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Sixto Ospino Núñez

Sixto Ospino Núñez
Información personal
Nacimiento 9 de agosto de 1903
Tenerife, Colombia
Fallecimiento

22 de noviembre de 1978

(75 años)
Valledupar, Colombia
Causa de muerte Cáncer de próstata
Nacionalidad Colombiana
Religión Ninguna
Familia
Padres Juana Núñez y Misael Ospino
Cónyuge Carmen Amaya (Guateque, 1920-Valledupar, 2019)
Hijos Natalicio (1920-2015), Jóvita (1922-2002), Juana (1941), Danny (1943), Sixto II (1946), Lénida (1948), Rosa (1951), Gustavo (1953), Carmen (1958), Milagros (1961)
Educación
Educación Básica y formación marxista
Información profesional
Ocupación Jornalero, vigilante, representante sindical
Conocido por Sobrevivir a los ataques del ejército colombiano en la masacre de las bananeras: auspiciada por la United Fruit Company
Triunfos Convenio colectivo digno. Adquisición de solares para los obreros de la construcción de carreteras

Sixto Ospino Nüñez (Tenerife, 6 de agosto de 1903-Valledupar, 22 de noviembre de 1978) fue jornalero, activista, líder sindicalista. Sobreviviente de la masacre de las bananeras perpetrada por el ejército colombiano en Ciénaga. Masacre que se cobró la vida de 47 a 1 800 manifestantes en 1928, dando inicio al terrorismo de Estado en Colombia.

Entre otras facetas, destacaron su carácter conciliador y excelente oratoria. Al igual que su labor altruista como transportista de vacunas contra la malaria, maestro en plantaciones recónditas, mediador en los terrenos otorgados a obreros de la construcción de carreteras en Valledupar (Colombia).



Biografía

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Sixto Ospino Núñez nació a orillas del río Magdalena el 6 de agosto de 1903. Hijo de un humilde pescador y huérfano de madre, apenas cursó estudios básicos en la escuela municipal de Tenerife (Magdalena). Ateo convencido pese a haber sido monaguillo.

Tras una breve relación con Elisa Hernández, madre de sus primogénitos Natalicio (n.1920) y Jóvita (n.1922), se vio obligado a asumir la paternidad en la distancia. Debido a la fuerte demanda de jornaleros para el cultivo del banano, Sixto Ospino se embarcó río Magdalena arriba en busca de trabajo, deambulando de una plantación a otra bajo el implacable sol del Caribe.

Poco a poco se fue implicando en los movimientos sociales que surgieron a raíz de las pésimas condiciones laborales impuestas por la United Fruit Company (UFCO).[1]​ Ante tal ambiente de explotación y con solo 25 años, Sixto Ospino participó en la huelga obrera de 1928, siendo testigo directo de la matanza ocasionada por el ejército colombiano en Ciénaga.[2]

El único líder político capaz de condenar semejante crimen fue Jorge Eliecer Gaitán, cuya Comisión de investigación descubrió fosas comunes y un cementerio flotante en el mar Caribe.[3]​ Si bien dicho episodio sangriento fue inmortalizado por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad,[4]Eduardo Galeano también se hizo eco de la multinacional en Las venas abiertas de América Latina.[5]

Testimonio

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La hazaña gestada por Sixto Ospino aquella noche nos permite conocer de primera mano su verdadero rigor histórico: Fue uno más de los 3 000 manifestantes congregados en la plaza de la Estación de Ciénaga, a la espera de que el gobernador del Magdalena, Núñez Roca, y el gerente de la multinacional, Thomas Bradshaw, portaran un comunicado favorable a sus peticiones.[6]​ Con todo, el único comunicado que se oyó fue de boca del general Carlos Cortés Vargas declarando el estado de sitio. Ante la negativa del pueblo de no dispersarse, ordenó abrir fuego indiscriminadamente, acallando así las voces de la población civil que gritaba: «¡Viva Colombia!» «¡Viva la huelga!».

