Diferencia entre revisiones de «Discurso del Sportpalast»

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[[Archivo:Bundesarchiv Bild 183-J05235, Berlin, Großkundgebung im Sportpalast.jpg|380px|thumb|Mitin nacionalsocialista el [[18 de febrero]] de [[1943]] en el [[Berliner Sportpalast|Sportpalast de Berlín]]; el letrero dice: "''Totaler Krieg - Kürzester Krieg''" ("Guerra total - Guerra más corta")]]
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[[Adolf Hitler]] respondió con las primeras medidas que conducirían a la movilización total de Alemania. Antes del discurso, el gobierno cerró [[restaurante]]s, [[club]]es, [[bar]]es, [[teatro]]s y [[tienda]]s de lujo en todo el país para que la población [[civil]] pudiera contribuir más a la guerra.
 
== El discurso ==
 
=== Contenido ===
El discurso de [[Joseph Goebbels]] es una [[vociferación]] cargada de [[nacionalismo]], [[nacionalismo alemán]], [[pangermanismo]], [[nacionalismo étnico]], [[racialismo]], [[fanatismo]], [[pasión (emoción)|pasión]], [[espiritualidad]], [[Bélico|belicismo]], [[patriotismo]], [[antiamericanismo]], [[Movimiento antiglobalización|antiglobalización]], [[antisemitismo]], [[anticomunismo]] y [[anticapitalismo]].
 
A continuación se presenta el discurso fidedigno completo de Joseph Goebbels traducido al español:
 
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|- valign="top"
|¡Compatriotas y camaradas del partido!
|}
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|- valign="top"
|Hace apenas tres semanas estuve en este lugar, por última vez, para hablarles a ustedes y al pueblo alemán con ocasión de la lectura de la proclamación del Führer en el décimo aniversario de la toma del poder. La crisis, en la que se encuentra actualmente el frente del este, estaba entonces en su punto álgido. El 30 de enero, nos reunimos, marcados por la gran tragedia en que la batalleante nación se encontraba alrededor del Volga, para hacer una demostración de unidad, de solidaridad, pero también de firme fuerza de voluntad para superar las dificultades que esta guerra ha acumulado en sus siete años. Fue, para mí, y seguro que para todos ustedes también, una experiencia conmovedora enterarnos, días más tarde, que los últimos heroicos luchadores en Stalingrado, unidos a nosotros a través de las ondas radiales, habían tomado parte en nuestro mitin inspirador en el Palacio de los Deportes. En su último comunicado nos dijeron por radio que habían oído la proclamación del Führer, y quizás, por última vez en sus vidas, entonaron, junto a todos nosotros, el himno nacional, brazo en alto. ¡Qué gran ejemplo los soldados alemanes han creado en esta gran era!, ¡Qué gran obligación nos pone a todos, especialmente a toda la patria alemana!. Stalingrado fue y es el gran grito de alarma del destino a la nación alemana. Un pueblo que posee la fuerza para soportar y sobreponerse a tal desgracia, y aún para derivar de ella una fuerza supletoria, es invencible. El recuerdo a los héroes de Stalingrado debe hoy también ser obligatorio, para mí y para nosotros, en mi discurso ante ustedes y el pueblo alemán. No sé cuantos millones de personas, unidos a través de las ondas radiales, en casa y en el frente, están participando en este mitin y me escuchan esta noche. Os hablo al corazón desde lo más profundo del mío. Creo que al pueblo alemán le interesa con pasión lo que tengo que decir esta noche. Ello me obliga a que tengan mis palabras la solemne gravedad de la franqueza que impone la hora presente. El pueblo alemán criado, educado y disciplinado por el nacionalsocialismo, puede soportar toda la verdad. Conoce la gravedad de la situación en que el Reich se encuentra, y sus mandos pueden por tanto requerir, por la gravedad de la situación, las duras medidas necesarias, sí, incluso las más duras. Nosotros los alemanes estamos inmunizados contra la debilidad y el abatimiento; y así, las adversidades de la guerra
sólo contribuirán a incrementar nuestra fuerza y resolución, y a darnos una actividad combativa que nos permita superar todas las dificultades y obstáculos con ímpetu revolucionario. No es el momento de preguntarse cómo han sucedido los últimos acontecimientos desgraciados en el este. Esto queda reservado a una futura rendición de cuentas, que
tendrá lugar públicamente ante la nación alemana, y mostrará al pueblo alemán y al mundo entero que la desgracia que nos ha ocurrido, en las últimas semanas, posee su profundo y fatal significado. Los heroicos sacrificios de nuestros soldados en Stalingrado han tenido
una importancia histórica inmensa para el frente del este. No fue en vano. El futuro demostrará el porqué. Si dirijo la mirada del pasado más inmediato hacia adelante, lo hago con toda intención. La hora apremia y no permite más tiempo para debates
infructuosos. Debemos actuar, inmediatamente, profundamente y con decisión, como ha sido, de siempre, la manera nacionalsocialista. Desde el principio el movimiento ha actuado de ese modo en las muchas crisis a las que tuvo que enfrentarse y superar. Y también, el Estado nacionalsocialista, cuando se
le apareció un peligro, se lanzó con una resoluta fuerza de voluntad. No somos como el
avestruz que esconde la cabeza en la arena para no ver el peligro. Somos lo suficientemente valientes como para mirar al peligro a los ojos, como para calibrarlo
con tranquilidad e implacabilidad, y luego, enfrentarnos a él con la cabeza alta, y decisión firme. Tanto como movimiento como nación, siempre hemos desarrollado nuestras mayores virtudes, a saber, una voluntad fiera y decidida para vencer y eliminar el peligro, una fortaleza de carácter que supera todos los obstáculos, terca tenacidad en la persecución
de nuestros conocidos objetivos, y un corazón férreo inmunizado contra todas las batallas internas y externas. Así debe ser hoy. Tengo la misión de ofreceros una imagen sin tapujos de la situación, y de deducir de ella las duras consecuencias para la actuación de los dirigentes alemanes, pero también para la actuación del pueblo alemán. Sufrimos en estos momentos en el este una dura prueba militar. El problema es en este momento muy grande, similar pero no idéntico en muchas aspectos al del pasado
invierno. Más tarde hablaremos de las causas. Hoy, no nos queda otra que estudiar la situación, y revisar y aplicar los medios para superarla. No tiene sentido dudar de la seriedad de la situación. Me niego a daros una impresión falsa de la situación que pudiera llevar a falsas conclusiones, e incluso a dar al pueblo alemán una falsa
sensación de seguridad que es del todo impropia de la situación presente. El asalto de la estepa contra nuestro venerable continente ha sido desencadenado, este invierno, con una dureza que excede de cuanto puede representarse la imaginación
humana e histórica. El ejército alemán con sus aliados constituye el único valladar capaz de contenerlo. En su proclamación del 30 de enero el Führer planteó con palabra grave, la pregunta de: ¿cuál sería la suerte de Alemania y de Europa si, el 30 de enero de 1933, en lugar del movimiento nacionalsocialista, un régimen burgués o democrático hubiese
tomado el poder? ¿Qué peligros habrían seguido, más deprisa de lo que incluso podríamos entonces
haber sospechado?, y ¿qué defensas habríamos tenido para enfrentarnos con ellos? Diez años de nacionalsocialismo han sido suficientes para dejar claro al pueblo alemán la seriedad del peligro planteado por el bolchevismo desde el este. Ahora uno puede entender por qué hablábamos tan a menudo de la lucha contra el bolchevismo en
nuestros mítines del partido en Núremberg. Alzamos nuestra voz para avisar al pueblo alemán y al mundo, esperando despertar a Occidente de la parálisis de voluntad y espíritu en la que había caído. Intentamos abrir sus ojos ante el peligro terrible del
bolchevismo del este, que había sometido a una nación de casi 200 millones de habitantes al terror de los judíos, y que estaba preparando un ataque ofensivo contra Europa. Cuando el 22 de junio el Führer ordenó al ejército alemán atacar en el este, los
nacionalsocialistas teníamos claro que con ello empezaba la batalla decisiva de esta guerra mundial. Sabíamos que peligros y dificultades nos traería consigo. Sin embargo, nos constaba que los peligros y dificultades crecen con la espera, nunca podrían disminuir. ¡Faltaban dos minutos para la medianoche! Esperar más hubiera conducido al aniquilamiento del Reich y a la bolchevización de Europa entera. Sin embargo, es comprensible que, dados los procedimientos de engaño y cautela habituales del régimen bolchevique, no apreciáramos exactamente entonces el potencial
bélico de la Unión Soviética, que ahora se nos revela en sus proporciones reales. La lucha que nuestros soldados llevan a cabo en el este rebasa, por su dureza, dificultades y peligros, toda representación posible. Ello exige que apelemos a todo nuestra potencia nacional. Existe una amenaza para el Reich y para todo el continente europeo, que
relega a la penumbra cuantos peligros se cernieron jamás sobre Occidente. Si falláramos en esta lucha, dejaríamos escapar nuestra misión histórica. Todo cuanto hicimos y creamos hasta el presente, palidece ante la misión gigantesca que ahora tienen ante sí el ejército alemán, de manera directa, y el pueblo alemán, de manera indirecta. Me dirijo en primer término a la opinión mundial, y proclamo frente a ella tres tesis de nuestra lucha contra el peligro comunista: La primera de estas tres tesis es: si el ejército alemán no estuviera en situación de conjurar el peligro que amenaza desde el este, el Reich, y con él, en breve tiempo, toda Europa, serían presa del bolchevismo. La segunda de estas tres tesis es: el ejército y el pueblo alemán, ayudados por sus
