Diferencia entre revisiones de «Martina de Roma»

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{{Ficha de santo
|nombre = Santa Martina virgen y mártir
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|santa = sí
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|lugar de fallecimiento =
|títulos = historia
|venerado en = [[Iglesia Catolica]]
|festividad = 30 de enero
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Martina, venerada como santa de la [[Iglesia Católica]], segun la leyenda fue una noble romana que llegó al martirio en la primera mitad del siglo III bajo el emperador Alejandro Severo.
 
Nació Santa Martina en Roma, de padres tan distinguidos y tan calificados, que su padre fue tres veces cónsul, hacia el principio del siglo II. Eran cristianos, y así criaron á la niña con el mayor cui¬dado en la piedad cristiana. Desde sus más tiernos años hizo tantos progresos en la virtud, que fue ejemplar y aun confusión de muchos fieles adultos. Penetrada de las verdades de nuestra religión y favo¬recida de dones celestiales, sólo se ocupaba en obras de caridad, pasando los días en la oración y el retiro. Estaba como escondida dentro de su propia virtud; y al paso que iba creciendo en edad, se iba también adelantando en espíritu.
 
== Tadición ==
Imperaba á la sazón Alejandro Severo, que, aunque se mostró benigno con los cristianos, no por eso dejó de haber muchos mártires, entre los cuales fue uno nuestra Martina. Es verosímil que la persecución fuese obra de los ministros del emperador, cubriéndose con las leyes del imperio y con los decretos de los emperadores que no estaban revocados.
 
Según una pasión legendaria, la diaconisa Martina fue arrestada por haber profesado abiertamente su fe delante de una estatua de Apolo y, a continuación, en frente de estatua de Diana, mientras que en ambos casos hizo pedazos y derribó la estatua del templo. Fue entonces sometida a torturas y finalmente decapitada.
Habiendo llegado á noticia de los magistrados que Martina era cristiana, la mandaron comparecer para que diese cuenta de la reli¬gión que profesaba. Compareció la santa doncella con modestia tan noble y tan cristiana, que los jueces no pudieron menos de mirarla con respeto, y aun con veneración. La preguntaron luego si era verdad que fuese cristiana. Ten¬go la dicha de serlo, respondió la Santa con tono firme, y me hacen mucha lástima los que no logran la misma dicha que yo.
 
¿Es posible, re¬plicó uno de los jue¬ces, que una donce¬lla de tu entendi¬miento y de tu espí¬ritu, tan rica y tan hermosa como tú, haya dado en las fantasías y supers¬ticiones de los cris¬tianos? Deja de re¬conocer por Dios á un hombre que por sus delitos fue cru¬cificado, y ven al templo del grande Apolo á ofrecerle sacrificio. Este dios, á quien profesa singular devoción nuestro emperador Augusto, derramará sobre ti á manos llenas beneficios y favores, luego que le rindas aquella veneración y aquel culto que por tantos títulos le son debidos. :
 
== Culto ==
«Como no reconozco otro Dios más que el único á quien adoro, replicó Martina, tampoco debo rendir á otro veneración ni culto. Mi mayor nobleza y prenda mayor de que me precio es ser cris¬tiana; teniendo también por la mayor de todas las felicidades el derramar toda mi sangre y ofrecer mi vida en defensa de mi reli¬gión. Admiróme, ciertamente, que unos hombres como vosotros, entendidos, discretos y capaces, tengáis por Dios á una estatua de mármol ó de bronce, fabricada á golpes de martillo por un artífice que vale mucho más que ella. Y, en fin, para que conozcáis por vuestra propia experiencia qué ridículas son esas divinidades quiméricas á quienes dedicáis vuestros cultos, llevadme, si gustáis, al templo de vuestro Apolo, y veréis cómo reduzco á polvo á esa men¬tida deidad en vuestra misma presencia. »
 
La primera noticia llega hacia el siglo VI, cuando el Papa Onorio I le dedicó una iglesia en el Foro Romano.
Irritados los jueces al oír respuesta tan generosa y tan noble, mandaron que fuese conducida al templo de Apolo, para ofrecer sa¬crificio; y, caso de resistirse á obedecer, que sin remisión alguna fuese atormentada con los mayores suplicios.
 
