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A pesar de todos los momentos difíciles que está atravesando actualmente Europa, los líderes del continente demostraron ayer que todavía son capaces de mantenerse unidos, sobre todo cuando se ven obligados a ello. Herman Van Rompuy, el primer presidente de la Unión Europea esperaba que el breve encuentro celebrado en Bruselas esta semana sirviera para levantar los ánimos y persuadir al club, que durante la última década ha empleado todas sus energías en reformular sus normas, con la finalidad de mirar hacia el exterior y hacia delante y trazar un camino hacia un futuro en el que Europa pueda cargar con toda su gran influencia.

Lamentablemente, esto no resultó según lo previsto, pero difícilmente iba a hacerlo en medio de la mayor turbulencia que había sufrido hasta el momento la moneda del continente. El regreso del virus de Grecia a los mercados de bonos amenaza con mutar en una cepa española o incluso italiana, con el potencial suficiente como para acabar con el euro. Los líderes nacionales solo han sido capaces de idear unos meros esbozos del plan para poner remedio a esta situación, pero al menos, han reconocido que tal vez, finalmente la eurozona resista o se derrumbe por completo. Sin embargo, el resultado fue una declaración difusa de que estaban listos para tomar medidas “con determinación y conjuntamente” en caso de que fuera necesario. Esto implicaría en la práctica que París y Berlín asumieran una parte de la deuda de Atenas a cambio de que esta volviese a la austeridad.