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Las masculinidades alternativas se caracterizan por ser un modelo crítico con la masculinidad hegemónica o tradicional que invita a los hombres a cuestionarse cómo han sido construidos socialmente y a formar parte de manera activa del movimiento feminista para conseguir la igualdad efectiva entre géneros.

Orígenes

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El movimiento de hombres que cuestiona la masculinidad hegemónica —lo que actualmente se denomina masculinidades alternativas, hombres igualitarios, nuevas masculinidades…— se inicia a partir de los años 80 con los Men’s studies o estudio de género masculino. Estos se desarrollan principalmente en los países anglosajones y rompen con la práctica de analizar únicamente a las mujeres en los estudios de género.[1]​ Algunos investigadores, como el psicólogo Darío Ibarra, señalan los orígenes de las masculinidades alternativas en los feminismos y el movimiento de liberación LGTB. El objetivo máximo de los feminismos, al igual que el de las masculinidades alternativas, es deconstruir los géneros y acabar con el sistema patriarcal —que también es perjudicial para los hombres— para así lograr una sociedad justa e igualitaria. Asimismo, el movimiento de liberación LGTB, visibiliza y reivindica otras formas de existir dentro del espectro sexo-género, lo que entra en oposición directa con la masculinidad hegemónica. Por otro lado, Àngels Carabí, profesora de literatura norteamericana y cofundadora del centro Dona i Literatura, también señala la influencia de aquellos hombres que en los años 70 participaban en los trabajos domésticos y de cuidados, un rol que históricamente siempre han desempeñado las mujeres.[1]​ Todo ello cuestiona la masculinidad dominante como única forma válida de ser hombre. Las masculinidades alternativas surgen gracias a estas tensiones que propiciaron una crisis —al menos epistemológica— del modelo de masculinidad hegemónica.

Definiciones y contexto

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Como se ha señalado en el apartado anterior, las masculinidades alternativas aparecen a partir de los cuestionamientos de un modelo social dominante muy rígido que no permite a las personas crecer y existir de forma libre, sino que las obliga a construirse bajo unos mandatos de género binarios y muy violentos que se definen a partir del sexo que se nos asigna al nacer en función de los genitales. La construcción de género se enseña en la familia, en la escuela, la religión, la sociedad en general…[1]​ Impregna cada aspecto de nuestras vidas y esta enseñanza se transmite incluso antes de haber nacido. A partir de esta socialización, las personas aprendemos lo que es “correcto” y lo que no según nuestro género; y a pesar de que es una construcción cultural, se percibe como algo natural e inmutable. Esta transmisión y naturalización contribuyen a preservar intacto el patriarcado y a reproducir modelos tan dañinos como el de la masculinidad hegemónica. El antropólogo Chema Espada define esta masculinidad como “una serie de doctrinas que privilegian a algunos hombres al vincularlos con ciertas formas de dominio (…); configura formas victoriosas de ser hombre, y como consecuencia, marca otras expresiones masculinas como inadecuadas o inferiores”.[1]​ De igual modo, el experto en género y salud mental Luis Bonino explica que la masculinidad hegemónica es “la configuración normativizante de prácticas sociales para los varones predominante en nuestra cultura patriarcal, con variaciones pero persistente. (…) Relacionada con la voluntad de dominio y control, es un corpus construido sociohistóricamente, de producción ideológica, resultante de los procesos de organización social de las relaciones mujer/hombre a partir de la cultura de dominación y jerarquización masculina”. Así pues, la masculinidad hegemónica está muy vinculada con la fuerza, la violencia —que en muchas ocasiones se utiliza para expresar emociones o sentimientos que han sido reprimidos— y la dominación.

Las masculinidades alternativas entienden que esta masculinidad dominante es un constructo social y que se puede deconstruir; buscan desaprender los roles de género incorporados y naturalizados a lo largo de la historia.[2]​ Estos grupos exploran formas de ser hombre en las cuales el poder no sea sinónimo de opresión[3]​ e intentan corregir prácticas que sustenten el machismo y la violencia. Por ejemplo, esto conlleva que “los hombres puedan hablar de sus problemas, llorar y expresar sus sentimientos, denunciar violencias contra ellos y no asumir el papel del único proveedor familiar”.[4]​ Por consiguiente, las masculinidades alternativas reconocen la responsabilidad de los hombres en la conservación de las desigualdades y ellos mismo fomentan el activismo social centrado en la igualdad, crean grupos de reflexión de hombres para deconstruir modelos machistas y patriarcales, y analizan cómo este sistema es perjudicial también para ellos.[1]​ Desde esta perspectiva y como señala Boscán, “la masculinidad debe constituirse desde distintas opiniones, tanto masculinas como femeninas, además de plantearse como una concepción abierta, plural, flexible y dinámica que permita integrar los diferentes modos de expresar la masculinidad”. También, la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (AHIGE) apuntan que este colectivo “colabora en la construcción de personalidades más justas, solidarias y no discriminatorias, aporta a la superación del machismo creando modelos masculinos alternativos al tradicional, genera mayor capacidad para gestionar las emociones, la autoestima y la seguridad en uno/a mismo/a, contribuye a una sexualidad más completa y satisfactoria, así como a una paternidad más cercana, responsable y solidaria, generando también formas nuevas de relacionarse”.[1]​ A pesar de la relevancia de los principios de este grupo y la contribución que supondría para la igualdad su puesta en práctica, este modelo cuenta con muy pocos hombres que lo apliquen. Como señala el psicólogo Rubén Sánchez en una entrevista[5]​, en las manifestaciones del Día Contra la Violencia de Género o el Día de la mujer, la participación masculina es de aproximadamente un 5%; datos que no mejoran en las concentraciones que se celebran el 21 de octubre con motivo del Día Internacional de los Hombres contra la Violencia de Género. Como se ha explicado anteriormente, los mandatos de género enseñan a cómo ser mujer u hombre de forma “correcta” y las personas que no siguen la norma suelen sufrir violencia. Esta podría ser una de las razones de la baja participación: la presión social que sufren los hombres que luchan contra el machismo y reconocen cómo la masculinidad tradicional contribuye a preservar un sistema de género desigual.

Referencias

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  1. a b c d e f Iglesias, Patricia Cardeñosa; Urrutxi, Leire Darretxe; Arizti, Nekane Beloki (4 de marzo de 2021). «Masculinidades alternativas: un modelo para alcanzar la transformación desde la educación social». Ciencia y Educación 5 (1): 147-158. ISSN 2613-8808. doi:10.22206/cyed.2021.v5i1.pp147-158. Consultado el 14 de octubre de 2021. 
  2. Laura Valls Panadero (26 de febrero de 2019). masculinidades-que-son-y-como-trabajarlas-en-7-sencillos-pasos_255_102.html «Nuevas masculinidades: qué son y cómo trabajarlas en 7 sencillos pasos». Homuork. 
  3. Àngels Carabí y Josep M. Armengol, ed. (2015). «Masculinidades alternativas en el mundo de hoy». Barcelona: Icaria. 
  4. Tiempo, Casa Editorial El (22 de marzo de 2018). «#Degeneradas ¿quién va a querer tener sexo tras 16 horas de trabajo?». El Tiempo (en spanish). Consultado el 14 de octubre de 2021. 
  5. Tramullas, Gemma (24 de noviembre de 2012). «Rubén Sánchez: «El feminismo me ha hecho mejor hombre y persona»». elperiodico. Consultado el 14 de octubre de 2021.