejóralas con técnicas de telares traídos de la Península. Pero cuando el comercio de estas prendas creció, se comenzaron a producir cantidades considerables y los nuevos aprendices fueron llevados, por los egoístas ibéricos, a lugares estratégicos no muy lejanos de Zipaquirá para que capacitaran con las técnicas aprendidas, a personal nativo que pudieran ayudar en la elaboración de dichas prendas conservando el secreto del tejido que sería privilegio de unos pocos.
 
De manera silenciosa estas familias enseñaban y trabajaban en lugares que se cree fueron lo que ahora se conoce como Ubaté y sus alrededores, lugar este diferente a los ya conocidos en esa época como Nemocón, Gachancipá y Tocancipá donde ya existía el transporte por medio de canoas, pero en Cogua por ser el lugar más cercano a Zipaquirá , camino principal y más recto para las minas de esmeraldas de Muzo, lo escogieron como sitio estratégico definido como centro de acopio, lugar para dar el terminado final a los capotes, almacenar las capas e intercambiar productos, ya que según se cuenta cada seis meses los millonarios PATRONES recogían las grandes producciones, pagándoles con sal, granos y posiblemente espejitos, además les entregaban los vellones de lana que ya habían acopiado para que trabajaran los siguientes seis meses.
 
Habían pasado varios años y un buen día los tejedores indígenas que ya sumaban un gran número posiblemente pertenecientes a los Muiscas, Nemezas, Pezas y Muzos se reunieron en Cogua para esperar a sus patrones de Chicaquicha (Zipaquira) para entregar las producciones y exigir posiblemente mejoras en “salarios” y demás beneficios.
 
Enterados en Chicaquicha (Zipaquirá) de las pretensiones de los indígenas, los patrones los dejaron plantados arguyendo múltiples ocupaciones. Los nativos se enfurecieron y prendieron fuego a la bodega donde la mayor parte de las capas o capotes quedó chamuscada en los dobleces y al enterarse que los patrones llegarían a tomar represalias, en el centro de las capas le hicieron un hueco por donde metieron la cabeza, huyendo en medio de una inesperada tormenta de lluvia, vientos, rayos y relámpagos hacia las minas de esmeraldas y unos cuantos de ellos se escondieron, cuenta la historia, en la zona que hoy se conoce como Cucunuba.
 
Cuentan la historias que el traslado de los Nemeza y Peza al nuevo Zipaquirá (Cuando la fundación o mejor el cambio de nombre de Chicaquicha a ZIPAQUIRA, ordenado, por OIDOR LUIS ENRIQUEZ, en auto de 18 de Julio de 1.600, donde agregó y pobló en esta los indígenas de Cogua, a los Nemeza y Peza) no se cumplió, por el mal recuerdo que tenían los indígenas, de la quema de la bodega cuando no los quisieron atender. En aquellos momentos (Agosto de 1604) vino a visitarlos el Oidor Lorencio de Torreones, quien reunió en Cogua (que quiere decir apoyo del cerro, en lengua muisca) a los Nemeza y Peza formando un solo pueblo, siendo esta fecha la de su fundación actual.
 
Los pocos fugitivos que se quedaron en la sabana y que se refugiaron en Cucunuba continuaron su trabajo en tejidos y de los capotes chamuscados que habían llevado en la desbandada tomaron el modelo para unir dos capas dejando un hueco en el centro por donde introducían sus cabezas y comenzaron a usarlas, para años más tarde cuando los antiguos patrones desaparecieron introducirlas en el mercado del trueque como un producto nuevo.
 
Hasta aquí todo iba bien, pero si los ibéricos llamaban capas y capotes a sus productos estos nuevos industriales del tejido necesitaban un nombre para su producto; se cuenta, que en uno de sus encuentros de adoración a los Dioses y de contemplación a la RANA, (animal sagrado de los indígenas) debatieron sobre diferentes nombres como MANTA DE LOS DIOSES, CAPA DE LA RANA, entre otros, pero decidieron que para la prosperidad y protección de su producto ponerle un nombre parónimo de la Rana, que fue RUANA. Los Ibéricos tenían un excelente producto llamado capas y capotes, pero los industriales indígenas de ahora en adelante contaban con su nuevo, práctico y mejor producto llamado RUANA, protegido por los Dioses, y la RANA SAGRADA.
 
En su refugio estos pioneros del tejido de ruanas en Colombia se instalaron en los sitios hoy conocidos como veredas de Buita, Tablón y Atraviesas y adoptaron los apellidos de Carrillo, Pérez y Rojas quienes cuando acabó el peligro de los viejos patrones, fueron enseñando a sus descendientes quienes comenzaron a emigrar a destinos cercanos llevando consigo sus conocimientos y la misión de enseñar.
 
Se cuenta que algunos de estos descendientes por los años 1800 se trasladaron a Cogua para buscar, de manera infructuosa, el sitio donde estaba ubicada la bodega de acopio que fue quemada por sus antepasados, de quienes habían escuchado estas historias. Parece que una de estas familias posiblemente de apellido Prada o Abril, que se radicaron en este municipio, fue la que elaboró la ruana que los Coguanos obsequiaron al Libertador Simón Bolívar en su segundo paso por este municipio, el 9 de Setiembre de 1827. Así lo comenta don Enrique Robayo, quien aunque no es tejedor, es un aficionado a los tejidos que ama este arte.
 
''''''Los abuelos cuentan que esta tradición continúa hasta nuestros días.''''''''