Sila

político y militar de la Antigua Roma
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Lucio Cornelio Sila Felix, en latín Lucius Cornelius Sulla Felix (L·CORNELIVS·L·F·P·N·SVLLA·FELIX)[1]​ (138 adC-78 adC), uno de los más destacados políticos y generales romanos de la era tardorrepublicana, perteneciente al bando de los optimates. Cónsul en los años 88 adC y 80 adC y dictador entre los años 81 adC y 80 adC, notable por ser el único dictador de la historia que, habiendo asaltado el poder absoluto por la fuerza de las armas, renunció voluntariamente al mismo, volviendo a la condición de simple particular.

Archivo:Cornelio Sila.jpg
Supuesto retrato de Lucio Cornelio Sila.

Su juventud

Lucio Cornelio Sila nació en en seno de una pequeña familia aristocrática, la menos destacada de las siete ramas de la gens Cornelia. Ya que la fama del dictador eclipsó totalmente la de sus ancestros, es muy poco lo que conocemos de ellos. Las fuentes clásicas enfatizan los aspectos más negativos. Del padre de Sila, Plutarco sólo facilita el dato de su modesta situación económica[2]​ y sólo la mención de su hijo en documentos epigráficos ha permitido rescatar su prenomen; de la madre, nada se sabe y tampoco hay noticia explícita de otros hermanos, aunque la referencia a un Nonio Sufenas como sobrino del dictador[3]​, deja claro que éste tuvo al menos una hermana.

Salustio y Plutarco están de acuerdo en que la familia de Sila se hallaba en plena decadencia, pero discrepan en los matices. Mientras que el historiador de Queronea implica que si Sila salió de la penuria (ilustrada con la anécdota de que en sus años mozos compartió techo con ex-esclavos), a la que le condenaba la ruina y la perdida de prestigio de los Cornelios durante el siglo II adC, fue sólo y exclusivamente por obra de la Fortuna, las referencias de Salustio a la educación de Sila y a su excelente dominio del latín y el griego, aún admitiendo un grado considerable de ignominia[4]​, cuadran mejor con lo que se espera de una familia bien situada social y económicamente. Un pasaje de Apiano sobre las conversaciones preliminares que condujeron a la paz de Dárdano[5]​ habla de la amistad que unió al padre de Sila con el rey del Ponto, confirmando la pretura que los testimonios epigráficos adjudican a Lucio Cornelio Sila, padre.

Por otro lado, el provechoso matrimonio del mismo con una rica señora, indica también que se trataba de una gens menos desprestigiada y con más caudales de lo que Plutarco da a entender. Los Cornelli Sulla pudieron ser pobres, pero no literalmente. Se sabe que el joven Sila percibía unas rentas de 9.000 sestercios anuales, lo cual indica un haber de 150.000 sestercios: en comparación con el sueldo anual de un trabajador, unos 1.000 sestercios, no está mal, pero no era nada al lado de las grandes fortunas de otros nobiles.

Fue probablemente la muerte de su padre la que dejó a Sila en esta situación económica, la cual convirtió con toda seguridad al aristócrata en el desclasado del que habla Plutarco. Con las puertas de la alta sociedad cerradas para él, el ocioso Sila se refugió en el mundillo del teatro, frecuentando alojamientos y compañías de carácter procaz y disoluto, histriones y gente baladí. Jovial, bebedor y chancero, según Plutarco fue su atractivo físico el que lo sacaría de esos ambientes, ya que una de las cortesanas más caras de Roma, a la que sólo conocemos por su nom de guerre, Nicópolis, perdidamente enamorada de él, le legó todas sus posesiones. Al mismo tiempo fallecería la madrastra de Sila, dejándole como único heredero y permitiéndole disponer de los fondos necesarios para iniciar su carrera política cuando tenía unos treinta años de edad.

