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Memoria traumática en el abuso sexual infantil

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El objetivo del presente trabajo es ofrecer una amplia visión acerca del funcionamiento de nuestra memoria en una situación traumática. En concreto, trataremos el tema de la memoria traumática en el abuso sexual infantil.

Se define el abuso sexual infantil (ASI) como las posibles interacciones sexuales entre un menor de edad y un adulto o entre menores de edad si uno de ellos se encuentra en una posición de poder frente al otro (Hartman y Burgess, 1989).

Según Flores, Huertas y González (1997), el abuso sexual infantil ocurre en muchos casos en un ambiente familiar y/o en un contexto privado. Es difícil que se observe por personas ajenas, siendo probable que los menores se sientan impotentes para desvelar el abuso. Para investigar sobre un posible abuso sexual en un niño hay que centrarse en los llamados indicadores sexuales. Según estos autores, este tipo de conducta tiene consecuencias tanto a corto como a largo plazo. Dentro de las primeras destacamos determinadas conductas sexualizadas (juegos impropios de su edad) y un conocimiento atípico del sexo. 

Asimismo, se producen alteraciones en procesos cognitivos básicos como el aprendizaje, la atención y la memoria. También consideramos importante la culpabilidad que sienten las víctimas. Esta culpabilidad se produce cuando el niño siente placer con el contacto sexual de su agresor, factor que se asocia al trauma en el abuso. Otro aspecto que reflejan Flores et al., (1997) es la depresión como una reacción frecuente en el ASI.

Por otro lado, algunas de las consecuencias a largo plazo pueden derivar en patologías. En adultos se pueden observar conductas como intentos de suicidio, consumo de sustancias o trastornos de personalidad. También podemos encontrar una alta depresión, ansiedad, baja autoestima y trastorno de estrés postraumático (TEPT) (Horno, Santos, Molino, 2001). La edad también influye en las consecuencias del abuso, como veremos más adelante.

Cuando se trata de recordar este tipo de sucesos, se ponen en juego la memoria episódica, la memoria autobiográfica y la memoria traumática.

En primer lugar, la memoria episódica es un tipo de memoria declarativa sobre experiencias autorreferenciales  ocurridas en un momento y un lugar determinado. En cambio, la memoria autobiográfica es un sistema que mantiene el conocimiento acerca del yo experiencial (Conway, 2005). La mayoría de los autores consideran que la memoria autobiográfica forma parte de la memoria episódica (Conway, Rubin, Spinnler y Wagenaar, 1992).

Por otro lado, la memoria traumática es un tipo de memoria que versa sobre sucesos que generan intenso miedo e incluso terror, en los que la persona puede llegar a ver peligrar su integridad física.

Autores como Christianson (1992) o Loftus y Messo (1987) defienden la idea de que se trata de recuerdos vagos en los aspectos periféricos frente a una memoria clara y exacta para los detalles centrales del suceso. Otros autores como Van der Kolk (1996, 1997) o Herman (1992), afirman que los recuerdos en la memoria traumática aparecen fragmentados y asociados a intensas sensaciones táctiles, olorosas, auditivas, etc. 

Porter y Birt (2001) realizaron un estudio con 306 participantes, encontrando que las memorias traumáticas sobre agresiones físicas y sexuales se recuerdan más frecuentemente que otras memorias autobiográficas. También se concluye que estas memorias tienen una difícil recuperación, con muchas emociones implicadas y un gran número de detalles. 

Por otro lado, Manzanero y López (2007) encontraron que estas memorias traumáticas son más complejas, más difíciles de fechar y de expresar verbalmente y dan lugar a pensamientos recurrentes sobre lo ocurrido. Por esto es más probable que las memorias traumáticas den lugar a memorias vívidas y no a memorias reprimidas. Existe mucha controversia en cuanto a la represión del recuerdo. Cuando sucede un hecho desagradable, como es el abuso sexual, lo ocultamos en un lugar inaccesible de nuestra mente. Más tarde, ese recuerdo puede emerger a la conciencia como apuntó Elizabeth Loftus en 1993.

Otro aspecto importante de la memoria traumática es la veracidad del recuerdo, ya que en algunos casos los detalles son creados inconscientemente al intentar recuperarlos con la mayor exactitud posible. De acuerdo con algunas investigaciones (Brown y Kulik, 1977; Pillemer, 1984), tendemos a alterar el origen y la manera en la que accedimos por primera vez a la información. También tenemos que tener en cuenta la temporalidad del recuerdo. Peace y Porter (2007) afirman que los hechos traumáticos se recuerdan mejor a los tres meses de su ocurrencia. 

Una explicación a la difícil recuperación de la memoria traumática podemos extraerla de la teoría del trauma para la traición. Según esta, en determinadas condiciones, las traiciones exigen una “ceguera para la traición”, en la cual la persona agredida no es consciente o no recuerda dicha traición (Freyd, 2003). Asimismo, esta teoría se rige por las siguientes proposiciones:

  • El dolor motiva cambios de la conducta para impulsar la supervivencia.
  • Ocasionalmente se suprime el dolor y la información que lo promueve por la posibilidad de peligro para el individuo.
  • Los humanos son dependientes de quienes los cuidan a través de vínculos.
  • La detección de la traición es una actividad adaptativa que conduce al dolor, el cual, a su vez, impulsa un cambio en la conducta, como la modificación de las alianzas sociales.
  • La detección de la traición puede ser peligrosa cuando los cambios en la conducta amenazan las relaciones de dependencia, los vínculos. Con el fin de suprimir en esos casos la reacción natural a la traición, se producen los bloqueos del procesamiento mental de la información.
  • Los mecanismos cognitivos que subyacen a estos bloqueos son disociaciones normales, están conectados o integrados.