aliados, constituyen la única fuerza capaz de salvar a Europa de esta amenaza. La tercera de estas tres tesis es: el peligro acecha, es preciso obrar rápidamente y a
fondo, sino será demasiado tarde. Tengo que abordar detalladamente la primera tesis. Siempre ha proclamado el bolchevismo abiertamente su propósito de llevar la revolución no solamente a Europa, sino al mundo entero, y de precipitar a este en el caos bolchevique. Desde la fundación
de la Unión Soviética, este objetivo ha sido defendido ideológicamente, y prácticamente
propugnado por el Kremlin. Es natural que Stalin y sus secuaces, conforme crean acercarse más a la realización de sus propósitos, más empeño pongan en ocultarlos y
disimularlos. Eso no nos puede inducir a error a nosotros, los nacionalsocialistas. No
pertenecemos a aquellos espíritus timoratos y pusilánimes que, cual conejos hipnotizados, permanecen mirando inmóviles a la serpiente hasta que son devorados por ésta. Queremos reconocer oportunamente el peligro, y hacerle frente, también oportunamente, con los medios adecuados. Conocemos bien no sólo la ideología bolchevique, sino también sus métodos, pues
tuvimos gran éxito contra ellos en nuestras luchas domésticas. El Kremlin no puede engañarnos. Tuvimos catorce años antes de nuestra toma del poder, y diez años después de la toma del poder, para desenmascarar sus intenciones y sus viles engaños. El
objetivo del bolchevismo es la revolución judía en el mundo. Quiere traer caos al Reich
y a Europa, valiéndose de la resultante desesperanza y desesperación de los pueblos
para establecer una tiranía capitalista e internacional en la que se esconde el bolchevismo. No hace falta que explique más lo que eso significaría para el pueblo alemán. Con la bolchevización del Reich vendría la liquidación de nuestra intelectualidad y
gobernantes, y la caída de nuestros trabajadores en la esclavitud bolchevique-judía. ¡Ese
es su objetivo! En Moscú, buscan trabajadores para los batallones de trabajo forzado en la tundra siberiana, como el Führer dijo en su proclamación del 30 de enero. La revuelta de las estepas se está preparando en el frente, y la tormenta del este que rompe contra
nuestras líneas diariamente con cada vez más fuerza, no es otra cosa que una repetición de la devastación histórica que tan a menudo en el pasado ha puesto en peligro nuestro
continente. Esto es una amenaza directa no sólo a nuestra existencia, sino también a cada una de las potencias europeas. Nadie debe creer que el bolchevismo, si resultara victorioso, pararía en las fronteras del Reich, por un tratado sobre papel. Realiza una política de agresión, y una guerra de agresión que pretende la bolchevización de todas las naciones y de todos los pueblos. Ante tales intenciones que no se pueden negar, las declaraciones
sobre el papel, hechas por el Kremlin, o en forma de garantías dadas por Londres o Washington contra estos propósitos soviéticos, irrevocables, no nos
impresionan. Sabemos que en el este tenemos que luchar contra una potencia demoníaca e infernal que no reconoce ni respeta las relaciones habituales entre los Estados y entre los hombres. Cuando, por ejemplo, Lord Beaverbrook declara que Europa debía poner la dirección
del continente en manos de los soviets; o cuando el periodista Brown, un judío norteamericano, afirma cínicamente que la bolchevización de Europa significaría la solución de nuestros problemas continentales, sabemos muy bien lo que los judíos
quieren decir con esto. Las potencias europeas se encuentran ante una cuestión vital y
decisiva. Occidente está en peligro. El que gobiernos y determinados sectores
intelectuales de algunos pueblos europeos lo vean o no así, es secundario. Más el pueblo alemán no está dispuesto en ningún caso a abandonarse a este peligro,
ni aún a título de ensayo. Detrás de las arrolladoras divisiones soviéticas están los pelotones de ejecución judíos, y con ellos, el terror, el espectro del hambre para
millones de seres y la anarquía más absoluta. En esto se demuestra otra vez que la judería internacional es el fermento de descomposición demoniaco que encuentra una cínica satisfacción en sumir al mundo en el caos más absoluto y en destruir culturas
milenarias en cuya construcción no jugó ningún papel. Por ello conocemos ante qué misión histórica nos encontramos. Toda la obra constructiva realizada por la humanidad occidental durante dos milenios, está en
peligro. Este peligro nunca es tan grande como uno cree. Pero es curioso que cuando uno lo cuenta como es, la judería internacional protesta a viva voz en todo el
mundo. Las cosas han llegado a tal punto en Europa que ¡uno no puede decir que un peligro es un peligro cuando es causado por los judíos! Eso no nos impide, a los
nacionalsocialistas, sacar las conclusiones necesarias. ¡Nunca hemos tenido miedo a los
judíos, y hoy menos que nunca! Eso es lo que hicimos en nuestras anteriores batallas domésticas, cuando la judería comunista se valía de la judería democrática del Berliner Tagesblatt y del
Vossische Zeitung para minimizar y restar importancia a un peligro en aumento, para, de esta manera, conducir a una falsa sensación de seguridad a la parte de la población amenazada por ellos, y adormecer su capacidad de resistir. Si el peligro no se supera, vemos surgir el espectro del hambre, la miseria, y el trabajo forzado para el pueblo
alemán; vemos derrumbarse nuestro venerable continente, y vemos, bajo sus ruinas, enterrarse la herencia histórica de Occidente. Ese es el problema ante el que nos encontramos. Mi segunda tesis anuncia: sólo el Reich alemán con sus aliados están en situación de
resistir este peligro que acabo de describir. Los Estados europeos, incluida Inglaterra, afirman ser lo suficientemente fuertes para
poder hacer frente, a tiempo y con la eficacia necesaria, a la bolchevización del continente europeo, caso de que ésta llegara a tener efectividad. Tal afirmación es perfectamente infantil, y no merece ni ser refutada. Si la potencia militar más fuerte del mundo, el Reich alemán, no pudiera quebrar la amenaza del bolchevismo, ¿quién iba a poder hacerlo? (en ese momento se escuchan los gritos de la multitud reunida en el
Palacio de los Deportes respondiendo a viva voz: “¡Nadie!”) Las naciones europeas neutrales no tienen ni el potencial, ni los medios militares, ni la fuerza espiritual de sus pueblos como para ofrecer la más mínima resistencia al
bolchevismo. Las divisiones autómatas del bolchevismo los arrollarían en pocos días. En las capitales de los Estados europeos medianos y pequeños, se consuelan con la idea de que uno debe estar intelectualmente armado contra el peligro bolchevique (risas) Eso nos recuerda, con tristeza, las declaraciones de los partidos burgueses de 1932 que creían que podrían luchar y ganar la batalla contra el comunismo con armas
intelectuales. Esa afirmación nos era entonces demasiado estúpida para que valiera la pena refutarla. El bolchevismo oriental no es sólo una doctrina teórica, sino además, una práctica
terrorista. Persigue sus propósitos y objetivos con tenacidad demoníaca, hasta agotar
todo su potencial interno, y sin consideración alguna a la paz, bienestar y felicidad de
los pueblos que somete a su yugo. ¿Qué harían Inglaterra y Norteamérica si el continente europeo cayera, para su desgracia, en los brazos del
bolchevismo? ¿Convencerá Londres acaso al bolchevismo para que se detenga en el Canal de la Mancha? Ya dije una vez que el bolchevismo tiene distribuidas sus legiones
extranjeras, representadas por los respectivos grupos comunistas, por todos los Estados democráticos; ninguno de esto Estados puede afirmar, de sí, estar inmunizado contra una bolchevización procedente del interior. En una reciente elección parcial para la
Casa de los Comunes, el candidato independiente, es decir, comunista, obtuvo 10.741 de los 22.371 votos emitidos. Esto fue en un distrito que anteriormente fue un baluarte conservador; esto quiere decir que los partidos de la derecha perdieron, en esta
sola elección, en poco tiempo, 10.000 votantes, casi la mitad, en favor de los comunistas; esto es prueba de que el peligro bolchevique existe en Inglaterra también, y de que no desaparecerá simplemente porque se le ignore. Todos los compromisos y obligaciones territoriales que la Unión Soviética suscriba
carecen a nuestros ojos de valor efectivo. El bolchevismo no sólo pretende trazar sus fronteras militarmente, sino también ideológicamente, y en ello justamente reside su
peligro, un peligro que se salta las fronteras de los pueblos.
El mundo ya no puede elegir entre volver a su antigua fragmentación o aceptar un
nuevo orden para Europa bajo el liderazgo del eje. La única elección ahora es entre vivir
bajo la protección del eje o en una Europa bolchevique.
Estoy firmemente convencido de que los lores y arzobispos que se lamenta en
Londres no tienen la intención de oponerse prácticamente al peligro bolchevique que
existiría para Europa en el caso de un mayor avance de los ejércitos soviéticos. El
judaísmo ha penetrado tan profundamente en el terreno espiritual y político de los
anglosajones, que ya no son capaces de percibir claramente el peligro bolchevique que
sobre ellos se cierne. De la misma manera que se oculta como bolchevismo en
la Unión Soviética, se oculta como capitalismo plutocrático en los Estados
anglosajones. La raza judía es una experta en los métodos de la mímica.
