Hay personas que se creen ángeles, y viven en el piso treinta y tres para estar cerca del cielo; hasta que una tarde abren la ventana porque quieren echar a volar y saltan al vacío. Acostumbran a dejar libros con las páginas en blanco por las calles. Hay quienes los recogen y los convierten en sus diarios. Mientras escriben en ellos, apoyan un vaso de agua en el escritorio, y observan las ondas que producen los pasos descalzos por el parquet de madera de la vecina de arriba. A veces, la vecina solloza y las lágrimas caen sobre la tinta, y las palabras se emborronan. Eso sucede porque ha habido algún ángel que ha abierto la ventana para intentar echar a volar.