Esta ceguera para la traición puede ser adaptativa en cuanto a que el olvido puede evitar un posible trauma, aunque en otras ocasiones es inevitable. 

 
Mapa Conceptual

En cuanto al trauma infantil, Lenore Terr (1991, 1994) ha señalado que puede dividirse en dos grupos: los que se repiten a lo largo del tiempo y los que no. Los que se repiten (tipo I) son producidos por conmociones repentinas, mientras que los segundos (tipo II), suponen la negación y la atenuación, la autohipnosis y la disociación de la rabia. Terr también observa que los niños que experimentan este segundo tipo pueden olvidar segmentos completos de su infancia. Así pues, podemos suponer que los traumas que suceden una única vez son más fáciles de olvidar. No obstante, es importante destacar que los niños víctimas de abusos sexuales tienen más probabilidades de recordar el suceso si fueron abusados por extraños que si lo fueron por alguien conocido, un igual o un miembro de la familia.

En los abusos sexuales a niños muy pequeños, es difícil estudiar la memoria traumática, ya que estos hechos suelen estar afectados por la amnesia infantil (Van der Kolk y Fisler, 1995). La amnesia infantil es el producto de la ausencia de memoria episódica, que es la encargada de generar los recuerdos (Sala & Falcón, 2001). Esta memoria episódica no parece estar desarrollada hasta la edad de tres a cinco años. Durante este periodo, el niño desarrolla el concepto de tiempo y la capacidad para discriminar entre realidad y fantasía, el juicio moral, el desarrollo emocional y su capacidad de empatía.

Además de estos procesos que van adquiriendo los niños, Howe & Courage (1997) hablan en su trabajo de cómo hasta que no se produce el desarrollo del YO cognitivo (aproximadamente hacia los 24 meses), el niño no es capaz de codificar experiencias en términos de YO. Estas primeras experiencias establecen la base del conocimiento autobiográfico. 

Por otro lado, sabemos que los niños hasta los 3-4 años no desarrollan la teoría de la mente. Este concepto se refiere a la habilidad para comprender y predecir la conducta de otras personas, sus conocimientos, sus intenciones y sus creencias (Tirapu-Ustárroza, Pérez-Sayesa, Erekatxo-Bilbaoa, & Pelegrín-Valerob, 2007). En otras palabras, les capacita para entender otras perspectivas y ponerse en el lugar de otra persona, lo que es imprescindible para que se instaure la memoria episódica y los niños puedan empezar a atribuir los recuerdos.

Existen numerosas teorías sobre las causas de la amnesia infantil: desde Freud (1915/1957), que nos habla de la represión del material recordado por el niño en su teoría psicodinámica, hasta Waldfogel (1948), quien argumentó que la habilidad para codificar los sucesos en la memoria es simplemente una parte del desarrollo intelectual. Otras teorías más recientes enfatizan el papel del desarrollo de las habilidades lingüísticas y de la interacción social (Conway & Pleydell-Pearce, 2000).

En esta línea, encontramos que el lenguaje, que hasta los tres años suele ser escaso, limita la capacidad para comprender las tareas y la habilidad para describir un hecho o a una persona.

Además, el desconocimiento que los niños tienen de lo que es una conducta sexual no les ayuda a diferenciarlo de otras que puedan tener con ellos los cuidadores. Así, el papel que juegan las personas que rodean al menor una vez se ha producido el hecho, son determinantes. Estas personas (policías, médicos, familiares, etc.) ejercen una autoridad para el menor y lo que ellos digan pesará mucho en la posible reconstrucción que los niños hagan de lo ocurrido (Schade, 2013). Esto podría llegar a generar falsos recuerdos, de modo que debemos cuidar el lenguaje a la hora de entrevistar a estos menores. De esta manera, lo que se pretende es conseguir la mayor información de lo ocurrido sin inducir falsas memorias que puedan introducir sesgos (Sala & Falcón, 2001).

En definitiva, el recuerdo que genera una situación de abuso sexual infantil es muy difícil de identificar. Es diferente en cada caso y, como hemos visto, depende de la edad del niño. Por sus características, los menores son más vulnerables a la hora de sufrirlos, pero también a la hora de recordarlos. Y ahí es donde entra en juego nuestro trabajo; porque solo conociendo los mecanismos que subyacen al recuerdo del trauma podremos entender cómo funciona nuestra memoria en estas situaciones.   

Referencias bibliográficas:

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Brown, R., & Kulik, J. (1977). Flashbulb memories. Cognition, 5(1), 73-99.

Christianson,S.A.(1992): Emotional stress and eyewitness memory: A critical review. Psychological Bulletin, 112, 284-309.

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Conway, M. A., Rubin, D. C., Spinnler, H., & Wagenaar, W. (1992). Theoretical perspectives on autobiographical memory.

Conway, M. A. (2005). Memory and the self. Journal of memory and language, 53(4), 594-628. 

Flores, J. C., Huertas, J. A. D., & González, C. M. (1997). Niños maltratados. Ediciones Díaz de Santos.

Freud, S. (1957). Repression. In C. M. Baines & I. Strachey (Trans.) and J. Strachey (Ed.), Thestandard edition of the complete psychological works of Sigmund Freud (Vol. 14). London: Hogarth Press. (Original work published 1915).

Freyd, J. J. (2003). Abusos sexuales en la infancia: la lógica del olvido. Ediciones Morata.

Hartman, C.R., y Burgess, A.W. (1989). Sexual abuse on children: Causes and consequences. En D. Cichetti y V. Carlson (comps.): Child Maltreatment: Theory and research on the causes and consequences of child abuse and neglect. Cambridge: Cambridge University Press.

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Waldfogel, S. (1948). The frequency and affective character of childhood memories. Psychological