Lo sabemos por nuestra experiencia. Desde siempre operan adormeciendo a sus
pueblos huéspedes, para de esta manera paralizar su capacidad de defenderse contra las
amenazas mortales y graves que surgen de ellos (gritos del público: “¡Ya nos
ha pasado!”).
Nuestra comprensión de esta cuestión nos hizo ver pronto que la cooperación entre la
plutocracia internacional y el bolchevismo internacional no era la contradicción que
aparenta a primera vista, sino que tiene un profundo y común sentido. Sobre nuestra
patria se dan la mano el pseudo-civilizado judaísmo occidental y el que puebla los
guetos del este europeo. Europa está en peligro de muerte, aunque los ingleses no
quieran admitirlo.
No me vanaglorio, con esta exposición, de poder alarmar a la opinión pública de los
países neutrales o enemigos. Esto no es mi intención ni mi propósito, porque me dirijo
al pueblo alemán, no al mundo entero. Sé que la prensa inglesa mañana me atacará con
gran estrépito con la excusa de que, dados nuestros problemas en el frente del este, he
realizado los primeros sondeos con vistas a la paz (fuertes risas) De eso ni hablar.
En Alemania, hoy nadie piensa en un compromiso cobarde, el pueblo entero sólo
piensa en durar una guerra. Sin embargo, como portavoz responsable de la nación líder
de este continente, me permito el derecho de llamar a un peligro por su nombre, cuando
amenaza no sólo a nuestra propia nación, sino a nuestro continente entero. Como
nacionalsocialistas, tenemos la obligación de sonar la alarma contra el intento de la
judería internacional de sumir en el caos al continente europeo, que se ha creado en el
bolchevismo una potencia militar terrorista cuyo exacto peligro no se puede calcular.
La tercera tesis, que quiero explicar en detalle, es que el peligro es inmediato. La
parálisis de las democracias europeas occidentales ante su más mortal enemigo es
aterrador. La judería internacional lo alienta con todas sus fuerzas. De la misma manera
que los periódicos judíos intentaron esconder la resistencia contra el comunismo en
nuestra lucha por el poder en Alemania, hasta que el nacionalsocialismo despertó a la
gente, lo mismo ocurre hoy en otras naciones. La judería una vez más se revela como la
encarnación del mal, como el demonio creador de la ruina, y como el portador de un
caos internacional destructor de las culturas.
Sólo por mencionarlo, en este contexto, uno podrá entender también nuestras
consistentes políticas hacia los judíos, incluso cuando los judíos pueden aún hacer
intervenir a su vieja guardia de seguidores en Berlín. Vemos en la judería una amenaza
directa a todas las naciones.
Como otras naciones se protegen contra este peligro nos da igual. Como nosotros nos
protegemos contra ello es nuestro asunto, y no toleraremos protestas de nadie. El
judaísmo tiene una apariencia infecciosa que es contagiosa. Si en el extranjero enemigo
se protesta hipócritamente contra nuestra política anti-judía, y se vierten enormes
lágrimas de cocodrilo por nuestras medidas contra el judaísmo, esto no puede
impedirnos hacer lo que es necesario. Alemania, en cualquier caso, no tiene intención de
someterse a este peligro judío, sino más bien, en el momento adecuado, y si es
necesario, con las medidas más totales y radicales extremas, contrarrestarlo (después de
estas palabras, el público enardecido impide al ministro la continuación de su discurso
durante algunos minutos)
En el centro de todas estas reflexiones está el reto militar para el Reich en el este. La
guerra de los autómatas mecánicos contra Alemania y Europa ha alcanzado su punto
álgido. El pueblo alemán junto con sus aliados del eje cumple una misión en el más
puro sentido de la palabra, cuando se enfrenta con las armas a este inmediato y grave
peligro para sus vidas. No cejaremos en esta valiente y justa continuación de esta
gigante batalla contra esta peste mundial, a pesar del clamor de la judería internacional
en todo el mundo. ¡Puede y debe sólo acabar en victoria! (aquí se escuchan gritos de:
“¡Alemanes, a las armas! ¡Alemanes, al trabajo!”). La batalla de Stalingrado se convirtió en su trágico desarrollo en un símbolo de esta
resistencia heroica y varonil contra la revolución de la estepa; tuvo, por ello, para el
pueblo alemán un significado no sólo militar sino también espiritual de efectos
extraordinarios. Aquí, por primera vez, nuestros ojos se han abierto completamente a la
verdadera problemática que surge de esta guerra. No queremos oír más de falsas
esperanzas e ilusiones. Queremos enfrentarnos a los hechos de frente, por duros y
crueles que éstos sean. Porque la historia de nuestro partido y de nuestro Estado ha
demostrado que un peligro reconocido es un peligro medio vencido. Nuestras duras
batallas futuras en el frente del este estarán marcadas por esta resistencia
heroica. Requieren esfuerzos hasta ahora nunca conocidos por nuestros soldados y por
nuestras armas en todas las campañas militares anteriores. En el este ruge una guerra sin
clemencia que el Führer caracterizó con exactitud al declarar que de ella no saldrán
vencedores y vencidos, sino solamente supervivientes y muertos.
El pueblo alemán se ha dado cuenta exacta de ello. Con su sano instinto se ha abierto
a su manera un camino a través del bosque de cotidianas dificultades intelectuales y
espirituales. Hoy sabemos que la guerra relámpago de Polonia y toda la campaña del
oeste no tienen sino un valor secundario en relación con la empresa que hemos de
superar en nuestro frente oriental. Aquí, la nación alemana lucha por cuanto
posee. Hemos llegado a reconocer en esta batalla que el pueblo alemán aquí tiene que
defender sus bienes más sagrados, sus familias, sus mujeres y sus hijos, la belleza y
pureza de sus paisajes, sus ciudades y sus pueblos, y la herencia dos veces milenaria de
su cultura, en fin, todo lo que hace que la vida merezca la pena.
Para todos estos tesoros de nuestro rico folclore no tiene el bolchevismo la menor
comprensión, y tampoco tendría la menor consideración si se apropiase de ellos. No lo
tiene ni siquiera hacia su propio pueblo. La Unión Soviética durante los últimos
veinticinco años ha aumentado el potencial militar bolchevique hasta un nivel que no
nos podíamos imaginar y que, por lo tanto, evaluamos incorrectamente. La judería
terrorista ha puesto a su servicio a 200 millones de personas en Rusia, mezclando sus
cínicos métodos y prácticas con la dureza inquebrantable del pueblo ruso, lo cual
supone un peligro aún más grande para la civilización europea. En el este un pueblo
entero es obligado a guerrear.
Hombres, mujeres e incluso niños son empleados a la fuerza no sólo en las empresas
de armamentos, sino en la propia guerra. Nos enfrentamos a 200 millones que viven, o
bien bajo el terror de la G.P.U., o bien cautivos de una cosmovisión diabólica, con una
estupidez absoluta. Las masas de tanques que nuestro frente del este se encontró este
invierno, son el resultado de veinticinco años de desgracia social y de miseria del
pueblo bolchevique. Contra ellas debemos utilizar contramedidas apropiadas, si no
queremos darnos por vencidos.
Tengo la firme convicción de que, a la larga, sólo podemos vencer al peligro
bolchevique si nos enfrentamos a él, aunque no con los mismos métodos, sí con
métodos equivalentes. La nación alemana se enfrenta a la mayor exigencia de la guerra,
concretamente, encontrar la determinación para jugárselo todo para proteger todo lo que
tiene, y para obtener todo lo que necesitará en el futuro. Ya no puede tratarse de
mantener un alto nivel de vida a costa de debilitar nuestra capacidad defensiva en el
este; ahora se trata de incrementar ésta a costa de un alto nivel de vida que ya no estaría
en armonía con el momento. Esto no significa que estemos imitando
métodos bolcheviques. Usamos métodos diferentes antes en nuestra lucha contra
el partido comunista que las que usamos contra los partidos de las clases medias. Nos enfrentábamos a un oponente al que había que tratar de manera diferente. Se valió del
terror para luchar contra el movimiento nacionalsocialista. ¡El terror se contrarresta no
con argumentos intelectuales, sino más bien sólo con contra-terror!
La amenaza intelectual del bolchevismo es bien conocida. En el extranjero no lo
niegan. Pero nosotros y Europa nos enfrentamos ahora a una amenaza militar directa
que va más allá de la amenaza intelectual.
Responder a ella con sólo argumentos intelectuales haría probablemente reír a los
gobernantes en el Kremlin. No somos tan estúpidos o cortos de miras como para incluso
intentar luchar contra el bolchevismo con métodos tan inadecuados. Tampoco estamos
dispuestos, como dice el proverbio, a elegir a nuestro propio carnicero. Estamos
decididos a defender nuestras vidas con toda nuestras fuerzas, sin importarnos si el resto
del mundo ve la necesidad de esta batalla o no. ¡La guerra total es, por lo tanto, la orden
de la hora presente!