Las primeras etapas del cursus honorum

 
Numidia en tiempos de la Guerra de Yugurta

Sila inició su carrera (107 adC) sirviendo como cuestor durante la guerra contra el rey de Numidia, Yugurta, bajo las órdenes de Cayo Mario. El rey númida llevaba años hostigando a los romanos con gran éxito, y a pesar del avance logrado por Mario, el duro conflicto se prolongaba. Sila fue enviado en calidad de embajador a parlamentar con el suegro del esquivo monarca númida, el también rey Boco de Mauritania, con el cual trabó amistad y logró convencer para que traicionara a Yugurta, apresándolo para los romanos (105 adC). El evento proporcionó a Sila un gran prestigió militar y una considerable popularidad tanto con el cónsul como con los soldados, atribuyéndosele el fin de la guerra. Plutarco afirma que esta circunstancia fue el comienzo de la fricción ente Mario y Sila, puesto que aquél se volvió envidioso del éxito de su subordinado y éste no hacía sino echar leña al fuego con una actitud fanfarrona que encontró eco entre algunas personas, enemigos políticos de Mario.

 
Las migraciones de cimbrios y teutones

La situación de extremo peligro creada por la invasión de cimbrios y teutones aplazó las posibles diferencias entre general y subordinado, y Sila permaneció bajo las órdenes de Mario en las sucesivas campañas de los años 104 adC y 103 adC. Dirigió con éxito una expedición contra los tectosagos, dando muerte a su caudillo Cepilo, y poco después, como tribuno militar, destacaría también al negociar un tratado con los marsos y dirigir extraoficialmente el ejército del cónsul Lutacio Catulo, uno de los protegidos de Mario, contra los cimbrios que amenazaban el norte de Italia. Los derrotó en Vercellae en el año 101 adC), dando muestras al mismo tiempo de su capacidad para el combate y la organización.

 
La derrota de los cimbrios, por Alexandre-Gabriel Décamps (Museo del Louvre).

Finalmente, la disputa con Mario se manifestó en toda su amplitud tras la victoria sobre los cimbrios: Catulo y Sila parecen haber reclamado más crédito por su actuación en Vercellae del que Mario estaba dispuesto a conceder. En circunstancias tan nimias y pueriles —concluye Plutarco— se fundamentó el odio de ambos, que más tarde condujó a los desmanes de la Guerra Civil y después a la tirania y a la perversión de todo el Estado.

No obstante, el conflicto entre Mario y Sila se desarrolló más lentamente de lo que Plutarco y otros autores parecen admitir, y no adquirió el carácter de abierta hostilidad hasta mucho más tarde.

La pretura

Según el relato de Plutarco, tras haber sido desmovilizado hacia el año 100 adC, Sila se amparó en su prestigio militar para pujar por el cargo de pretor; inicialmente resultó en fracaso, obscureciéndose su carrera política por unos años. Plutarco recoge la explicación de este fracaso que escribió el propio Sila: la plebe romana que esperaba con ansia los grandes espectaculos que ofrecería como edil. El biógrafo de Queronea añade además su propia visión del asunto: Sila no compró suficientes votos, una opinión ilustrada con algunos ácidos comentarios sobre la venalidad de su personaje.

Sin embargo, acabó siendo nombrado nombrado pretor en el año 94 adC y al término de su mandato, como propretor, se hizo cargo del gobierno de Cilicia, entrando así por primera vez en contacto con los problemas anatólicos. El rey de Capadocia Ariobarzanes, entronizado por Roma, había sido depuesto por el rey de Armenia, Tigranes el Grande, y su suegro y aliado del rey del Ponto, Mitrídates VI, que colocó a su propio hijo en el trono de Capadocia. La acción de Sila fue bastante efímera pues, a pesar de cumplir su misión, la restitución de Ariobarzanes apenas duró un año, expulsado nuevamente por Mitrídates. Sila fue el primer romano en llegar al Eúfrates, y negoció un tratado de amistad con Orobazo, embajador del reino de Partia.

A su vuelta a Roma, aguardaba a Sila un proceso judicial por corrupción. Mario se dedicó a denunciar la arrogante actitud de Sila hacia los capadocios y los partos, arguyendo que la situación en Oriente se resentiría. Finalmente, Cayo Marcio Censorino, probablemente a instancias de Mario, acusó a Sila de aceptar sobornos de Ariobarzanes. Por este motivo, algunos autores consideran que es ahora cuando los roces de Sila y Mario se convierten en hostilidad, consecuencia probable de la serie de turbulentos escándalos políticos que sufrió Roma en la década de los 90 del siglo I adC y que acabó en empate entre populares y optimates, pero no sin consecuencias para Sila: la incomparecencia de Censorino le libró de una condena judicial, pero su prestigio resultó tan dañado por la acusación que hubo de retirarse de la actividad pública durante los siguientes tres o cuatro años.