Más que una plaza abarrotada, parecía un auténtico baño de sangre del que todos intentaron huir a la desesperada. Tal confusión y alboroto propiciaron que Sixto Ospino cayera al suelo simulando estar muerto, para luego arrastrarse sigilosamente entre cuerpos inertes, cubiertos de sangre. De repente, avistó una acequia donde lavarse sin advertir de que una bala había rozado levemente su pierna derecha. Sin más, se echó al monte y desde su refugio se escucharon gritos, además del sonido de las ametralladoras. Al día siguiente regresó al lugar del crimen completamente exhausto, perplejo, frente a un escenario plagado de barbarie; cadáveres, llanto, verdugos.[7]

Finalmente se percató de que no era el único sobreviviente, otros camaradas del comité de huelga habían hecho lo propio. Y juntos lucharon por garantizar los derechos laborales hasta lograr una huelga más organizada y fructífera en 1934. Gracias a las ideas marxistas de Erasmo Coronell Carmona, Bernardino Guerrero —líderes de la huelga asesinados durante la masacre—, Ignacio Torres Giraldo y María Cano —miembros fundadores del Partido Socialista Revolucionario PSR—, Sixto Ospino fue adquiriendo mayor conciencia política y social.[8]​ Con el enorme privilegio de haber conocido a María Cano: acérrima defensora de los derechos de la mujer.

Compromiso social y familiar

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Al militar en un partido perseguido por el Gobierno, Sixto Ospino no tuvo más remedio que vivir huyendo. En calidad de líder sindicalista[9]​ y secretario de Ignacio Torres Giraldo, a Sixto Ospino le aguardaron meses de travesía, estudios y congresos del partido tanto en Cuba como en Europa, con escala obligada en Moscú. Aquellos años 30 le permitieron nutrirse del más puro fervor revolucionario y de camaradería difundidos por el régimen comunista entre sus partidarios.[10]​ Llegada la hora de volver a la clandestinidad, se refugió en el estado venezolano de Zulia, donde fue contratado como capataz. Allí se dedicó a alfabetizar a los temporeros de uno u otro lado de la frontera a fin de que no se dejaran engañar.

Con sus ahorros logró comprar una finca a las afueras de Aracataca destinada al cultivo de banano, yuca, sésamo. Entre tanto viaje a los congresos del partido en Bogotá, en 1940 conoció a su joven esposa Carmen Amaya: mujer infatigable, muy arraigada a sus costumbres andinas. En 1949 se estableció en Valledupar tras malvender la finca de Aracataca y salir huyendo una vez más, con cuatro retoños y su santa esposa. Tal fue el grado de respeto y agradecimiento que le profesó a su mujer, que jamás le reprochó el hecho de que quemara sus comprometidos libros, cartas, periódicos y manifiestos comunistas en la hoguera: con el único y noble pretexto de salvaguardar a los suyos. En términos actuales, Sixto Ospino sería uno de los tantos desplazados que abundan en Colombia, de esos que luchan estoicamente por la supervivencia de su familia. A tenor de sus palabras, en 1952 un joven Gabriel García Márquez visitó Valledupar como vendedor ambulante de enciclopedias y libros de medicina.[11]​ Sin pasar por alto el kiosco de comida regentado por los Ospino Amaya. Ajeno a que algún día serían sus propios libros los más vendidos en lengua española.

Sixto Ospino se jubiló de celador y dirigente sindical en las instalaciones de la Zona Carretera a la edad de 70 años. Fiel a su partido, nunca faltó a la cita con la junta directiva los domingos por la mañana. Poseedor de un talante descomunal, este temporero hecho a sí mismo y de carácter afable fue capaz de poner de pie a todo un auditorio entre aplausos y vítores. Murió 5 años más tarde tras ser operado de cáncer de próstata. Su mujer lo sobrevivió 41 años, bajo la prudencia y lealtad que la hicieron única, ya que pasó la vida entera dedicada en cuerpo y alma a su marido errante, 8 hijos y sucesivas generaciones.