Hay que poner punto final a la mojigatería burguesa que en esta batalla de nuestro
destino quiere vivir según la frase: “¡Lávame la piel, pero no me mojes!” (a medida que
avanza el discurso cada frase del ministro recibe mayores aplausos y aprobación)
El peligro al que nos enfrentamos es enorme. Enormes deben ser también los
esfuerzos con que le hacemos frente. ¡Ha llegado, por lo tanto, el momento de quitarse
los guantes de seda! ¡Ahora debemos vendarnos los puños! (como un solo grito, estalla
un estruendoso aplauso, los cantos provenientes de la galería y de la platea dan
testimonio de la plena aprobación del público)
Ya no se trata de utilizar el rico potencial de guerra en casa y en partes importantes de
Europa que están a nuestra disposición de manera parcial y superficial. Debemos
emplear todas nuestras reservas, tan rápidamente e intensamente cómo sea posible en
cuanto a la organización y a la práctica. Las consideraciones innecesarias no vienen a
cuento aquí.
El porvenir de Europa depende de nuestra lucha en el este. Estamos dispuestos a
defenderla. La nación alemana ofrece su sangre preciosa en esta lucha. El resto de
Europa debería ofrecer por los menos su trabajo.
Son muchas las voces serias en otros países que ya ven esta obligación
imperativa. Otros todavía la niegan. Sin embargo, para nosotros eso no decide nada. Si
el peligro existiera para ellos solos, uno podría juzgar sus omisiones como una absurdez
literaria que no tienen ningún sentido.
Pero el peligro existe para todos nosotros, por ello, debemos todos defendernos contra
ello. Quien hoy en el resto de Europa no comprenda todavía el significado de esta lucha,
mañana nos agradecerá de rodillas que la hayamos tomado con valor y firmeza.
No nos importa que ahora diga el enemigo que las medidas que tomamos para
organizar la guerra total son semejantes a las adoptadas por los bolcheviques. Afirman
hipócritamente que esto significa que no hay necesidad de luchar contra el bolchevismo,
pues nosotros mismos somos bolcheviques. No interesan ahora los métodos que hayan
de emplearse para derrotar al bolchevismo, sino solamente el objetivo; esto es, la
eliminación del peligro (aplausos del público por más de un minuto)
No se trata de si los métodos que usamos son buenos o malos, sino de si tienen
éxito. En todo caso, como dirigentes nacionalsocialistas del pueblo, estamos dispuestos
a todo. Actuamos sin consideraciones a protestas de este o aquél.
No estamos dispuestos a debilitar el potencial de guerra de Alemania mediante
medidas que mantienen un alto nivel de vida para cierta clase social, casi como en la
paz, poniendo en peligro de esta manera nuestros esfuerzos para la guerra. Al contrario, renunciamos voluntariamente a una parte importante de ese nivel de vida, con el objeto
de incrementar nuestro esfuerzo para la guerra tan rápidamente y tan intensamente como
sea posible. Esto no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un
objetivo. Todavía mayor será el nivel de vida de nuestro pueblo tras la victoria. No
necesitamos por ello imitar los métodos bolcheviques, porque poseemos un pueblo y
dirigentes mejores, y con ello una gran ventaja. Pero como se ha demostrado, debemos
hacer mucho más de lo que hasta ahora hemos hecho, para dar un giro decisivo a la
guerra en el este a nuestro favor.
Por cierto, como innumerables cartas de la patria y comunicados del frente han
mostrado, en todo el pueblo alemán impera una sola opinión.
Todo alemán sabe que si esta guerra se perdiera, nos aniquilarían. Por ello, el pueblo
con sus gobernantes están dispuestos, ahora más que nunca, a tomar las medidas más
radicales. La amplia masa de los trabajadores de nuestro pueblo no recriminan al
gobierno que es demasiado desconsiderado, sino, si acaso, que es demasiado
considerado. Preguntad a cualquiera en Alemania, y os dirá: “¡Lo más radical es
suficientemente radical, y lo más total es suficientemente total para ganar la guerra!”
Por ello, la conducción de la guerra total es un asunto de todo el pueblo alemán. Nadie
tiene ningún derecho a ignorar sus demandas. Cuando proclamé la guerra total desde
este lugar el 30 de enero, fui recibido con un huracán de aprobación desde el público
reunido a mi alrededor.
Puedo constatar que las medidas de nuestros gobernantes están en concordancia
perfecta con todo el pueblo alemán en la patria y en el frente. El pueblo está dispuesto a
cargar con las cargas más pesadas, y está dispuesto a hacer cualquier sacrificio sí, con
ello, se sirve al gran objetivo de la victoria (intensos aplausos)
El supuesto necesario para llevar a cabo la guerra total es, naturalmente, que las
cargas y dificultades de la misma se distribuyan equitativamente (sonora aprobación del
público) No se debe tolerar que todo el peso de la guerra gravite sobre la mayor parte
del pueblo, mientras un reducido sector procura eludir las cargas y responsabilidades del
pueblo.
Por eso, las medidas que hemos adoptado y las que en lo sucesivo adoptaremos
estarán impregnadas del espíritu de justicia nacionalsocialista. No tenemos en
consideración ni la clase social ni la profesión. Pobre y rico, superior o inferior deben
compartir las cargas por igual. Todo el mundo debe cumplir con su obligación ante la
nación en esta hora tan crítica de nuestro destino, si es necesario de manera
obligada. Sabemos que al tomar aquellas medidas interpretamos la voluntad unánime de
la nación. Preferimos emplear demasiada energía antes que poca para la obtención de la
victoria. Nunca jamás en la historia de los pueblos se perdió una guerra porque los
gobernantes tenían demasiados soldados y armas. Muchas, sin embargo, se perdieron
porque ocurrió lo contrario.
Ya he dicho en público que la tarea crítica del momento es ofrecer al Führer, a través
de las medidas que tomamos en casa, reservas operativas que necesitará, ¡para las tan
deseadas ofensivas de la próxima primavera y el próximo verano! ¡Cuanto más damos
al Führer, más mortal será el golpe! Ya no es apropiado soñar con la paz - El pueblo
alemán sólo debe pensar en la guerra. Esto no prolongará la guerra, pero, más bien, la
acortará: la guerra más total y más radical es también la más corta.
Es necesario que en el este recobremos la iniciativa y para ello es indispensable que
movilicemos las fuerzas precisas, existentes aún en grandes proporciones en el
país. Debemos movilizarlas, y no sólo de una manera organizada y burocrática, sino que debemos también improvisar.
¡Seguir los canales burocráticos lleva mucho tiempo! ¡Pero la hora apremia y la
rapidez es un imperativo! En la temprana lucha del movimiento nacionalsocialista
contra el Estado democrático no siempre seguimos un plan exacto. A menudo vivíamos
al día, siguiendo una estrategia política de improvisación. Una vez más debe ser así. ¡Es
hora de poner a trabajar a los perezosos! (frenética aprobación) Hay que sacarlos de su
cómoda tranquilidad. No podemos esperar a que se den cuentan ellos mismos, y que
quizás sea entonces demasiado tarde. Tiene que ser como si una alarma sonara por toda
la nación. Millones de brazos deben ponerse a trabajar a lo largo de la nación.
Las medidas que hemos tomado, y las que están todavía por tomarse, y de las que
hablaré más adelante en este discurso, son críticas para toda nuestra vida pública y
privada. Los sacrificios que el ciudadano de a pie tiene que hacer son pesados a veces;
pero son pocos comparados con los sacrificios que él tendría que hacer si se negara a
ello, y con ello se abatiera sobre nuestro pueblo la mayor desgracia nacional.
Es mejor hacer un corte a tiempo, que esperar a dejar que la enfermedad agarre. Uno
no debe quejarse al cirujano que hace el corte, o denunciarlo por lesiones físicas.
Él no corta para matar, sino para salvar la vida del paciente.
De nuevo tengo que acentuar aquí que, cuanto más grandes son los sacrificios que el
pueblo alemán tiene que hacer, tanto más urgente debe ser la exigencia de que sean
repartidos de manera justa. El pueblo quiere eso también. Nadie se opone a las cargas
más pesadas de la guerra. Pero, debe molestar a la gente cuando algunos siempre
intentan escaquearse. El gobierno nacionalsocialista tiene la obligación moral, pero
también política, de oponerse firmemente a tales tentativas, y si hace falta, con castigos
draconianos (clara aprobación) La indulgencia aquí está fuera de lugar, y llevaría con el
tiempo a una confusión en las emociones y opiniones del pueblo, lo cual pondría en
peligro nuestra moral de guerra.
Por lo tanto, nos vemos obligados a tomar una serie de medidas que no son esenciales,
en sí, para el esfuerzo bélico, pero parecen necesarias para mantener la moral entre
nosotros, y en el frente. La óptica de la guerra, es decir, como se ve la dirección de la
guerra, es de importancia decisiva en este cuarto año de guerra. En vista de los
sacrificios sobrehumanos que el frente realiza cada día, el frente tiene derecho a que ni
una sola persona se crea con el derecho de eludir sus obligaciones en tiempos de
guerra. Pero no sólo el frente lo pide, sino también la abrumadora parte decente de la
patria (aplausos tempestuosos) El trabajador tiene el derecho a esperar que, si él trabaja
diez o doce o, a veces, catorce horas al día, un ocioso no racanee junto a él mientras
considera a los otros como tontos o poco refinados. La patria tiene que permanecer pura
e intacta en su totalidad. Nada debe enturbiar su imagen en tiempos de guerra.