Tras haber logrado tantos éxitos en Asia, Sila quedó desacreditado como corrupto e incompetente. Posiblemente empleó los años de silencio maniobrando para recuperar la dignitas perdida y el incidente, narrado con detalle por Plutarco[6]​, revela hasta que punto sus intentos habían sido coronados con un relativo éxito, y que en el 91 adC ya no era ya un personaje maldito de la política romana. El incidente en cuestión fue la donación de un grupo escultórico por el rey de Mauritania, Boco, al Pueblo de Roma: Boco, con ocasión de su nombramiento formal de socius et amicus populi Romani, regaló al pueblo de Roma un grupo escultórico representando su máxima aportación a la amicitia romana: la rendición de Yugurta. En el grupo estaban representados Yugurta, Boco y Sila. Del relato de Plutarco se desprende a las claras que Mario se tomó muy mal la presencia de Sila y la ausencia suya, interpretándolo como un ataque directo contra su dignitas. Plutarco añade que el incidente -y Sila-, fueron empleados por una parte del Senado que había convertido la disputa con Mario en la principal razón de su actividad política.

La Guerra Social

Fue la Guerra Social, el conflicto que estalló en el año 91 adC entre Roma y sus aliados itálicos, injustamente tratados, la que proporcionaría a Sila su mayor gloria y el inicio de su irresistible ascensión política, abriéndose así aun más las diferencias con Mario (que también jugó un eficaz papel en las operaciones militares).

El mayor éxito lo obtuvo como legado, en la región costera de la Campania y, poco después, en el Samnio, al mando del cónsul Lucio Julio César, donde logró sorprender al general samnita Papio Mutilo y conquistar la ciudad de Bovianum. En el año 89 adC consiguió una decisiva victoria militar ante los muros de Pompeya, obteniendo de ese modo una corona gramínea, máxima condecoración militar romana. Tras eso, continuó conquistando el resto de las ciudades que los rebeldes habían ocupado en la Campania, hasta que solo quedó el corazón de la revolución: Nola. Ignorando la amenaza que esa ciudad simbolizaba para sus legiones, Sila lanzó un ataque directo al centro de las tierras rebeldes, invadiendo el Samnio e inflingiéndoles una severa derrota en un paso de montaña.

De este modo, presentándose en Roma como el destructor de la rebelión, Sila obtuvo su tan anhelado consulado en año 88 adC, junto a Quinto Pompeyo Rufo. Los cónsules se repartieron el gobierno de la Res publica de manera que Sila recibía el provechoso mando de la guerra contra Mitrídates, mientras que Pompeyo Rufo permanecía en Roma a cargo de las tareas "civiles". Este mismo año contraía matrimonio con Cecilia Metela (sobrina de Quinto Cecilio Metelo el Numídico).

Las fuentes antiguas son unánimes considerando que los problemas surgieron cuando los populares, apoyados por los caballeros, prepararon la reaparición pública de Mario, quien deseaba para sí el mando militar sobre Oriente.

El tribuno Publio Sulpicio Rufo cambió bruscamente de bando político y de ser uno de los miembros más notables de los optimates, pasó a conventirse en aliado de Mario y en defensor de las tesis populares, sin que estén claros los motivos de este súbito cambio de alianzas: si fue por influencia de Mario, por ambitio y sed de poder o por otros motivos más personales.

Sulpicio trató de aprobar una ley sobre el suffragium de los itálicos incorporados a la ciudadanía ex lege Iulia y, posiblemente, una medida similar aplicable a los libertos. La violencia desatada entre los proponentes y adversarios de ambas leyes trató de ser atajada por los cónsules proclamando una vacación legislativa, cuya naturaleza ha sido ampliamente discutida debida a la discrepancia en las fuentes, aunque parece más probable que se tratara más de feriae imperativae que de un iustitium. Cuando, en un asamblea junto al templo de Cástor y Pólux, Sulpicio solicitó la reanudación de la actividad legal, la contio degeneró en pelea abierta, provocando, entre otras, la muerte de Quinto Pomponio Rufo, hijo de uno de los cónsules y yerno del otro, y la retirada de ambos magistrados. Sila se refugió, voluntaria o forzadamente, en la cercana casa de Mario, donde se discutió la situación creada y se llegó a algún tipo de acuerdo, porque el cónsul regresó a la Asamblea, anuló las feriae, y marchó a Capua para embarcarse a Asia.

