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== Historia ==
Territorio perteneciente a la antigua [[Taifa de Murcia]], pasó a ser dominio de la [[Corona de Castilla]] en virtud del [[Tratado de Alcaraz (1243)|Tratado de Alcaraz]] en [[1243]], de mano del infante don Alfonso, el futuro [[Alfonso X de Castilla|Alfonso X ''el Sabio'']], pasando posteriormente, a formar parte del [[Reino de Murcia (Corona de Castilla)|Reino de Murcia]]. LA LEYENDA DE LA MORA.
 
Príncipe", a pesar de ser hijo de un honrado labradol; descendiente directo de los primeros moradores del lugar.
 
 
Un día, "El Príncipe:' caminó por pr.imera vez con su padre hasta el barrio de los artesanos de los cántaros, llamado "La Cantarería", con la finalidad de adquirir unas vasijas con las que poder regar un pequeiio huerto heredado de sus ancestros, que todavía conservaba, al que los árabes no daban ningún valO1; debido a la pobreza fértil de sus tierras, demasiado mineralizadas, motivo por el que todos le denominaban "El Salegón", pero del que el honrado agricultor conseguía extraer, no sin afanoso trabajo, hortalizas y algún que otro frutal, capaz de dar a su familia productos básicos con los que alimentarse, así como mantener a un pequeño ganado de cabras que proporcionaban leche fresca para los menores de la casa.
En la calle de "La Cantarería" se había establecido el gremio de los alfareros, ya que a lo largo de la misma y a la orilla del arroyo, podían encontrar la greda y la arcilla necesaria para realizar su trabajo. Como trabajadores independientes consiguieron un buen equilibrio social, y así los artesanos se relacionaban tanto con los moros como con los cristianos y sus productos eran adquiridos por todos los habitantes del lugar de igual forma. La convivencia en esta zona del pueblo era tal que incluso sus culturas y familias estaban mestizadas, constituyendo el primer barrio mozárabe de la localidad.
 
 
Cuando "El Príncipe" entró en el taller del alfarero con su padre, había en el zaguán una jovencísima chica, que acompañada de otras mujeres mayores, compraban unas decoradas vasijas, de cuello ancho y tapadera ajustada que, según explicó posteriormente el artesano, utilizaban para calen­tar el agua del arroyo, con la que realizaban baños en invierno, cuando el frío no permitía el aseo diario en la Poza del Arroyo de la Mora.
Como ya habían elegido las tinajas, se marcharon enseguida, pero no sin antes dar tiempo a que una mirada zafada del rostro, oculto tras un pañuelo de gasa de ricos colores, de la más joven del grupo, se entrecruzara con la del chico, un tanto harapiento, pero de vivos ojos y atractivas facciones.
Éste, prendado de la joven, preguntó al dueño del taller de quién se trataba, el cual le contó que era la hija menor del Caudillo arábigo, que la protegía y guardaba exageradamente, como un gran tesoro, dada su belleza y bondad.
 
 
Abandonando a su padre y desoyendo sus consejos, como encantado, la persiguió con la inten­ción de apreciarla en toda su intensidad, caminando a distancia a lo largo del arroyo, y trepando hasta el cerro, donde las ayas de la danw, tendían los trapos, sábanas y ricas telas con las posteriormente vestían a lajoven. Escondido en una de las múltiples simas que minan la zona, observó como en la Poza de la Mora, la preciosa princesa tomaba un baño arropada por un gran número de damas de compañía, quedando preso de su belleza inigualable y enamorándose perdidamente de ella al instante.
 
 
En los días posteriores volvió a espiar a la joven. Aprovechando un descuido de las damas de compañía, cuando la hermosa mora secaba sus cabellos al viento, llamó su atención, declarando al instante su amor a la Princesa, la cual, lejos de asustarse, manifestó que desde el momento que le vio sintió lo mismo por él, que desde el primer día conocía sus visitas y en cada una de ellas había estado esperando la dicha de poder hablarle y conocerle. Los jóvenes pasearon durante toda la tarde, bebieron juntos agua de la Fuente de la Mora y se juraron amor eterno, olvidándose de sus linajes y de la dificultad de llevar a cabo este compromiso.
Sus encuentros clandestinos se sucedieron a diario, hasta que en uno de sus paseos fueron sor­prendidos por las damas protectoras, las cuales dieron informe puntual al padre de la muchacha.
 
