Diferencia entre revisiones de «Idea imperial de Carlos V»

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Ángel Luis Alfaro (discusión · contribs.)
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Línea 24:
"... Últimamente os encomienda el César a su único hijo, el rey Felipo, a quien os pide que obedezcáis y améis como a vuestro príncipe y señor natural, y hagáis con él lo que siempre habéis hecho con el César, lo cual os pide tanto por su autoridad cuanto por vuestro provecho. ..."<p>
Con esto calló el presidente Bruselas, quedando todos admirados y con los ánimos suspensos, mirándose unos a otros sin hablar, espantados de la
determinación nunca pensada del Emperador. Dolíales dejar un señor que tan valerosa y prudentemente los había gobernado y defendido. Y que los dejase en tiempo que en Francia había un rey tan belicoso y capital enemigo suyo, y cuando aquella nación belicosa, ardía con envidia y odio del bien y riquezas de aquellos Estados, contra la nación flamenca. Y esperando congojados qué fin tendría aquella junta, estaban como atónitos. Lo cual, visto por el Emperador, para más declarar lo que Bruselas había dicho, repitiendo algo de lo referido y añadiendo otras cosas que quiso que allí se entendiesen, levantóse en pie con un palo en la mano derecha, y poniendo la otra sobre el hombro de Guillermo Nasau, príncipe de Orange (que poco después de venido el Emperador inquietó aquellos Estados, revelándose como ingrato contra el rey Felipo) y habló de esta manera: <p>
«Luego sucedió la muerte
«... En lo que toca al gobierno que he tenido, confieso haber errado muchas veces, engañado con el verdor y brío de mi juventud, y poca experiencia, o por otro defecto de la flaqueza humana. Y os certifico que no hice jamás cosa en que quisiese agraviar a alguno de mis vasallos, queriéndolo o entendiéndolo, ni permití que se les hiciese agravios; y si alguno se puede de esto quejar con razón, confieso y protesto aquí delante de todos que sería agraviado sin saberlo yo, y muy contra mi voluntad, y pido y ruego a todos los que aquí estáis me perdonéis y me hagáis gracia de este yerro o de otra queja que de mí se pueda tener.»<p>
de mi abuelo, el Emperador Maximiliano, en el año de diez y nueve de mi
edad, que hace agora treinta y seis años, en el cual tiempo, aunque era muy
mozo, en su lugar me dieron la dignidad imperial. No la pretendí con ambición
desordenada de mandar muchos reinos, sino por mirar por el bien y común
salud de Alemaña, mi patria muy amada, y de los demás mis reinos,
particularmente los de Flandres, y por la paz y concordia de la Cristiandad, que
cuanto en mí fuese había de procurar, y para poner mis fuerzas y las de todos
mis reinos en aumento de la religión cristiana contra el Turco. Mas si bien fue
este mi celo, no pude ejecutarlo como quisiera, por el estorbo y embarazo que
me han hecho parte de las herejías de Lutero y de los otros innovadores herejes
de Alemaña, parte de los príncipes vecinos y otros, que por enemistad y
envidia me han sido siempre contrarios, metiéndome en peligrosas guerras, de
las cuales, con el favor divino, hasta este día he salido felizmente. Demás de
esto hice con diversos príncipes varios conciertos y confederaciones, que
muchas veces por industria de hombres inquietos no se guardaron y me
forzaron a mudar parecer, y hacer otras jornadas de guerra y de paz. Nueve
veces fuí a Alemaña la Alta, seis he pasado en España, siete en Italia, diez he
venido aquí a Flandres, cuatro en tiempo de paz y de guerra he entrado en
Francia, dos en Ingalaterra, otras dos fuí contra Africa, las cuales todas son
cuarenta, sin otros caminos de menos cuenta, que por visitar mis tierras tengo
hechos. Y para esto he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el
Océano de España, y agora será la cuarta que volveré a pasarlo para
sepultarme; por manera que doce veces he padecido las molestias, y trabajos de
la mar. Y no cuento con éstas la jornada que hice por Francia a estas partes, no
por alguna ocasión ligera, sino muy grave, como todos sabéis.
 
«... En lo que toca al gobierno que he tenido, confieso haber errado muchas veces, engañado con el verdor y brío de mi juventud, y poca experiencia, o por otro defecto de la flaqueza humana. Y os certifico que no hice jamás cosa en que quisiese agraviar a alguno de mis vasallos, queriéndolo o entendiéndolo, ni permití que se les hiciese agravios; y si alguno se puede de esto quejar con razón, confieso y protesto aquí delante de todos que sería agraviado sin saberlo yo, y muy contra mi voluntad, y pido y ruego a todos los que aquí estáis me perdonéis y me hagáis gracia de este yerro o de otra queja que de mí se pueda tener.»<p>
Acabó con esto el César, y volviéndose a su hijo el rey don Felipe con abundancia de lágrimas y palabras muy tiernas le encomendó el amor que
debía tener a sus súbditos, y el cuidado en el gobierno, y sobre todo la fe católica, que con tanto fervor habían guardado sus pasados. Y con esto acabó su plática, porque ya no podía tenerse en los pies, que como estaba tan flaco faltábale el aliento para pronunciar las palabras, el color del rostro con el cansancio de estar en pie y hablar tanto, se le había puesto mortal, y quedó grandemente descaído; tan grande era su mal, que es harto notable en edad de cincuenta y cinco años estar tan acabado. Podemos ver en esto cuáles fueron sus cuidados y fatigas, que son las que, como dice el sabio, secan y consumen los huesos, parte más fuerte del cuerpo humano. Oyeron todos lo que el Emperador dijo con mucha atención y lágrimas, que fueron tantas, y los sollozos y suspiros que daban, que quebraran corazones de piedra, y el mismo Emperador lloró con ellos, diciéndoles: «Quedaos a Dios, hijos; quedaos a Dios, que en el alma os llevo atravesados.»|Fray [[Prudencio de Sandoval]], ''Historia de la vida y hechos del