Su fiesta se viene celebrando desde el siglo VIII, pero solo se revitalizó después de encontrar auna tumba de tres mártires en la antigua iglesia del Foro Romano en 1634.
Apenas descubrió la Santa el templo, levantó los ojos y las manos al Cielo é hizo esta devota oración: «Dios y Salvador mío, que sa¬casteis de la nada todas las criaturas, y que todas las reducís á la nada cuando es vuestra voluntad, dignaos de oír la oración de esta humilde sierva vuestra, y haced ver á este ciego pueblo que sólo Vos merecéis nuestra adoración y nuestro culto, y que los ídolos suyos, que son obra de sus manos, son indignos de la menor vene¬ración ».
 
Su fiesta litúrgica fue fijada el 30 de enero por el Papa Urbano VIII, y se convirtió en uno de los patrones de la ciudad de Roma
Apenas acabó la Santa de pronunciar estas palabras, cuando se sintió un espantoso terremoto, que llenó de terror á todos: una parte del templo se desplomó, y la estatua de Apolo quedó hecha mil pedazos. Se oyó la voz del demonio que residía en aquel ídolo, y dijo en tono formidable: «¡Oh Martina, sierva del verdadero Dios, tú me arrojas de mi casa, donde vivía tantos anos ha, y es preciso ce¬der á la omnipotencia de tu Dios, que va á llenar de calamidades á este imperio».
 
[[Categoría:Santos católicos]]
Fueron testigos de este suceso la mayor parte de los ministros del emperador; y temiendo el furor del pueblo, que atribuía los mila¬gros de los cristianos á magia y encantamiento, mandaron que, sin respeto á la calidad ni á la tierna edad de Martina, fuese apaleada con gruesas varas nudosas, y fuese arañado su rostro con uñas aceradas. Durante este horrible suplicio estaba la santa doncella bendi¬ciendo á Nuestro Señor Jesucristo, y dándole gracias por la merced que la hacía de padecer algo por su santo Nombre y por su gloria. La consoló el Señor y la alentó con una luz celestial, asegurándola que triunfaría de todos sus tormentos. Viendo los verdugos todas estas maravillas, de repente dejaron de atormentarla, y, arroján¬dose á sus pies, declararon altamente que eran cristianos, y supli¬caron á la Santa que los alcanzase del Señor la gracia del martirio. Fueron oídos prontamente, porque el juez les mandó cortar á todos las cabezas.
 
No cabía en sí de gozo Santa Martina al ver la victoria que su dulce Esposo Jesucristo acababa de conseguir de sus enemigos; y, como el tirano la instase para que ofreciese sacrificio y no se expu¬siera á que se ejecutase con ella lo que acababa de ejecutar con los otros, le respondió la santa doncella, con cristiana intrepidez; que los tormentos más crueles eran para ella favores insignes y placeres exquisitos, y que, así, en vano se cansaba en tentar su fe y su cons¬tancia. Enfurecido el tirano, mandó que la despedazasen de nuevo con garfios agudos, y que la llevasen arrastrando al templo de Diana; pero apenas apareció en él la Santa, cuando el demonio salió del templo haciendo un espantoso ruido, á que se siguió un rayo que redujo á ceniza la estatua de Diana. No pudiendo el tirano sufrir la injuria que hacía á la religión del emperador aquella tierna doncella, mandó que fuese atormentada con crudelísimos suplicios. Empleóse el hierro y el fuego en martirizar á aquella cristiana heroína, que, en medio de los mayores tormentos, no cesaba de bendecir y de alabar al Señor; hasta que, cansado en fin el tirano, lleno de confusión por verse vencido de una tierna doncellita, la mandó cortar la cabeza, coronando de esta manera con tan glorioso martirio su fe y su vir¬ginidad.
 