No había llegado Sila a esta ciudad cuando Sulpicio Rufo propuso entregar el mando de la guerra contra Mitrídates a Mario. La reacción de Sila, que se encontraba en la Campania, no se hizo esperar, al dar media vuelta y franquear las murallas de Roma, entrando en Roma al frente de su ejército, cometiendo así una terrible falta religiosa: la violación del pomerium. Una vez en la ciudad, eliminó a todos sus adversarios, incluido al propio Sulpicio, mientras Mario y sus partidarios huían a África. Antes de marchar, Sila promovió una serie de leyes para neutralizar los elementos de donde había partido la acción antisenatorial de los populares, es decir, los comicios por tribus y el tribunado de la plebe. La lex Cornelia Pompeia de comitiis centuariatis e de tribunicia potestate anuló la capacidad legislativa de los concilia plebis (a los que había sido transferida) limitó la capacidad de los tribunos de la plebe para vetar una ley emanada del Senado y exigió la previa autorización del mismo a toda propuesta de ley. Se restablecía asimismo el viejo sistema serviano de los comitia centuriata, que tendrían preferencia sobre los comitia tributa (utilizados por los tribunos de la plebe para promulgar leyes) en la votación de cualquier ley.

Dejando Roma "segura" bajo el consulado del popular Lucio Cornelio Cinna y del aristócrata Pompeyo Rufo, Sila partió contra Mitrídates. Su larga ausencia seria, sin embargo, aprovechada pronto por los populares para retomar el poder y llevar a cabo una crudelísima venganza en que la sangre corrió a raudales (verano de 87 adC).

Estalló de nuevo la guerra entre populares (con Cinna al mando) y conservadores (con Octavio al frente). Mario volvió del exilio en África junto con su hijo (Mario el joven), acompañado de un ejército que había logrado reunir allí. Dicho ejército se unió a las fuerzas de Cinna para derrotar a Octavio. En este momento Mario entró en Roma y, siguiendo sus órdenes, sus soldados comenzaron a ejecutar a los partidarios de Sila, incluyendo a Octavio. La matanza conmocionó a Roma, y al parecer sólo entre las filas de los nobiles hubo 100 muertos. Sus cabezas fueron expuestas en el Foro.

Cinco días después, Sertorio ordenó a sus tropas (mucho más disciplinadas que las de Mario, que se habían reclutado entre gladiadores, esclavos y demás) aniquilar los libertos responsables de las atrocidades, acción que Mario se tomó con sorprendente calma. El Senado, ahora en control de los populares dictó una orden exiliando a Sila, y Mario fue nombrado nuevo general para la guerra en el este. Cinna, por su parte, fue elegido para un segundo consulado, y Mario para un séptimo. Sin embargo, poco más de un mes después de su vuelta a Roma, a los 17 días de acceder al consulado, Mario murió repentinamente, a la edad de 71 años.

La Primera Guerra Mitridática

 
Asia Menor en vísperas de la Primera Guerra Mitridática

Tras su desembarco en Dirraquio, entre los años 87 adC y 83 adC, Sila luchó contra las fuerzas de Mitrídates en Grecia, dirigidas por Arquelao. Desde los primeros momentos, pese a la inferioridad numérica de sus efectivos, la ausencia de una potente flota y la falta de dinero, los romanos actuaron con energía en Grecia, sumada a la causa del rey del Ponto. Brutio Sura, el eficaz legatus del gobernador de Macedonia, había tenido cierto éxito impidiendo el avance de las tropas pónticas, e incluso les había derrotado en campo abiero en el norte de Grecia. Más tarde, Sura se enfrentó de nuevo con ellas en varias ocasiones en los alrededores de Queronea, aunque la llegada de refuerzos pónticos le obligó a retirarse. Esto sucedió justamente cuando la vanguardía del ejército de Sila desembarcaba en el Epiro. Sura recibió la orden de regresar a Macedonia.