Origen del conflicto

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Tras la independencia de las colonias americanas en la primera mitad del siglo XIX, muchos forasteros recalaron allí en busca de fortuna o mejores oportunidades de vida.[12]​ Tal y como relata la colombianista Catherine Legrand en El conflicto de las bananeras: La falta de capital de los agricultores locales para invertir en infraestructura, redundó en que la compañía de Minor Cooper Keith adquiriera el 80% de la industria bananera a nivel internacional, además de extensos latifundios concedidos a precios irrisorios, o bien de forma fraudulenta. Con la concesión del ferrocarril en Guatemala, Costa Rica, Honduras y posteriormente en Santa Marta, Keith amasó una inmensa fortuna que reinvirtió, entre otras cosas, en una extensa flota de 90 barcos a vapor con capacidad para transportar 65 millones de racimos de bananas al año a Norteamérica y Europa. De tal modo que su vasto imperio —dotado de 1 383 485 hectáreas: 76 612 destinadas al cultivo del banano— se convirtió en la actividad más lucrativa del Caribe desde la trata de esclavos. En 1929 el puerto de Santa Marta llegó a exportar 10,3 millones de racimos (7% del PIB): el tercer productor mundial de bananas.[1]

La fiebre del banano atrajo tal marea humana que terminó inundando plantaciones, puerto, comercios y ferrocarril. Al principio los salarios de la multinacional eran más altos que los nacionales, a cambio de jornadas maratonianas entre finca y finca, ya que la fruta ni se corta ni se empaqueta ni se transporta a diario. La demanda de mano de obra era tan fluctuante que la compañía optó por el sistema a destajo, es decir, pagando por trabajo cumplido. Sin embargo, las mejoras laborales promulgadas por el Gobierno fueron ignoradas frente al sistema de subcontratación establecido, alegando que carecía de relación contractual con los empleados[13]​. Sin renunciar a descontarles el 2% en concepto de un servicio hospitalario deficiente y deplorable, al mismo tiempo que se jactaba de invertir en la investigación contra la malaria.

Por todo ello, el comité de los trabajadores emitió el siguiente pliego de peticiones: (1) seguro colectivo (2) compensación de accidentes laborales (3) viviendas higiénicas y domingos libres (4) subida salarial (5) suprimir comisariatos (6) abolir préstamos con vales (7) pago semanal en efectivo (8) abolir el sistema de subcontratación (9) hospitales en todas las zonas. Lejos de revertir los beneficios en el bienestar de sus empleados, la UFCO los sometió al peor de los estados de explotación con el beneplácito de las autoridades locales. De ahí que el término “república bananera” —acuñado en 1904 por O. Henry en un cuento satírico— no solo alude a Gobiernos corruptos, sino a multinacionales que sistemáticamente vulneran los derechos humanos. Predispuestas a poner y a quitar gobernantes, según sus intereses. No en vano la UFCO primero ostentó el poder económico y luego el político.

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Además de causar cuantiosas pérdidas materiales, el huracán de 1927 consiguió tensar aún más la situación de injusticia e incertidumbre provocada por la creciente inseguridad laboral e indignación popular. En lugar de aprovechar la ocasión para lavar su pésima imagen, la compañía se negó a conceder créditos a los damnificados: motivo más que suficiente para que el pueblo exigiera la inmediata nacionalización del ferrocarril y los canales de riego. El hecho de que el 90% de la mano de obra fuera netamente colombiana, compartiendo la misma lengua y el mismo dios, contribuyó a forjar un enorme espíritu de unidad entre los obreros, como consecuencia de las malas praxis de la UFCO. Es más, mientras las escuelas escasearon hasta pasado 1930, los prostíbulos con sello criollo, italiano, palestino, sirio proliferaron por doquier. Ni qué decir de los dormitorios hacinados sin ventilación e insalubres, provistos de meras esteras de hojas de banano invadidas por chinches. Lo cual contrastaba con las cómodas casas ajardinadas, dotadas de piscina y canchas de tenis de los administradores de la compañía estadounidense.

Modificar el cauce de los ríos para riego, causante de sequías en verano e inundaciones en invierno, alentó el espíritu nacionalista entre algunos burgueses. Por fin jornaleros y agricultores del partido liberal se unieron con las esperanzas puestas en la inminente fecha de expiración de la concesión ferroviaria (1925). Aunque la espera se prolongó un lustro más, ya que ni siquiera las órdenes de Bogotá lograron frenar a la todopoderosa multinacional. Los comerciantes también se sumaron a la huelga debido a la competencia desleal de los economatos —abastecidos de mercancías exóticas cada vez que la flota atracaba en puerto—. Además de proporcionar carne fresca gracias a su propia explotación ganadera. Incluso los pequeños agricultores que antes se habían beneficiado de la influencia de la compañía, discreparon de su poder de monopolio, contrato de exclusividad de 5 años y el derecho a rechazar la fruta de baja calidad. Sin asumir responsabilidades en caso de huelga, guerra o desastre natural. De hecho, cuando los proveedores locales intentaron negociar con la competencia, se les amenazó con cerrar el agua de riego, desestimar préstamos, emprender acciones legales o embargar la fruta. Hasta conseguir que la empresa en cuestión quebrara.[14]