Fue siempre célebre en Roma la memoria de esta insigne Santa, en cuyo honor se edificó una capilla en el mismo lugar donde estaba sepultada, junto á la cárcel Mamertina, al pie del monte Capitolino. Pero lo que aumentó mucho más la celebridad de su culto fue la invención y la traslación de sus reliquias en el pontificado de Urba¬no VIII. Se halló el sagrado cuerpo entre las ruinas de la primitiva iglesia el día 25 de Octubre del año de11634. Estaba cerrado en una caja ó ataúd de barro, la cual descansaba sobre una gran piedra, y todo dentro de un nicho ó de dos estrechas paredes, cubierto de tie¬rra y de cascajo. La cabeza estaba separada en un plato ó bacía de cobre, toda desgastada y medio roída del orín, y daba indicios de ser cabeza de una doncellita de pocos años. Asistió á esta célebre traslación el papa Urbano VIII con gran número de cardenales, y desde entonces creció mucho la devoción á Santa Martina, así en Roma como en toda la Cristiandad.
 
SAN LESMES, ABAD, PATRÓN DE BURGOS
 
San Lesmes ó Adelelmo, uno de los más célebres abades de San Benito, nació en la ciudad de Loudón, al norte de Poitiers, Francia, de muy distinguidos padres en nobleza, riquezas y piedad, los cua¬les, además de educarle en los principios de la religión cristiana, procuraron instruirle en las ciencias profanas, y cuando entró en la adolescencia le ejercitaron en las armas, según costumbre de los caballeros de su tiempo; obedeciendo Lesmes, pero con inclinación á no seguir la carrera militar. No se contaminó con las costumbres licenciosas que imperaban en la milicia.
 
Muertos sus padres, oyendo en la iglesia, al tiempo de cantarse el Evangelio, el admirable consejo de Jesucristo sobre perfección, á saber: Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto posees y dalo á los pobres, hicieron en su corazón; tanta impresión estas palabras divi¬nas, que distribuyó entre los necesitados su cuantioso patrimonio, se trasladó á la Auvernia con un solo criado, cuyos vestidos tomó, y, después de haberle recompensado largamente, se despidió de él en el camino, dándole al separarse santos y saludables consejos, sobre todo de no ofender á Dios con el más leve pecado. Dirigió su rumbo á Roma con el fin de visitar los santos lugares que se vene¬ran en aquella capital, caminando á pie descalzo como un mendigo, pidiendo de puerta en puerta el alimento preciso para pasar la vida. Quiso ver en Issoire, pueblo de Auvergne, al célebre B. Ro¬berto, primer abad del monasterio llamado Casa de Dios, quien le rogó se quedase en su compañía para dedicarse al servicio del Se¬ñor. No fue posible detenerle por entonces; pero le prometió volver a su lado concluida la peregrinación.
 
Habiendo llegado á Roma, pasó dos anos en satisfacer los deseos de venerar con el mayor fervor y devoción los santos lugares rega¬dos con la sangre de tantos mártires, manteniéndose de limosna con los demás mendigos. Habiendo vuelto á cumplir la palabra que dio al abad Roberto, le desconoció á primera vista por lo desfigurado que se puso por el rigor de sus penitencias, y admitiéndole con las demostraciones del mayor aprecio entre los alumnos de aquel mo¬nasterio, vistiendo las insignias benedictinas aquel militar de Jesu¬cristo, no dudó las ventajas que se prometía aquella casa de Dios con un individuo de tan eminente virtud. A todos los monjes llenó de admiración su oración continua, su abstinencia, sus ayunos y ri¬gor de penitencia, su profunda obediencia y humildad, tan obser¬vante del silencio que sólo hablaba por necesidad, ú obligado del precepto superior, brillante sobre todo en el amor á la paz y concor¬dia entre sus hermanos. Por obediencia recibió el orden sacerdotal, para ser útil á los demás fieles, con el firme propósito de correspon¬der á tan grande favor del Cielo con mayor suma de virtudes y per¬fecciones.
 
Habiendo ascendido el abad del monasterio á la dignidad episco¬pal, todos los monjes pusieron los ojos en Lesmes para sucesor, cuyo empleo rehusó por cuantos medios son imaginables; pero, vencido al fin á las instancias, tuvo tal acierto en el gobierno, que logró ser agradable á Dios y á los hombres. Pero como todos sus deseos eran por el retiro, para dedicarse con tranquilidad en altas contemplacio¬nes, por medio de las cuales le dispensaba el Señor extraordinarios consuelos, resentida además de esto, su profunda humildad de los honores que le tributaban en el empleo, le renunció, muy contra la voluntad de los monjes, confesándose indigno del ministerio.
 
