Francisca Javiera del Valle

Francisca Javiera del Valle

Vida. Nació en Carrión el 3 de diciembre de 1856 en el seno de una familia pobre que por tradición se dedicaba al oficio de la sastrería. Recibió una educación escolar muy precaria hasta los doce años, edad a la que empezó a trabajar junto con su madre, en un taller de costura. De esta formación deficiente le quedó para toda la vida una ortografía anárquica, aunque esto no influyó tanto en su dicción castiza, clara, ni en el hábito de la lectura, que fue lo que suplió y enriqueció su propia cultura, fuera de lo normal para una mujer de su tiempo. Desde muy joven sintió una fuerte llamada a la vida espiritual, sobre todo desde lo que ella llama la conversión al servicio divino (del 16 de junio de 1874 al 21 de febrero de 1875), una circunstancia que ya marcó para siempre su vida. Estuvo guiada por una dirección espiritual de sacerdotes y jesuitas muy estricta y acompañada por ciertos fenómenos extraordinarios que repercutieron en el ambiente del pueblo. Bien pronto se encontró con el problema de discernir su propio espíritu y hasta de tener que orientar la elección de vocación, no tanto de acuerdo con su gusto personal cuanto con lo que consideraba la llamada de Dios. Años más tarde, cuando comenzó el relato de su vida pasada, ella reconoció que lo extraordinario había sido la predilección divina, que experimentó desde su niñez. El trato con los jesuitas se hizo más intenso desde que empezó a trabajar como costurera del colegio que tenían en el mismo Carrión. Sólo uno de ellos, Hipólito Ibeas (1844-1902), que se dedicaba preferentemente a misiones populares por la diócesis palentina, fue el director espiritual que imprimió huella en el proceso de su vida espiritual. Le ofreció una norma de vida para el peculiar estilo que ella quería conducir, y le mandó dar cuenta periódicamente, incluso hasta de la vida pasada. Por eso, los años de dirección espiritual del P. Ibeas (1880-1902) fueron decisivos para la configuración definitiva de su vida: renunció a la vida religiosa, realizó su vocación en el mundo, en la soledad de su casa, con una afiliación espiritual a la Compañía de Jesús, de la que se consideró siempre miembro, y, sobre todo, fueron años de intensa actividad literaria, principalmente de carácter autobiográfico, pero sin excluir otro tipo de géneros literarios y otros posibles lectores fuera de su director espiritual, como es el caso de La vida interior. Desde 1918, año en que abandonó el costurero de los jesuitas (no su dirección espiritual: PP. Jerónimo Seisdedos y Nazario Pérez), su vida giró en torno a los mismos ideales, pero acompañada por otro trabajo, el de la huerta, que le permitió continuar su vida de soledad. Su actividad literaria después de la muerte del P. Ibeas tuvo una considerable ampliación, llegando incluso hasta pensar en la publicación de algún escrito; de esta época son el Silabario de la Escuela Divina y el Decenario al Espíritu Santo. Pero el periodo netamente autobiográfico de las cuentas de conciencia quedó limitado a la etapa de la dirección del P. Ibeas.

Al final de su vida, cuando a los sesenta y tantos años fue despedida del taller de costura, perdiendo en silencio incluso su máquina de coser, proyectó y puso por obra marchar a México con unas religiosas, llamadas de la Cruz, que regresaban a su país después de haber vivido refugiadas en Carrión de los Condes, durante la época más cruda de la persecución. Las monjas embarcaron sin esperarla, pensó luego irse con otras monjas mexicanas Concepcionistas Jerónimas, pero finalmente permaneció en su pueblo, sin adoptar ninguna forma de vida religiosa canónica, y dedicada al cultivo de unas huertas que hubo de arrendar para vivir. La vejez de Francisca Javiera estuvo marcada por una vida sencilla, sin fenómenos llamativos, ensimismada en el trabajo, con preocupaciones humanas por ayudar a la gente, sobre todo a religiosos y sacerdotes. Había llegado a la cumbre de la vida espiritual, y ahora se conducía dentro de una absoluta simplicidad, aunque con no menos intensidad. Murió el 29 de enero de 1930 rodeada de carmelitas descalzas, que vinieron a fundar a Carrión, en la casa de D.ª María Ballesteros, su amiga íntima, lugar en el que transcurrió buena parte de su jornada durante los últimos años de su vida; allí descansan también sus restos, entre la iglesia y el coro de las carmelitas, después de haber reposado durante 44 años en el cementerio municipal de Carrión.

Obra. Si algún día, por fin, son publicados íntegra y satisfactoriamente los relatos en que aquella alma refirió los constantes y subidos fenómenos místicos de su vida espiritual, dispondrá la ciencia teológica de un testimonio de la mayor significación. Éxtasis, locuciones, visiones, raptos, repetidos innumerables veces, y sobre todo una práctica habitual y silenciosa de heroicas virtudes. Por lo que hace a sus escritos, se dividen en dos tipos, claramente caracterizados.  Los unos, más numerosos, tuvieron como fin dar cuenta a su director espiritual de las vivencias sobrenaturales de su alma, y de las pruebas y consolaciones que experimentaba en la práctica de la santidad. En ellos escribió acerca de la Santísima Trinidad, de la Virgen y de San José; sobre las virtudes de obediencia, humildad, vencimiento propio, temor de Dios, del castigo de los Ángeles y de las tentaciones; sobre la Sagrada Eucaristía, sobre los caminos, felicidad y amistades de Dios, sobre la distinción entre el buen y el mal espíritu, y sobre otros muchos temas divinos y de vida espiritual.  El segundo tipo de escritos es el de los que estaban directamente dirigidos a difundir devociones y prácticas piadosas. Comprende dos obras: el Silabario de la escuela divina, y el Decenario al Espíritu Santo. (Texto tomado de la introducción al «Decenario», F. Pérez Embid)