Labor sindical

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En 1926 surgió el primer sindicato independiente creado por dos inmigrantes españoles, un italiano y un lugareño de ideas revolucionarias llamado José Garibaldi Russo. Ese mismo año, María Cano e Ignacio Torres Giraldo participaron en la fundación del Partido Socialista Revolucionario en Bogotá y emprendieron un largo viaje a zonas donde la inversión extranjera reinaba a sus anchas. In situ se percataron de la falta de derechos laborales y la presión ejercida sobre los trabajadores; a quienes trasmitieron su ideario antiimperialista inspirado en la Revolución rusa. La organización de pequeños comités de huelga y asambleas corrió a cargo de Raúl Eduardo Mahecha, con experiencia previa en organizar a los obreros de la Tropical Oil Company en Barrancabermeja, y de Alberto Castrillón.[15]

En octubre de 1928 se presentó un pliego de peticiones en Santa Marta con copia al presidente Miguel Abadía Méndez, pese a la negativa del gerente Thomas Bradshaw a recibirlos, alegando la inexistencia de contrato vinculante entre ellos. La compañía no solo se vio amenazada por los agitadores, sino también por la fuerte competencia establecida en Centroamérica. Se especuló, además, que el producto colombiano empezaba a ser menos rentable por su peso inferior al resto. ¡Había que reducir costes de producción a toda costa!

Archivo:Sixto Ospino 0.jpg
Portada de LA PRENSA (izq.) y telegrama del embajador de EE.UU a Washington sobre el número de muertos (más de 1 000)

Sin más, el 12 de noviembre se consensuó el cese de cualquier tipo de actividad en las plantaciones bajo el lema: «Por el obrero y por Colombia». La unión de la clase obrera fue capaz de contagiar su espíritu reivindicativo y solidario a los pequeños comerciantes: dispuestos a suministrarles alimentos hasta el final. Desde la finca Cauca, Sixto Ospino se empleó bien en convencer a las masas en busca de mayor apoyo popular. Los esquiroles no se hicieron esperar, ni tampoco el sabotaje perpetrado por la muchedumbre enfurecida que procedió a destruir cosechas, picar la fruta ya recogida y a bloquear el paso del ferrocarril.[16]

Ciénaga se convirtió así en el epicentro de la huelga de 1928: símbolo de la lucha obrera. Aunque, ni siquiera la colaboración de operadores y telegrafistas, revelando información confidencial logró evitar tan innecesario derramamiento de sangre (47-1 800 asesinados, en función de las fuentes consultadas). En honor a la memoria histórica, cada vida truncada o encarcelada encarnó las conquistas laborales de sus compatriotas.[17]​ La cantidad ingente de manifestantes (16 000-32 000) que secundó la huelga durante los 23 días que pusieron en jaque al Tío Sam, fue un hecho sin precedentes en Colombia desde el genocidio del Putumayo. Sus consecuencias letales sirvieron de detonante a la violencia que ha asolado a la nación hasta nuestros días.[18]

Acuerdo fallido

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La simple petición del comité de los trabajadores para mejorar la vivienda, construir hospitales, establecer pago semanal, eliminar vales, ligera subida salarial... fue puesta sobre la mesa de negociación el 24 de noviembre de 1928 por los representantes de la Oficina General de Trabajo enviados desde Bogotá para mediar en el conflicto. Aunque a la hora de firmar el acuerdo, la compañía adujo que este había sido ratificado con el Gobierno y no con los trabajadores. Y no se haría efectivo hasta que no se reincorporaran a sus puestos de trabajo. Asimismo, se opuso a la subida salarial argumentando que se destinaría al consumo de alcohol, prostitutas o juego. No deja de ser paradójico que los mismos representantes del ministerio de Industria, que al principio apoyaron la negociación, al final auparon a la multinacional a contratar esquiroles pocos días antes de que se produjera el fatídico desenlace.