Por ello se han tomado una serie de medidas que tienen en cuenta esta nueva óptica de
la guerra. Por ejemplo, hemos ordenado el cierre de bares y locales nocturnos. No me
puedo imaginar que haya hoy todavía gente que cumplan sus obligaciones de la guerra
completamente mientras, al mismo tiempo, rondan por locales de diversión
nocturnos. Debo deducir de ello, que no se toman seriamente sus obligaciones en
tiempos de guerra. Hemos cerrado estos locales de diversión, porque empezaban a
ofendernos y a disturbar la imagen de la guerra, y porque no representa al pueblo
alemán. No tenemos nada en contra de estas diversiones. Después de la guerra no nos
importará vivir según la frase: “Vivir y dejar vivir.”
Pero, durante la guerra, el lema debe ser: “¡Luchar y dejar luchar!” También los restaurantes de lujo, cuyos gastos no compensan el efecto obtenido, han sido cerrados. Puede ser que alguno que otro, durante la guerra, piensa que el cuidado
del estómago es una misión importante. No podemos prestarle ninguna atención. Si en
el frente nuestras guerreras tropas, del soldado raso al general, comen de la cocina de
campo, yo creo, que no es pedir mucho, si en nuestra patria obligamos a todos a tener en
consideración las reglas más fundamentales de la convivencia. Ya tendremos tiempo de
volver a ser gourmets después de la guerra. Hoy tenemos cosas más importantes que
hacer que cuidar el estómago.
También innumerables tiendas de lujo han sido cerradas por el momento. A menudo
ofendían a la gente. Generalmente no había apenas nada que comprar, a menos que en
lugar de con dinero, uno pagara con mantequilla o con huevos. ¿De qué sirven las
tiendas que ya no tienen nada que vender, excepto para gastar electricidad, calefacción y
emplear mano de obra que nos hace tanta falta en otras partes, sobre todo, en la
producción de armamento?
No es una excusa afirmar que mantener algunas de estas tiendas abiertas impresiona a
los turistas. ¡Al extranjero sólo le impresiona una victoria alemana! (aprobación
tempestuosa) ¡Durante la lucha por el poder, éramos nazis pobres! Una vez que
ganamos, todo el mundo quería nuestra amistad. Cuando hayamos ganado, todo el
mundo querrá ser nuestro amigo. Si, sin embargo, perdiéramos, podríamos contar
nuestros amigos con los dedos de una mano.
Por eso, hemos puesto fin a esas ilusiones equivocadas que empañan la imagen de la
guerra. Proporcionaremos a aquellos que se encuentran sin hacer nada en las tiendas
vacías, una actividad útil en la industria armamentística. Este proceso ya está en marcha,
y estará completado para el 15 de marzo. Representa, sin duda, una gran transformación
de toda nuestra vida económica. Se verán afectados cientos de miles de personas.
No estamos actuando sin un plan, ni tampoco nerviosos. No queremos acusar a nadie
injustamente, ni hacer reproches a diestra y siniestra. Sólo hacemos lo que es
necesario. Pero lo estamos haciendo con rapidez e intensidad. Preferimos llevar ropa
remendada durante unos años, a crear una situación en la que nuestro pueblo deba llevar
andrajos durante varios siglos.
¿De qué sirven los salones de moda que gastan luz, calefacción y emplean
trabajadores? Podrán reabrir después de la guerra, si tenemos tiempo y ganas para
ello. ¿Para qué queremos las instituciones de belleza, en las que se rinde culto a lo bello,
y que requieren tiempo y mano de obra, lo cual para la paz está muy bien, pero que para
la guerra es superfluo?
Nuestras mujeres y muchachas no deben preocuparse, un día gustarán a los soldados
victoriosos que vuelven a su patria, incluso sin las finas prendas o el maquillaje de los
tiempos de la paz (vivos aplausos)
En las oficinas públicas, en el futuro, se trabajará más rápido y menos
burocráticamente. No da buena impresión cuando se retiran los documentos y se cierra
exactamente después de ocho horas de trabajo. El pueblo no está para servir a los
funcionarios, sino los funcionarios están para servir al pueblo. Se trabaja hasta que el
trabajo esté terminado. Es una exigencia de la guerra. Si el Führer puede hacerlo,
también pueden hacerlo los empleados del Estado. Si no hay bastante trabajo para una
jornada más larga, entonces, se transfiere el 10 ó 20 ó 30 % de los trabajadores a la
importante economía de guerra y se libera un número igual de hombres para el
frente. ¡Eso es lo que tiene que hacerse!
Esto es válido para todas las oficinas de la patria, civil o militar. Quizás, así, el trabajo en las oficinas se hará con mayor rapidez y facilidad. Debemos aprender en la guerra a actuar no sólo a fondo, sino también con rapidez. El soldado en
el frente no tiene semanas para pensar en una acción, para pasárselo a otro o dejarlo
tomar polvo en un archivo.
Debe actuar con inmediatez porque, si no, pierde su vida. Si bien nosotros, en la
patria, no perdemos nuestra propia vida por actuar lentamente, sin embargo, ponemos
en peligro a la larga la vida de nuestro pueblo.
También las actividades inútiles, que no tienen nada que ver con la guerra deben ser
detenidas. Las cosas bonitas y que merecen la pena en tiempos de paz pueden
convertirse en ridículas, como poco, en tiempos de guerra. Por ejemplo, he oído que
varias oficinas en Berlín se pasan semanas discutiendo si la palabra acumulador debería
ser sustituida por la palabra colector. De ello han resultado gruesos informes. Me
parece, y creo que el pueblo alemán está de acuerdo conmigo, que la gente que pasa su
propio tiempo en tales tonterías durante la guerra no están bien empleadas, y sería mejor
mandarlas a una fábrica de armas o al frente.
Aquellos que trabajan para el pueblo deben constantemente dar al pueblo con un buen
ejemplo en todo lo que hacen. Las cuestiones triviales pueden, a veces, causar malestar
público. Por ejemplo, es ofensivo que muchachos y muchachas cabalguen en el
Tiergarten en Berlín a las nueve de la mañana. Podrían encontrarse con una trabajadora
que regresara de un turno nocturno de diez horas, y que vuelve a casa a cuidar a cuatro o
cinco hijos. La visión de un grupo de cabalgantes de paseo, como si estuviesen en
tiempos de paz, sólo podría desanimar a esta excelente trabajadora.
Por ello, he prohibido la equitación en todas las calles y parques públicos de la capital
del Reich mientras dure la guerra. Creo que, al hacer así, estoy teniendo en cuenta las
demandas psicológicas de la guerra, y mostrando verdadero respeto por el frente. Un
soldado de permiso en Berlín, por pocos días, del frente del este, por ejemplo, que vea
tal cosa tendrá una impresión completamente equivocada de la capital del Reich. No
verá las fábricas de armas, donde cientos de miles de personas respetables y
trabajadoras trabajan doce, catorce, y a veces, dieciséis horas al día, sino, más bien, un
club de equitación alegre e indolente.
¡Qué tipo de imagen de la patria se llevará de vuelta al frente!
Todo el mundo debe aprender a tomar en cuenta la moral de la guerra, y a prestar
atención a las justas demandas de la gente que combate y trabaja.
No somos aguafiestas, pero tampoco toleraremos a aquellos que obstaculizan nuestros
esfuerzos.
Cuando, por ejemplo, ciertos hombres y mujeres están durante semanas en los
balnearios para charlar, quitando el sitio a los soldados heridos, o a los trabajadores que
tienen derecho a unas vacaciones después de uno o dos años de duro trabajo; eso es
intolerable y ha sido eliminado. La guerra no es el tiempo adecuado para la gente
festiva. Nuestra alegría hasta el final es el trabajo y la lucha, en eso encontramos nuestra
satisfacción interior profunda. A quien no lo entienda por sí solo se le debe enseñar a
entenderlo, e incluso obligarlo si es necesario. En esto, sólo las medidas más drásticas
sirven.
No causa una buena impresión, por ejemplo, si cuando con gran propaganda
anunciamos el lema: “¡Las ruedas deben rodar para la victoria!”, con el resultado de
que la gente no emprende ningún viaje innecesario, para luego ver que los
desempleados que viajan por placer encuentran más sitio en los trenes. El ferrocarril
sirve para los transportes importantes de la guerra y los viajes de negocios necesarios
para la guerra. Sólo tiene derecho a unas vacaciones, aquel que necesite descansar del duro trabajo.
El Führer no se ha tomado un día de vacaciones desde el inicio de la guerra e incluso
mucho antes. Si el principal hombre del Estado se toma su obligación tan en serio y tan
responsablemente, entonces, eso debe ser, para cada ciudadano y ciudadana, una
invitación silenciosa, pero clara, a comportarse de la misma manera.
El gobierno, por su parte, hace, sin embargo, cuanto está en su mano para que en estos
momentos difíciles no carezca el pueblo que trabaja de las necesarias posibilidades de
recreo y esparcimiento. Los teatros, los cines y las salas de conciertos permanecerán en
plena actividad. La radio está trabajando para ampliar y mejorar su programación. No
tenemos ninguna intención de infligir en nuestro pueblo un estado de ánimo propio de
un invierno gris. Aquello que sirve al pueblo, mantiene, fortifica y multiplica su energía
para la lucha y el trabajo, es bueno y esencial para el esfuerzo bélico. Lo contrario debe
ser suprimido. Por lo tanto, y como compensación de aquellas medidas de rigor que
impone la guerra, yo, en cooperación con el camarada de partido Ley, he ordenado que
los espectáculos y lugares donde el pueblo puede gozar unas horas de recreo no
disminuyan, sino que aumenten.
Lo mismo se ha hecho con los centros e instalaciones deportivas.