Sin ninguna clase de apoyo del gobierno de Roma, la campaña de Sila en Grecia estuvo caracterizada por la doble lucha contra el enemigo y la penuria. La falta de dinero se suplió mediante el saqueo de los tesoros de los diversos templos griegos, en especial el santuario de Delfos, al que envió a un amigo suyo, Cafis el focio, para incautar sus riquezas. Pero la mayor fuente de quebraderos de cabeza para Sila fue su propio ejército, donde los problemas con los soldados parecen haber sido los habituales en la época. Dado que la moral de sus tropas al llegar a Grecia era muy baja, Sila empleó cualquier ocasión imaginable para ejercitarlas, de tal modo que al comienzo de la campaña en Italia, las legiones a su mando mostraban una excelente disciplina. Entretanto, su lugarteniente Lúculo también fue enviado a requisar barcos y dinero en distintos puertos del Levante mediterráneo.

Sila emprendió el asedio de Atenas y El Pireo, gobernadas por el tirano Aristón, una marioneta del rey del Ponto, en Marzo de 86 adC. La política de tierra quemada llevada a cabo por Aristón y la consiguiente carencia de madera para construir máquinas de asedio llevó a Sila a ordenar talar todos los árboles en cien millas a la redonda, incluyendo los centenarios de la celebérrima Academia, a cuya sombra se pasearan Platón y tantos otros filósofos de renombre. Durante este durísimo cerco, el romano habría contraído la sarna en las condiciones antihigiénicas de su campamento. Esta enfermedad provocada por un ácaro produce incesantes picores y ronchas o pústulas. Al rascarse continuamente, le delicada piel blanquísima de Sila quedó irreparablemente dañada, resultando en las ronchas que desfigurarían su palidez el resto de su vida y que le valieron la siguiente chanza de los atenienses: Si una mora amasares con la harina, / tendrás de Sila entonces el retrato.

Así, Sila se habría vengado de estos padecimientos sufridos por él y sus hombres con el terrible saqueo a que sometió a la metrópolis ateniense. Según Plutarco[7]​: ...el mismo Sila (...) entró a la medianoche, causando terror y espanto con el sonido de los clarines y de una infinidad de trompetas y con la gritería y algazara de los soldados, a los que dio entera libertad para el robo y la matanza: así, corriendo por las calles, con las espadas desenvainadas, es indecible cuánto fue el número de los muertos...

El tirano Aristón escapó por mar a través del Pireo, para unirse a las fuerzas pónticas conducidas por Taxiles.

Antes de internarse en Beocia para interceptar a los ejércitos enemigos que se aproximaban desde el norte, Sila ordenó quemar El Pireo, para evitar que la flota del Ponto desembarcara un ejército a sus espaldas.

La batalla de Queronea

Sila no perdió el tiempo y ocupó una colina llamada Filoboeto, que nacía en las estribaciones del Monte Parnaso. Desde allí dominaba la llanura de Elatea y disponía de madera y agua en abundancia. El ejército de Arquelao, comandado realmente por Taxiles debía avanzar desde el norte por un valle hasta Queronea. Con 110.000 hombres y 90 carros de guerra, triplicaba, como mínimo, a los efectivos silanos. Arquelao era partidario de desgastar lentamente a los romanos, pero Taxiles tenía órdenes de Mitrídates para atacar inmediatamente. Entretanto, Sila empleo a sus hombres en la excavación de una serie de trincheras para proteger sus flancos contra posibles maniobras y levantar empalizadas en el frente. A continuación ocupó la ciudad en ruinas de Parapotamos, una posición inexpugnable que dominaba los vados de la calzada que conducía a Queronea. Entonces fingió una retirada, abandonando los vados y se atrincheró en la empalizada y las trincheras. Tras éstas estaba preparada la artillería de campaña que ya había sido empleada en el asedio de Atenas. Arquelao avanzó a través de los vados y trató de flanquear a las fuerzas silanas con su caballería, pero sólo logró ser rechazado por las legiones formadas en cuadro y sumir el ala derecha de su ejército en la confusión. Los carros de Arquelao cargaron contra el centro romano y se hicieron añicos contra las trincheras romanas. Entonces, los caballos liberados de sus bridas y enloquecidos por las flechas y jabalinas, retrocedieron a través de las falangras griegas creando más confusión. Éstas cargaron, pero tampoco pudieron superar las defensas romanas y sufrieron fuertes bajas bajo el fuego de la artillería romana.