Fracaso de la huelga

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Un negocio tan lucrativo y extendido por toda la región Caribe, no dependía exclusivamente de las operaciones realizadas en suelo colombiano. Del mismo modo que los recién creados movimientos obreros carecían de experiencia, visión organizativa, infraestructura, apoyo gubernamental.[19]​ De hecho, ciertos líderes del PSR consideraron que la huelga había sido convocada con demasiada precipitación. El telegrama exprés enviado por Thomas Bradshaw al presidente de la república puso de manifiesto que el derecho a huelga se había interpretado como un acto de hostigamiento, vandalismo, sublevación, desorden público. Por tanto, la respuesta militar no se hizo esperar. Sin obviar el abuso de poder, autoridad, falta de escrúpulos por parte de la multinacional y del general Carlos Cortés Vargas, cuya versión ante los tribunales lo absolvió de toda responsabilidad bajo el argumento: «De no haber dado la orden de disparar, las tropas estadounidenses, a punto de desembarcar en Colombia, habrían invadido la nación». Como premio fue ascendido a director de la Policía nacional. Testigos aseguraron que los humildes soldados, de repente, disponían de mucho dinero en efectivo a la vez que el general Cortés Vargas se dejaba seducir por orgías y banquetes ofrecidos por la compañía.

Referencias

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  1. a b LeGrande, Catherine (1989). El conflicto de las bananeras. Planeta Colombiana. pp. 183-217. ISBN 958-614-256-6. 
  2. Arango Zuluaga, Carlos (1981). Sobrevivientes de las bananeras (1a edición). Bogotá: Ediciones ECOE. p. 183. ISBN 958-9074243. 
  3. Calvo Ospina, Hernando (16 de diciembre de 2010). «En 1928, le massacre des bananeraies en Colombie» (en francés). monde-diplomatique. Consultado el 14 de noviembre de 2020. 
  4. García Márquez, Gabriel (1967). Cien años de soledad. Buenos Aires: Sudamericana. p. 471. ISBN 84-376-0494-X. 
  5. Galeano, Eduardo (16 de julio de 2009). Las venas abiertas de América Latina (26 edición). México: Siglo XXI. p. 384. ISBN 978-968-232-557-1. 
  6. Pérez Caballero, Alfredo (2014). «Lucha sindical en el Caribe colombiano». Consultado el 14 de noviembre de 2020. 
  7. «Cómo se cuentan los sucesos». Wordpress. 2005. Consultado el 14 de noviembre de 2020. 
  8. «La masacre de las bananeras». Revista. Credencial Historia. septiembre 2016. Consultado el 14 de noviembre de 2020. 
  9. «80 Aniversario de la masacre». Revista. El Revolucionario. 8/10/2008. Consultado el 14 de noviembre de 2020. 
  10. Torres Giraldo, Ignacio (octubre 2005). «Cincuenta meses en Moscú». literaria. Universidad del Valle. Consultado el 14 de noviembre de 2020. 
  11. García Márquez, Gabriel (25 de diciembre de 2017). «Vendedor de enciclopedias». CentroGabo. Consultado el 14 de noviembre de 2020. 
  12. Reclús, Elisée (1990). Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta. Barcelona: Laertes. p. 195. ISBN 84-7584-127-9. 
  13. Bucheli, Marcelo (1/2/2005). Bananas and Business: The United Fruit Company in Colombia, 1899-2000. NYU Press. p. 254. ISBN 978-0814799345. 
  14. LeGrande, Catherine (1989). El conflicto de las bananeras. Bogotá: Planeta Colombiana. p. 183-217. ISBN 958-614-256-6. 
  15. «Ignacio Torres». wikipedia. Consultado el 15 de noviembre de 2020. 
  16. «Testimonio Sixto Ospino». wikipedia. Consultado el 15 de noviembre de 2020. 
  17. «Cómo se cuentan los sucesos». wordpress. 2005. Consultado el 15 de noviembre de 2020. 
  18. «80 Aniversario de la masacre». Revista. El Revolucionario. 6/12/2008. Consultado el 14 de noviembre de 2020. 
  19. White, Judith (1978). Historia de una ignonímia: La United Fruit Co en Colombia. Bogotá: Presencia Colombiana. p. 126.