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Frente a la decadencia que se ha dado en Europa en los últimos años, los líderes del continente demostraron ayer que aún les queda un ápice de sentimiento comunitario, cuando se ven forzados cuando no queda otra. El primer presidente de la historia de la Unión Europea, Herman Van Rompuy, esperaba que esta breve reunión en Bruselas sirviera para levantar los ánimos, y persuadir al eurogrupo, que se han pasado una década dedicados en cuerpo y alma a reescribir sus normas, de que cambian su punto de vista hacia uno más inclusivo y que mire hacia el futuro y labrar un camino hacia un futuro en el que Europa pueda saber sacar el máximo partido a su influencia.

Tristemente, las cosas no sólo no salieron como se esperaba, sino que apenas se habló sobre la mayor inestabilidad por venir de la moneda europea. La epidemia griega en el mercado de obligaciones internacional amenaza con mutar a una cepa española e incluso una italiana, lo que puede acabar con el euro. Los líderes europeos no han definido más que un esquema muy general de una solución, pero al menos se han dado cuenta de puede que llegue un momento en el que la eurozona luchará unida o fracasará. En concreto, lo que se consiguió fue una declaración ambigua de disposición para tomar ‘medidas determinadas y coordinadas’, lo que a la hora de la verdad significará que París y Berlín cubrirán parte de la deuda Griega a cambio de mayor austeridad.