En vista del fracaso, Arquelao trató de lanzar su ala derecha contra la desprotegida izquierda romana. Sila, apercibiéndose de la peligrosa maniobra, corrió en auxilio de sus hombres desde el flanco derecho. Sila resistió los asaltos pontideos, hasta que Arquelao decidió traer más tropas desde su ala derecha. Esto desestabilizó la línea de combate póntica y debilitó su flanco derecho. Sila retornó a su ala derecha y ordenó avanzar a todas sus fuerzas. Con el apoyo de la caballería, las legiones de Sila hicieron añicos a las fuerzas de Arquelao. La matanza fue terrible, y según algunas fuentes sólo sobrevivieron 10.000 soldados de Mitrídates.

La batalla de Orcómenos

Apoltronado en el poder en Roma, Cinna mandó a Lucio Valerio Flaco al frente de dos legiones a fines del 86, cuando Sila había concluido el sitio de Atenas, un ejército comandado por el cónsul Lucio Valerio Flaco desembarcó en el Epiro; la misión de esas fuerzas era combatir a Mitrídates, no a Sila, lo que queda patente por el hecho de que, cruzándose ambos ejércitos a pocas milas de distancia, no se enfrentaron entre sí. Sin embargo, Sila animó a sus hombres a sembrar la disensión en el ejército de Flaco, que empezó a sufrir deserciones hasta que se fue a combatir a Mitrídates a la región de los Estrechos (el Helesponto y el Bósforo).

Entretanto Sila hubo de hacer frente a nuevo ejército póntico. Como campo de batalla escogió Orcómenos, una zona pantanosa en las llanuras de Beocia. No sólo era el lugar ideal por su estrechez para que un ejército inferior plantara cara a uno numéricamente muy superior, debido a sus defensas naturales, sino que también era el terreno propicio para que Sila organizara nuevas trincheras y empalizadas. En esta ocasión las fuerzas del Ponto excedían los 150.000 hombres que acamparon con gran ajetreo enfrente mismo de los romanos, junto a las lagunas de Orcómenos.

Tan pronto amaneció, Arquelao se dio cuenta de la trampa que Sila le había preparado. El romano no se había limitado a cavar tincheras, sino también diques fácilmente defendibles, que pronto se convirtieron en un muro que iba aprisionando el campamento de Arquelao. Las fuerzas del Ponto intentaron salir sin éxito, y los diques avanzaron más sobre el campamento póntico, que cada vez estaba más acorralado. El segundo día, Arquelao, determinado a escapar de las redes de Sila, lanzó todo su ejército sobre los romanos, que empezaron a retroceder. Sin embargo, la presión provocó que los legionarios acabaran tan juntos entre sí que formaron una barrera impenetrable de espadas y escudos que avanzó sobre el campo de batalla como un puño blindado, haciendo trizas la línea de combate de Arquelao y tomando a viva fuerza el campamento. Las fuerzas del Ponto se desbandaron, y la batalla se convirtió en una inmensa matanza.

Plutarco hace notar que dos siglos después de la batalla, aún se encontraban armas y armaduras enterradas en el cieno a las orillas de las lagunas de Orcómenos.

Fimbria y la Paz de Dárdano

El segundo al mando de Valerio Flaco, el legado Cayo Flavio Fimbria, era un individuo nombrado a dedo por Cinna para tener contentos a sus partidarios, conocido por su carácter ruin y pendenciero. Mientras se hallaba acantonado en Nicomedia (Bitinia), y aprovechando que Flaco estaba visitando la cercana Calcedonia, Fimbria empezó a agitar a los soldados desontentos por la dureza de la campaña, y a través de la demagogia logró que se amotinaran y asesinaran a Flaco en cuanto éste retornó. Asumiendo el mando del ejército, Fimbria se lanzó sobre Mitrídates con gran éxito, y tras vencer a los restos de sus fuerzas en Eolia logró atraparlo en la ciudad de Pitane. De haber tenido la colaboración de la flota que Lúculo había reunido para Sila, la captura del rey del Ponto hubiera sido casi segura. Pero como no la tuvo, la flota póntica rescató a su monarca.