El deporte no es hoy una cosa de círculos privilegiados, sino del pueblo entero. Las
exenciones militares son totalmente insensatas en el campo deportivo. El deporte tiene
la misión de incrementar la fuerza física con el claro fin de ponerlo en uso, al menos, en
el momento de mayor necesidad del pueblo.
Todo eso lo quiere el frente también. Demanda con clamorosa unanimidad que el
pueblo alemán en la patria se solidarice. No queremos oír más de actividades
insignificantes para la guerra ni de pomposidades. No queremos perder más tiempo ni
dinero en ello. No queremos oír más de largos cuestionarios ceremoniosos para
cualquier tontería. No queremos perdernos en mil pequeñeces que eran quizás
importantes en tiempos de paz, pero que no poseen ninguna importancia en tiempos de
guerra.
Sabemos lo que tenemos que hacer. El pueblo alemán quiere una vida espartana para
todos: para el de arriba y para el de abajo, y para el rico y para el pobre. De la misma
manera que el Führer da el ejemplo, todo el pueblo, en todos sus estratos, debe seguir
su ejemplo. Cuando él sólo conoce trabajo y preocupaciones, no le queremos dejar a él
sólo el trabajo y las preocupaciones, sino que nos encargamos de la parte de que le
podemos aliviar.
Los tiempos que hoy vivimos tienen una extraordinaria semejanza, para todos los
nacionalsocialistas auténticos, con el periodo de la lucha por el poder. Siempre hemos
actuado de la misma manera. Siempre hemos estado con el pueblo en los buenos y en
los malos momentos, y por eso el pueblo nos ha seguido a todas partes. Siempre hemos
llevado todas las cargas junto al pueblo, y por eso, no nos parecieron pesadas, sino
livianas. El pueblo quiere ser guiado. Nunca hubo un ejemplo en el que, en un momento
crítico de la historia nacional, el pueblo no haya seguido a unos gobernantes valientes y
decididos.
Quisiera, en este contexto, decir también unas palabras sobre algunas medidas
prácticas de la guerra total que ya hemos tomado. El problema actual se reduce a lo
siguiente: a obtener soldados para el frente, y obreros y obreras para las industrias de
guerra. A estos dos objetivos deben supeditarse todas las demás necesidades, incluso a
cuenta de nuestro nivel de vida durante la guerra. Esto no significa un declive definitivo
de nuestro nivel de vida, sino que es válido sólo como medio para la obtención del objetivo, es decir: una victoria total.
En este contexto, cientos de miles de exenciones militares han sido revocadas. Hasta
ahora estas exoneraciones eran necesarias porque no teníamos suficiente mano de obra
experta que pudiera ocupar los puestos dejados libres al revocar las exoneraciones. La
razón de las medidas tomadas y aún por tomar, es movilizar los trabajadores
necesarios. Por eso, dirigimos nuestro llamamiento a los hombres que no trabajan en la
economía de guerra, y a las mujeres que hasta ahora no se han incorporado al
trabajo. No querrán ignorar nuestro llamamiento, y no podrán hacerlo.
La obligación de trabajar para las mujeres es amplia, lo cual no significa que sólo
deben trabajar aquellas que están incluidas en la ley.
Cualquiera es bienvenida, y cuantas más se pongan a la disposición del esfuerzo
bélico, tantos más soldados podemos liberar para el frente, y más fuerte podrá golpear el
Führer el próximo verano.
Afirman nuestros enemigos que la mujer alemana no está en situación de sustituir al
hombre en la economía de guerra. Eso puede ser verdad para ciertos trabajos corporales
pesados de nuestra fabricación de guerra.
Además, yo estoy, sin embargo, convencido de que la mujer alemana está firmemente
decidida a ocupar el puesto que el hombre deja vacante por marchar al frente, y a
capacitarse perfectamente para reemplazarle en corto plazo. No necesitamos referirnos
aquí al ejemplo bolchevique.
También en la economía de guerra alemana millones de las mejores mujeres alemanas
trabajan ya, con el mayor éxito, desde hace años, y esperan con impaciencia que sus
filas aumenten y se completen con nuevas incorporaciones lo antes posible. Todas las
mujeres que se ofrezcan voluntariamente para desempeñar estos puestos que quedarán
libres, no harán, con su acción, sino cumplir un deber de gratitud para con el
frente. Cientos de miles se han ofrecido ya, y otras tantas vendrán en breve. En nada de
tiempo esperamos tener a disposición ejércitos de trabajadores que, a su vez, harán
posible ejércitos de combatientes para el frente.
Tendría que equivocarme mucho con las mujeres alemanas, si yo pensara que no
quisieran escuchar el llamamiento que aquí les hago. No se acogerán a la ley en su
sentido estricto, ni intentarán escaquearse a través de algún resquicio legal. No me lo
creo. No me lo puedo imaginar.
Por cierto, las pocas que tuvieran esas intenciones, no lo conseguirían.
No se aceptarán informes médicos para evitar el llamamiento al trabajo.
También, la excusa de un trabajo que uno consigue con el marido o con el cuñado o
con un buen conocido, para poder evitar el trabajo de manera desapercibida, será
correspondida por nuestra parte con las contramedidas correspondientes. Los pocos que
intenten tales planes, sólo conseguirán perder el respeto de la gente a su alrededor. No
les olvidaremos; nos acordaremos de ellos cuando acabe la guerra. El pueblo les
tributará el mayor desprecio.
Nadie pide que una mujer que no reúne las condiciones físicas necesarias trabaje en la
pesada producción de una fábrica de tanques.
Hay, sin embargo, muchísimos trabajos en la producción de guerra que pueden
hacerse sin un esfuerzo físico demasiado fuerte, y para los cuales, una mujer, aunque
proceda de círculos privilegiados, puede tranquilamente ofrecerse. Nadie es demasiado
bueno para ello, y sólo podemos elegir entre darlo todo, o perderlo todo.
Sería apropiado que las mujeres con servicio doméstico sometan también esta cuestión a examen. Uno puede perfectamente atender la casa y cuidar de los niños, y dejar libre a la criada, o bien dejar la casa y los niños al cuidado de la criada o de la
N.S.V., y ofrecerse para trabajar. Sin duda, la vida entonces no es tan agradable como
en tiempos de paz; cuando papá llega a casa, mamá puede no tener la cena lista. Pero no
vivimos en tiempos de paz, sino de guerra. Ya podremos ponernos cómodos cuando
tengamos la victoria en las manos. Ahora tenemos que luchar por la victoria
sacrificando ampliamente nuestra comodidad. Ahora debemos sacrificar la comodidad
para alcanzar la victoria.
Sin duda las mujeres de los soldados lo entienden. Ellas considerarán como un deber
supremo apoyar a sus maridos, fuera en el frente, al ponerse a disposición para un
trabajo importante para la guerra. Esto concierne sobre todo a la agricultura. Las
mujeres de los agricultores tienen que dar aquí un buen ejemplo. Vale para todos los
hombres y mujeres la premisa de que no es apropiado que nadie haga incluso menos en
tiempos de guerra que de paz. El trabajo tiene que ser aumentado en todos los sectores.
Por cierto, no se debe cometer el error de dejarle al gobierno todo lo que es ahora
necesario. El gobierno sólo puede promulgar las leyes directrices. Dar vida y contenido
a estas directrices, es una labor del pueblo trabajador; y debe ocurrir con el continuo
estímulo de la dirección del partido. Actuar con rapidez es esencial. Así que más allá de
la obligación legal, el lema ahora es: “Voluntarios, ¡adelante!”
Hago un llamamiento aquí, especialmente como gauleiter de Berlín, a mis vecinas
berlinesas. Ellas ya han dado en el transcurso de esta guerra tantos nobles ejemplos de
una actitud valiente ante la vida, que no se abochornarán ante este reto. Se han
granjeado un buen nombre en el mundo entero gracias a su estilo de vida práctico, así
como su buen humor incluso durante la guerra. Esta buena reputación debe ser
mantenida y reforzada con una gran obra. Cuando apelo a mis conciudadanas berlinesas
para ofrecerse para un trabajo importante para la guerra rápidamente, inmediatamente y
sin muchas objeciones, yo sé que todas seguirán este llamamiento. Ahora no debemos
quejarnos de las dificultades diarias, o ponernos de malas caras; sino comportarnos no
sólo como lo hacen los berlineses sino también los alemanes: poniéndonos a trabajar,
actuando, tomando la iniciativa, haciendo algo, y no dejando todo a los demás para que
lo hagan ellos.
¿Qué mujer alemana se atrevería a no escuchar tal llamamiento en beneficio de los
combatientes en el frente? ¿Quién querría ahora anteponer una comodidad personal a la
llamada del deber nacional? ¿Quién querría, aún todavía, pensar en sus propias
necesidades egoístas ante la gran amenaza a la que estamos expuestos, y no en las
necesidades de la guerra que están por encima de todo?
Rechazo con desprecio la acusación que nos dirigen nuestros enemigos, según los
cuales todo esto no es más que una imitación del bolchevismo.
Nosotros no queremos imitar al bolchevismo, sino vencerle, como hicimos en nuestra
lucha por el poder. La mujer alemana es la primera en comprender esto, porque hace ya
tiempo que ha reconocido que la guerra que hoy sostienen nuestros hombres es, ante
todo, una guerra por la salvación de sus hijos. Su posesión más sagrada es defendida en
esta guerra con la valiosa sangre de nuestro pueblo. Con esta lucha de los hombres debe
la mujer alemana proclamar su propia solidaridad.