 
El Rey, enfadado extremadamente por la desobediencia de la niña y aunque quería a la pequeña princesa con toda su alma, no pudo resistir la tentación de celarla y protegerla, ordenando de inmedia­to encerrarla en una cueva, custodiada por fuertes barrotes y fieles guardines, prohibiéndole ver al harapiento cristiano y amenazándola con que no saldría de allí hasta que le olvidara.
La desgraciada Mora, lamentó su suerte y se consolaba escuchando el rumor del arroyo del cual había bebido su am01; acompañando su sonido con bellos cantos que bro­taban de su garganta en forma de precioso lamento musical.
 
 
Cuando a la tarde siguiente El Príncipe vol­vió al "Cerro de los Trapos" para encontrarse de nue­vo con su amada, creyó enloquecer; al enterarse de la noticia a través de los cantos de la cautiva, a la cual no podía ver. Consciente de la imposibilidad de su amor, lloró amargamente su destino en casa del alfarero donde la conoció. El buen artesano, que sabía de las andanzas del joven Cristiano y la Princesa de hermosura sin par, le consoló dándole a conocer la solución para sus males y le instó a que a primera hora del día siguiente, vistiera sus mejores galas y viniera al Taller, preparado para ver a su amada, aunque fuera por un instante, pues él mismo tenía el encargo de venderle y transportar dos hermosas vasijas a la cueva donde la princesita permanecía presa por su poderoso padre.
Al alba, el joven Príncipe Cristiano portaba las dos tinajas y varios cántaros, junto con el hijo del cantarero, a la Cueva donde se encontraba su amada prisionera.
 
 
Los guardianes de la gruta impidieron acercarse a ambos más allá del Puente del Arroyo de la Mora, junto al "Lavadero.:', donde las mujeres moras se reunían todas las mañanas para lavar sus ropas, ya que tenían ordenes tajantes de que ellos mismos llevaran las ánforas hasta la Cueva.
El Príncipe se resistió a no verla, y despidiendo al hijo del alfarero permaneció escondido en el interior de una de ellas. Los guardianes portaron las tinajas hasta la entrada de la Cueva, donde las llenaron de agua, introduciéndolas posteriormente en la galería.
La Princesa, cuando se dispuso a tomar el agua para el baño, levantó la tapadera y sintió un lance raza en su corazón, al observar los grandes ojos pardos de su amado, abiertos de par en par mirando a través del agua almacenada en la vasija.
 
 
Sin dudarlo ni un instante, y rota de dolor, se introdujo en la segunda vasija ajustando su tapa al cuello de la misma, uniendo así su suerte para siempre.
Cuando los guardines llevaron la comida a la Princesa y comprobaron que no se encontraba en la caverna, alertaron al Rey del hecho, el cual, loco de ira, ordenó decapitar a todos los vigilantes de la Cueva en el acto y mandó buscar de inmediato al joven cristiano, al que tampoco consiguieron encon­trar.
Todos creyeron que los jóvenes enamorados habían huido inexplicablemente y nadie conocía su paradero. Los padres de los-muchachos, afligidos por la pérdida de sus vástagos, se lamentaron de la desgracia de no saber comprender a tiempo el amor de los jóvenes.
 
 
Para subsanar su error, el mandamás moro ordenó eliminar las rejas de la cueva y que a partir de ese día todos los pobladores de Al-Frez, convivirían en paz y armonía, celebrándolo con la suelta de uno de sus mejores terneros, para diversión de los mozos y mozas, en la Plaza de la Corredera, el cual ofrecía al pueblo como símbolo de esa nueva unión, comiéndolo a primera hora de la tarde todos juntos en una gran fiesta.
Cuando esa misma noche, y tras terminar las fiestas, los Al- Fere'-ios, moros y cristianos, quita­ron la reja de la cueva y vertieron el agua de las tinajas, se sintieron sobrecogidos, pues el agua que derramaban olía a mil esencias de romero y espliego, rosas y azucenas, jazmines y hierbabuena; y cuentan que al unirse al rumor del agua en el arroyo, de este brotaba un hermoso canto que se extendió por todo el pueblo como un gran mensaje de paz y de esperanza de una nueva época de prosperidad.
 
 
En el lugar donde vertieron las tinajas, el agua nunca dejo de manar en forma de fuente trans­parente y pura, de la cual, si beben los enamorados, unen sus vidas para siempre.
Yaunque nunca encontraron a losjóvenes, cuenta la leyenda que todas las noches de luna llena, y especialmente la noche de San Juan, si se presta atención, el rumor del arroyo de la Mora se convierte en un hermoso canto.
 
 
Desde entonces todos los enamorados del pueblo pasean sus primeros amoríos por el "Puente de la Mora", beben agua de la fuente y se hacen promesas de amor eterno paseando junto al arroyo.
 
== Demografía ==