A pesar de estos éxitos militares, Fimbria sometió a los habitantes de la provincia de Asia a terribles saqueos, torturas y arbitrariedades, con lo cual se alzaron en armas contra él, alineándose con Sila. Tras haber logrado entrar en Ilión (Troya) proclamando que como romano era amigo y aliado de esta ciudad, mató a todos sus habitantes, robó todo lo que se podía transportar, y redujo la urbe a cenizas.

Para poder hacer frente a Fimbria, Sila negoció una salida rápida a la guerra con el Ponto. Mitrídates aceptó un acuerdo de paz bastante favorable para lo que acostumbraban los romanos, la llamada Paz de Dárdano, en Agosto del año 85 adC; en ella, el rey del Ponto se comprometía a retirarse de Europa y los territorios romanos de Asia Menor, renunciando a todas sus conquistas, a su flota, que debía ceder a los romanos, y comprometiéndose a pagar una indemnización de 3.000 talentos. El cumplimiento de las claúsulas quedó a cargo del propretor Lucio Licinio Murena, que tendría que enfrentarse a Mitrídates en una segunda guerra (83 adC - 82 adC), interrumpida por orden de Sila, que procedió a la reorganización de las provincias de Grecia y Asia, bajo durísimos dictados para sus habitantes.

Una vez libre del problema de Mitrídates, Sila salió en busca de Fimbria; el encuentro tuvo lugar en Tiatira y tras lo que parece que fue un intento de negociación, ambas partes se prepararon para el encuentro armado, pero Fimbria, atrapado entre la baja moral de sus tropas y la superioridad numérica de Sila, se suicidó cuando sus tropas desertaron en masa, añadiendo así otro hito a la felicitas o buena suerte de Sila. Aunque nada impedía ahora al regreso a Roma, Sila dedicó algún tiempo en Asia y Atenas a la reorganización de la provincia, esperando que el destino le señalase la mejor oportunidad para volver.

La guerra civil

En Roma la situación no podía ser peor para el ausente Sila: el gobierno que había creado ya no existía y él mismo había sido condenado a muerte in absentia, mientras sus propiedades eran arrasadas y su familia (gracias a la cual había aumentado su poder, ya que su mujer, Cecilia Metela, pertenecía a la influyente familia de los Metelli), así como sus amigos, clientes y partidarios, se veían forzados a huir.

La muerte de Cinna en un motín militar fue el comienzo del fín del régimen: las fuerzas cohesionadas por su persona comenzaron a disgregarse y el creciente malestar lanzó a muchos a los brazos de Sila. El Senado trata de negociar con Sila, pero ante su negativa los populares levantan un ejército. Según Apiano, Sila comenzó a enviar tropas a Italia una vez que le alcanzaron las noticias de la muerte de Cinna y los disturbios subsiguientes, pero para ese momento, Metelo se había ya sublevado en África, Craso estaba reclutando tropas entre su clientela hispánica y Pompeyo hacía lo mismo en el Piceno. Considerando la baja moral de sus tropas, su deseo de paz cansancio de la población tras tantos años de guerras, la República estaba condenada: muchos de sus líderes así lo comprendieron y cambiaron de bando antes de que fuera demasiado tarde.

En este estado de cosas, en la primavera del año 83 adC, Sila desembarcaba en Brundisium, con su pequeño pero curtido ejército. Durante los años 83 y 82 tuvo lugar la que podríamos considerar primera guerra civil entre romanos. Sila fue apoyado por Metelo Pío, por Cneo Pompeyo y por Licinio Craso. Dicha fuerza lograría una rápida victoria sobre sus adversarios políticos, encabezados por Cinna, en general bastante mediocres, a excepción del extraordinario Sertorio. Tres fueron las grandes victorias de Sila: la del monte Tifata sobre Cayo Norbano (83), la de Sacriportus, sobre Cayo Mario, hijo, (82) y, sobre todo, la de Porta Collina (1 de noviembre del 82), junto a los muros de Roma, en la que capturó a unos seis mil insurgentes que fueron sumariamente ejecutados. Pero los silanos tuvieron, que someter aún, en los siguientes meses, algunas ciudades de Italia como Praeneste (donde el hijo de Mario se había refugiado) o Volterra (en Etruria, que se defendió con éxito hasta el 79); mientras, Pompeyo hacía lo propio en Sicilia y África,