Ella debe unirse, mejor hoy que pasado mañana, a los millones de trabajadores, para
aumentar con su propia persona el ejército de la patria trabajadora. Debe atravesar el
pueblo alemán como un río de buena disposición. Espero que ahora se presenten, en las
oficinas de trabajo, innumerables mujeres y, sobre todo, también hombres que no hacían hasta ahora, todavía, ningún trabajo importante para la guerra. Quien da rápido, da el doble.
Al mismo tiempo se están realizando amplias fusiones, como ya ha informado la
prensa con más detalle. Atañe, sobre todo, a la banca y a las aseguradoras, al fisco, a los
periódicos y revistas que no son esenciales para la guerra; atañe a las empresas del
partido y de administración prescindibles para la guerra, pero todavía hace falta una
mayor simplificación de la manera de vida de nuestro pueblo. Yo sé que, para ello,
grandes partes de nuestro pueblo tienen que hacer grandes sacrificios. Comprendo estos
sacrificios, y el gobierno procura limitarlos al mínimo. Pero, algo quedará y deberá
soportarse. Después de la guerra, aquello que eliminamos, lo reconstruiremos más
grande y más bonito que nunca y, para ello, el Estado prestara su mano amiga.
En esta relación, me opongo enérgicamente a la afirmación de que con nuestras
medidas se pretende la eliminación de la clase media o una monopolización de la
economía. Después de la guerra la clase media se reinstalará de inmediato en gran
medida socialmente y económicamente. Las medidas actuales son exclusivamente
medidas de emergencia para cubrir los objetivos y necesidades de la guerra. No
pretenden una reestructuración de la economía, sino que tienen sólo como objeto ayudar
a conseguir la victoria de forma tan rápida y total como sea posible.
No discuto que todavía tenemos por delante semanas angustiosas en lo que se refiere a
la realización de las medidas que acabo de describir; pero nos darán un respiro. Estamos
poniendo los cimientos para el próximo verano, y nos ponemos a trabajar sin prestar
atención alguna a las amenazas y fanfarronadas del enemigo. Me alegra poder presentar
este programa para la victoria al pueblo alemán que no sólo, de buena gana, hace suyas
estas medidas, sino que las pide con incluso más apremio que durante el curso de la
guerra (aplausos fragorosos) ¡El pueblo quiere que se actúe de forma rápida y
radical! ¡Ya es la hora! Debemos aprovechar el momento para protegernos de futuras
sorpresas. Me dirijo con este llamamiento a todo el pueblo alemán, especialmente, sin
embargo, al partido, como guía designada para la conducción interna de la guerra. No se
encuentra por primera vez ante una misión tan gigante. Llevará a su fin esta misión con
su característico brío revolucionario. Acabará lo antes posible con la inercia e
indolencia que se muestren aquí y allá. El Estado ha promulgado sus leyes marco y
promulgará más en los próximos días y semanas. Las trivialidades que no son atendidas
en estas leyes marco, deben ser realizadas por el propio pueblo bajo el liderazgo del
partido. Por encima de todo lo que ahora emprendemos, es aplicable a todos el deber
moral de no hacer nada que perjudique a la guerra, y hacer todo lo que ayude a la
victoria.
Durante los últimos años nos hemos referido, a menudo, en nuestros periódicos y
discursos al ejemplo de Federico el Grande. No teníamos ningún derecho a
hacerlo. Federico II, durante la Tercera Guerra de Silesia, durante un tiempo, tuvo
5 millones de prusianos, según Schlieffen, frente a 90 millones de europeos; y en el
segundo de siete años infernales, sufrió una derrota que sacudió Prusia hasta en los
cimientos. Nunca tuvo suficientes soldados y armas, como para atacar sin gran
riesgo. Su estrategia era siempre la de la improvisación. Pero siguió el principio: atacar
al enemigo allí donde se le presentara la oportunidad, allí donde se le apareciera. Que él
sufriera derrotas, no fue lo que lo decidió todo. Lo que lo decidió todo fue, más bien,
que el gran rey en todos los golpes del destino permaneció entero, que sobrellevó
imperturbable la oscilante fortuna de la guerra, y que su fuerte corazón supero todos los
peligros. Después de siete años, él, un anciano de cincuenta y un años, desdentado, enfermo de gota, y atormentado por mil dolores, quedó como vencedor en el devastado campo de batalla.
¿Con qué debemos compararnos a él? A lo sumo, igualarnos a él en la voluntad y la
decisión, cuando lo pida el momento, como él, permanecer imperturbable en todos los
cambios del destino, cómo él, conseguir la victoria incluso bajo las circunstancias más
desfavorables, y nunca dudar de la gran causa que defendemos.
Estoy convencido de que la nación alemana ha sido iluminada por el trágico golpe de
Stalingrado. Ha visto la cara trágica y despiadada de la guerra. Conoce ahora la
verdad cruel y está dispuesta a seguir al Führer en los buenos y en los malos
momentos. Tenemos valientes y leales aliados a nuestro lado (la muchedumbre se
levanta entusiasmada al unísono canto infinito de: “¡El Führer ordena, y nosotros le
obedecemos! ¡Salud a nuestro Führer!”, por lo cual, durante varios minutos, el ministro
no puede proseguir con su discurso)
El pueblo italiano... bajo la dirección de su gran Duce, continuará a nuestro lado,
recorriendo el camino hacia la victoria. La doctrina fascista lo ha preparado para las
grandes pruebas del destino. Además, en el Asia oriental, el valeroso pueblo japonés...
asesta golpe tras golpe a las potencias anglosajonas. Así, pues, estas tres grandes
potencias proseguirán con sus aliados la lucha contra la tiranía plutocrática y contra la
amenaza bolchevique. ¿Qué puede ocurrirnos si nos enfrentamos a las duras pruebas de
la guerra con firme determinación? Nadie, entre nosotros, duda que la victoria será nuestra. Mientras que en el frente del este continúan nuestras tropas conteniendo en terribles batallas defensivas el ataque de la estepa, prosiguen nuestros submarinos su acción eficaz en todos los mares del mundo, y causan pérdidas al tonelaje enemigo que no pueden ser compensadas ni remotamente con las nuevas construcciones. ¡Y el próximo verano, el enemigo conocerá nuestra potencia ofensiva! El pueblo alemán está decidido a utilizar todas sus fuerzas para ofrecerle al Führer los recursos necesarios para realizarla. ¡Esa es la obligación de este momento! Me estoy acercando al final. La prensa inglesa y norteamericana se ocupa en estos días, extensamente, de la actitud del pueblo alemán. Como se sabe, los ingleses conocen al pueblo alemán mucho mejor que nosotros, sus propios gobernantes. Ellos nos dan hipócritamente consejos sobre que deberíamos hacer o no hacer; siempre con la idea equivocada de que el pueblo alemán de hoy es igual al pueblo alemán de noviembre de 1918 cuando se dejó seducir por sus ardides. No necesito mostrar las pruebas contra esta afirmación. Las pruebas las ofrece cada día el pueblo alemán, luchador y trabajador. Para llegar a la pura verdad, camaradas alemanes y alemanas, quisiera dirigiros una serie de preguntas que debéis responderme según vuestro mejor conocimiento y conciencia. Cuando el público me mostró espontáneamente su aprobación acerca de mis peticiones del 30 de enero, la prensa inglesa, es decir, los judíos, afirmó al día siguiente que había sido un espectáculo propagandístico, y que no corresponde de ninguna
manera con la verdadera opinión del pueblo alemán, que los judíos la conocen mejor que nosotros (gritos espontáneos de disgusto: “¡Mentira! ¡Qué vengan aquí! ¡Se van a enterar de quienes somos!”) Hoy he invitado a esta reunión a una muestra representativa de todo el pueblo alemán. Delante de mí están sentados filas de heridos del frente del este, con piernas y
brazos amputados... (la enumeración del ministro es recibida con una fragorosa aceptación que se manifiesta en un interminable aplauso y una gran aprobación hacia los representantes del ejército presentes en el Palacio de los Deportes) ..., con heridas
de bala, que han perdido la vista, que han venido con las enfermeras de la Cruz Roja hombres en su plena juventud que, ante sí, tienen sus muletas. Entre todos ellos, cuento cincuenta que han recibido la Hoja de Roble y la Cruz de Hierro; unos excelentes representantes de nuestro frente combativo. Detrás de ellos destaca un grupo de trabajadores y trabajadoras de las empresas de tanques en Berlín. Más atrás, se sientan hombres de la organización del partido, soldados del guerrero ejército alemán, doctores, economistas, artistas, ingenieros y arquitectos, profesores, funcionarios y empleados de oficinas, una orgullosa representación de
nuestra vida intelectual en todas sus capas, a quienes, justo ahora en la guerra, el Reich debe gran inventiva y genio humano. Repartidos por todo lo redondo del Palacio de los Deportes, veo miles de mujeres
alemanas; la juventud está aquí representada y los ancianos. Ninguna clase social, ninguna profesión y ninguna edad quedó fuera de la invitación;
bueno, ¡los judíos no están aquí representados! Por lo tanto, puedo decir con derecho y acertadamente: que delante de mí se encuentra una muestra representativa del pueblo
alemán en el frente y en la patria. ¿Es verdad? ¿Sí o no? (el Palacio de los Deportes experimenta, en el momento de esta
pregunta, algo como, sólo en momentos especiales de la vida nacional, ha vivido este
