Diferencia entre revisiones de «Rebecca (película)»

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Pero la actriz no fue ajena a sus logros interpretativos. En determinada ocasión, ella misma pidió a Hitchcock que la abofeteara para conseguir llorar en una secuencia que lo requería. El director obedeció sin dudar.{{Harvnp|Spoto|2008|p=126}}
 
El espectador nunca conoce el nombre de la segunda señora de Winter.{{Harvnp|Merino|1996|p=10}} El personaje se viste modestamente, sus zapatos son bajos y corrientes, su figura aunque juvenil no descolla, es honesta pero ingenua y experimenta una evolución a lo largo de la película. Inicialmente es una humilde e inocente señorita de compañía que contrae matrimonio con un aristócrata sin que haya sombra de [[arribismo]]. Ello hace que en un determinado momento se aluda a ella como una nueva [[La Cenicienta|Cenicienta]]. A su llegada a Manderley, siente la ausencia de su predecesora constantemente, se le compara subliminalmente con la difunta. Al romper accidentalmente una figurita de porcelana y esconder los pedazos reacciona más como una sirvienta que como la señora de la casa. Su subrepticia irrupción en el aposento de la difunta Rebeca es el momento cumbre en ese proceso de conocimiento. Inmediatamente después se rebelará frente a la señora Danvers: «La señora de Winter soy yo». Será la secuencia de la cabaña junto a la playa la que permita explayarse a su marido y confesarle que no amaba a su primera esposa. Es entonces cuando la joven se libra de la amenaza de la comparación con Rebeca y concibe la esperanza de restablecer la relación con su marido.{{Harvnp|Alberich|1987|pp=88-91}}
 
La historia de la protagonista es, por tanto, la de una muchacha de clase baja inmersa en el mundo de la [[aristocracia]] británica, algo ya presente en [[Rebeca (novela)|la novela]] de [[Daphne du Maurier]]. Pero a ello Hitchcock añade un retrato satírico de esa clase alta. La joven capta la atención de lord de Winter gracias a su sinceridad y modestia. De hecho, parece que es la diferencia de clase social lo que atrae a Maxim, tal como se infiere de su consejo de que nunca se convierta en una mujer de treinta y seis años con un vestido negro y un collar de perlas.{{Harvnp|Fernández-Valentí|1996|pp=115-118}}