Los asombrosos milagros, que obraba cada día Lesmes, de prodi¬giosas curaciones con el Santo Nombre de Jesús, al que profesaba tanta devoción que, al proferirlo, inclinaba la cabeza ó fijaba los ojos en tierra en señal de veneración, hicieron célebre la fama de su santidad en todos los confines de Francia é Inglaterra; y no pudiendo conseguir en ellos la apetecida quietud, por la multitud de gentes que acudían á él para consuelo de sus almas y remedio de sus enfer¬medades, se ofreció ocasión oportuna de disfrutarla en España.
 
Siendo sabedora Constanza, mujer de Alfonso VI, rey de Castilla y de León, de la santidad y eminente virtud de Lesmes, persuadió á su esposo que le rogase pasar á España, á fin de ilustrarla con su doctrina y ejemplo, necesitada por entonces de varones de su clase, por estar recién conquistada de los moros, los cuales dejaron en ella no poca perversión de costumbres. Se empeñó en ello Alfonso, y con¬descendió Lesmes, con la condición de que no se le obligase á seguir la corte, pues era su ánimo vivir retirado, para dedicarse con tran¬quilidad al servicio del Señor. Admitida la propuesta, eligió para su habitación la ermita de San Juan Bautista, contigua á la ciudad de Burgos, donde el rey hizo construir un convento y un hospital con el fin de hospedar á los pobres peregrinos que pasaban á visitar el sepulcro de Santiago en Galicia; cuyo oficio desempeñó con tanto amor, con tanto agrado y entrañable caridad, que sirvió de la mayor admiración á cuantos llegaron á entender el esmero de su piedad. En vista de lo cual concedió Alfonso muchas posesiones para que invirtiese sus rentas en tan piadosos designios, encomendándose con su real familia y reino á sus poderosas oraciones para con Dios, bien acreditadas en los prodigios que por su mediación obraba cada día. Ocupado en tan loables hechos, llegó el fin de su vida. Quiso el Señor probarle por medio de una grave y aguda enfermedad, en la que dio pruebas de su pacífico sufrimiento y resignación en todo con la voluntad de Dios, mostrando una alegría extraordinaria en los dolores más vivos, ansiosa su alma de verse libre de los vínculos del cuerpo para unirse con Cristo. Recibió de mano del arzobispo de Burgos los Sacramentos con la ternura y devoción propia de su abra¬sado espíritu, y, después que dio gracias, rogó le llevasen al oratorio de la capilla dicha, y entonando al tiempo de entrar aquellos versos de David: Sálvame, Señor, en tu nombre, y júzgame en tu virtud; en tus manos encomiendo mi espíritu; abrazado con un crucifijo, pasó á disfrutar los premios eternos por los años 1097 á 1100, con gran sentimiento de la ciudad, que lloró su falta como la de un amoroso padre, que era el refugio de todas sus necesidades espirituales y cor¬porales. San Lesmes es patrono y abogado especial de Burgos. Su santo cuerpo fue enterrado en la iglesia de San Juan Bautista, aneja á su convento, donde permaneció hasta el 1480, en que fue trasla¬dado á la iglesia hoy parroquial de San Lesmes. En 1835, cuando tantos monumentos artísticos desaparecieron por la revolución atea y por la nefasta desamortización de bienes eclesiásticos, fue destrui¬da la iglesia de San Juan Bautista. El convento se convirtió después en presidio. Hoy, los restos de San Lesmes continúan depositados en la iglesia de su nombre y parroquia, situada también en las afueras de Burgos, cuya ciudad celebra su fiesta con gran solemnidad.
La Misa es de Santa Martina, y la oración es la que sigue:
 
¡Oh Dios, que entre las demás maravillas de tu poder hiciste tam¬bién victorioso al sexo frágil en los tormentos del martirio! Concédenos benigno la gracia de que, honrando el nacimiento para el Cielo de la bienaventurada Martina, tu virgen y mártir, logremos cami¬nar á Ti, sirviéndonos de guía su ejemplo. Por nuestro Señor Jesu¬cristo.
 
[[br:Martina (santez)]]