viejo lugar de lucha del nacionalsocialismo: el público salta de sus asientos como
electrizado, miles de voces resuenan como un huracán por todo el lugar, lo que experimentan los participantes de este mitin es un referéndum popular y una expresión de la voluntad que no puede ser más espontáneo) Por lo tanto, vosotros, público mío, representáis en este momento a la nación; y, a vosotros, quisiera dirigir diez preguntas que vosotros me debéis responder, junto al pueblo alemán, ante el mundo entero, especialmente ante nuestros enemigos que también nos oyen por la radio. ¿Queréis? (sólo con dificultad el ministro puede hacerse oír en las preguntas que siguen ahora: el público se encuentra en un estado de exaltación, las preguntas caen
como cuchillos puntiagudos, todos sienten como si se les preguntase personalmente; con supremo interés y excitación responde el público a cada pregunta, el Palacio de los
Deportes resuena con un único grito de aprobación) Primera: afirman los ingleses que el pueblo alemán ha perdido la fe en la victoria. Yo os pregunto: ¿creéis con el Führer y con nosotros en la victoria total y definitiva de las armas alemanas? ¿Estáis decididos a seguir al Führer en la lucha por la victoria, en los buenos y en los malos momentos, y no obstante las más duras pruebas personales a que seáis sometidos? Segunda: aseguran los ingleses que el pueblo alemán está cansado de luchar. Yo os pregunto: ¿estáis dispuestos, junto al Führer como falange de la patria, apoyando al ejército combatiente, a continuar esta lucha con decisión inquebrantable, a través de todas las vicisitudes del destino, hasta que la victoria esté en nuestras manos? Tercera: afirman los ingleses que el pueblo alemán ya no quiere aceptar las crecientes demandas de la guerra que de él exige el gobierno. Yo os pregunto: ¿soldados, trabajadores y trabajadoras, estáis, y está el pueblo alemán decidido, si el Führer así lo ordenara, a trabajar diariamente diez, doce y si fuera preciso, catorce o hasta dieciséis horas, y darlo todo por la victoria? Cuarta: aseguran los ingleses que el pueblo alemán se defiende contra las medidas de guerra total del gobierno; que no desea la guerra, sino la capitulación (el público responde con gritos de: “¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca!”). Yo os pregunto: (en voz alta e imponente) ¿''queréis vosotros la guerra total''? (claman todos: “¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!”, y aplauden con encendido entusiasmo) ¿La deseáis, si fuera preciso, en forma aún más radical y total de lo que hoy nos podemos incluso imaginar? (siguen clamando: “¡Sí!”, y siguen también aplaudiendo) Quinta: sostienen los ingleses que el pueblo alemán ha perdido la fe en el Führer
(se escucha un solo clamor del público: “¡Guerra! ¡Guerra! ¡Guerra!”) Yo os pregunto: ... (la muchedumbre se levanta como un solo hombre, demuestra un entusiasmo sin precedentes y miles de voces se unen y gritan: “¡El Führer ordena, nosotros le obedecemos!”, a lo que sigue una ola con un sólo clamor: “Sieg Heil!”, que
fluye por el recinto; y como si fuera una orden, las banderas y los estandartes ondean en lo alto como la más grande explosión de un momento en que la muchedumbre honra al Führer) Yo os pregunto: ¿confiáis en el Führer? (el público clama: “¡Sí!”) ¿Es vuestra confianza en el Führer más grande, más fiel e inquebrantable que nunca? ¿Es vuestra disposición a seguirle allá donde vaya, y a hacer todo lo que sea necesario para culminar la guerra en un final victorioso, una disposición absoluta e incondicional? (aplausos vivos) Yo os pregunto como la sexta: ¿estáis dispuestos a, de ahora en adelante, contribuir con todas vuestras fuerzas para proporcionar al frente, a nuestros padres y hermanos, los hombres y armas que necesite para derrotar al bolchevismo?, ¿estáis preparados para
eso? Yo os pregunto como la séptima: ¿prometéis solemnemente al frente que la patria le respaldará siempre con moral firme y que le dará todo lo que necesita para alcanzar la victoria? Yo os pregunto como la octava: ¿queréis todos, y especialmente vosotras, las mujeres, que el gobierno se encargue de que también la mujer alemana ofrezca su energía para la guerra, y que intervenga, sobre todo allí donde sea posible, para dejar disponibles hombres para el frente, y así, ayudar a vuestros maridos en el frente?, ¿queréis eso? Yo os pregunto como la novena: ¿aprobáis, cuando sea necesario, la adopción de las más radicales medidas contra un pequeño grupo de reacios y especuladores que en medio de la guerra actúan como en tiempos de paz, y que pretenden aprovecharse en propio beneficio de las necesidades del pueblo?, ¿estáis conformes con que aquel que cometa un delito contra la guerra pierda la cabeza? Yo os pregunto como la décima y última: ¿queréis, como el programa del partido nacionalsocialista alemán de los trabajadores propugna, que existan en la guerra los mismos derechos y las mismas obligaciones para todos, que la patria, solidariamente, cargue sobre sus hombros con las cargas más pesadas, y que las distribuya por igual entre los que están arriba y los que están abajo; entre los pobres y los ricos?, ¿queréis
eso? Os he preguntado; me habéis dado vuestras respuestas. Sois parte del pueblo y por vuestra boca ha hablado y definido su actitud el pueblo alemán. Les habéis dicho a nuestros enemigos lo que deben saber para que no se hagan ilusiones o falsas ideas. De esta manera, como en las primeras horas de nuestro gobierno y durante los diez años que siguieron, estamos firmemente unidos en hermandad con el pueblo alemán. El más poderoso aliado en la Tierra, el pueblo mismo, nos respalda y está decidido a luchar, con el Führer, cueste lo que cueste, aceptando incluso los mayores sacrificios hasta alcanzar la victoria. ¿Qué potencia internacional podría ahora evitar que realicemos y cumplamos el objetivo que nos hemos puesto? Ahora lo conseguiremos, y debemos conseguirlo. Yo me encuentro ante vosotros no sólo como el portavoz del gobierno, sino como el portavoz del pueblo. Alrededor mío, se sientan viejos amigos del partido que ejercen altos cargos en la dirección del pueblo y del Estado. Junto a mí, está el camarada del partido Speer, quien ha recibido del Führer la misión histórica de movilizar la industria de armamento, y de proveer al frente todas las armas que necesite. Junto a mí, está el camarada Ley, quien ha recibido del Führer la misión de dirigir la mano de obra alemana, y adiestrarla e instruirla en su infatigable trabajo para cumplir con sus obligaciones frente a la guerra. Nos sentimos profundamente agradecidos al camarada Sauckel, que ha recibido del Führer la misión de traer al Reich innumerables centenares de miles de trabajadores para respaldar nuestra economía nacional, una cosa que el enemigo no puede hacer. Además, están con nosotros todos los jefes del partido, del ejército y del gobierno. Todos nosotros, hijos del pueblo, ligados con el pueblo en el más solemne momento de nuestro destino histórico, os prometemos, prometemos al frente, y prometemos al Führer que, en la patria, forjaremos una voluntad de hierro en la que el Führer y sus aguerridos soldados pueden en todo momento confiar ciegamente. Nos comprometemos, en nuestra vida y trabajo, a hacer todo lo necesario para la victoria. Queremos llenar nuestros corazones con la anterior pasión histórica que siempre nos consumió, como un fuego imperecedero, en las grandes batallas del partido y del Estado. No queremos, en esta guerra, caer presa del anterior falso e hipócrita objetivismo al que debe nuestra nación alemana tanta desgracia en su historia. Cuando esta guerra comenzó, sólo dirigimos nuestros ojos a nuestra nación. Lo que os sirve a vosotros y a vuestras vidas, es bueno, y debe ser mantenido y apoyado. Lo que os perjudica a vosotros y a vuestras vidas, es malo, y debe ser apartado y eliminado. Con el corazón encendido y la cabeza fría queremos tratar los grandes problemas de este momento de la guerra. Estamos en el camino de la victoria final; la victoria descansa en nuestra fe en el Führer. En esta noche, otra vez, presento ante los ojos de la nación sus grandes obligaciones. El Führer espera de nosotros un rendimiento que empequeñezca todo lo que hasta ahora se ha hecho. Nosotros no queremos fallarle. De la misma manera que nosotros estamos orgullosos de él, él debe poder estarlo de nosotros. En las grandes crisis y conmociones de la vida nacional, se demuestra quienes son los
verdaderos hombres, y, también, las verdaderas mujeres. En esto, no se tiene el derecho de hablar del sexo débil, aquí ambos sexos demuestran la misma capacidad para la lucha, y fortaleza espiritual. La nación está preparada para todo. El Führer ha ordenado, nosotros le obedeceremos. Si alguna vez hemos creído, leal e inquebrantablemente, en la victoria, es, entonces, en este momento de reflexión nacional y ánimo. La tenemos a mano, sólo tenemos que agarrarla. Debemos sólo sacar la fuerza de decisión, para subordinar todo lo demás a su servicio. Esa es la orden en este momento; y, por eso, la consigna a partir de ahora es: “Compatriotas, ¡levantáos y que se desate la tormenta!” (y así las palabras finales del ministro se perdieron en el estruendo de aplausos y clamores interminables)
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== Escenario y audiencia ==