La dictadura de Sila

La victoria de Sila fue seguida de su dictadura ilimitada. Cuando convoca una reunión del Senado en el Templo de Bellona, a los pocos días de su entrada en Roma, los poderes de Sila se limitan al mando proconsular de sus tropas. Desde un punto de vista formal, el gobierno legítimo de Roma recaía únicamente en los cónsules, uno de los cuales, Carbón, había huido a África, y el otro, el joven Mario, se había suicidado asediado en Preneste. Así pues, no había cónsules y Roma estaba bajo control de un procónsul declarado hostis rei publicae, que al tomar Roma formalmente, y a falta de una derogación, seguía siéndolo.

A falta de cónsules, el Senado, siguiendo la tradición, nombró un interrex, que convocara y presidiera las elecciones de nuevos magistrados. Sin embargo, el interrex nombrado, el princeps Senatus Lucio Valerio Flaco, recibió una carta de Sila, en la que éste le sugería que, dada la situación, se hacía necesario elegir a un dictador, por un plazo de tiempo no determinado pero tan largo como fuera necesario, para restaurar el orden gubernamental destruído por la guerra civil. En esta carta, Sila se nombraba a sí mismo como el mejor hombre para el puesto y declaraba estar dispuesto para ser elegido.

Flaco propuso al pueblo, en consecuencia, la lex Valeria de Sulla dictatore (diciembre del 82 adC), para nombrar a Sila dictator legibus scribundis et rei publicae constituendae, es decir, dictador para la promulgación de leyes y para la organización del Estado. Los comicios centuriados lo aprobaron, el Senado lo ratificó y de este modo Sila restauró en su persona una magistratura caída en el olvido desde el 216 adC, y de una manera que apenas tenía algo en común con la vieja magistratura romana. Los seis meses que la tradición imponía como duración máxima se convertían en un plazo indefinido (aunque no vitalicio), con lo que a efectos prácticos se convertía en una monarquía sin corona.

Las proscripciones

El régimen de Sila se apoyó sobre el terror y, en concreto, en la brutal política represiva de las proscripciones. Este sistema fue legalizado por la lex Cornelia de proscriptione, aprobada en la asamblea popular, una ley con carácter retroactivo que permitía la ejecución sumaria y el asesinato impune de cualquier romano o itálico sospechoso de haber colaborado con el regnum cinnanum. Como resultado, miles de proscritos (40 senadores, 1.600 caballeros y 4.700 ciudadanos figuraban como tales en las listas públicas del Foro) fueron muertos, exiliados y/o privados de sus tierras y fortunas, confiscadas y luego vendidas en pública subasta. Se recompensaba con dos talentos a todo aquel que trajera la cabeza de un proscrito (que era clavada en una pica y colocada en el Foro) y se prohibió el acceso a cualquier cargo público a los descendientes de los proscritos, que además perdieron la ciudadanía romana.

Tito Livio afirma que con estas ventas el Tesoro público llenó sus arcas con 350 millones de sestercios. Sin embargo, los más beneficiados fueron los asesinos, el propio Sila y sus allegados, que se hacían adjudicar propiedades a precios ridículos. Craso amasó gracias a las expropiaciones de los bienes de los proscritos una gran fortuna. Además, los esclavos de dichos proscripti se convirtieron en libertos al servicio de Sila: los Cornelii, en número de 10.000, que actuaron, además de como ejército privado y guardia del dictador, como una verdadera policia política. Las fuentes hablan de numerosas matanzas, crímenes y venganzas cometidos por secuaces de Sila al amparo de la lex de proscriptione.

Las matanzas cesaron oficialmente el 1 de junio del 81 adC, pero la posterior lex de maiestate permitió ulteriores ejecuciones. Se consideraba como delito de maiestate el reclutamiento ilegal de tropas, el inicio de hostilidades sin autorización del Senado, la entrada de un magistrado proconsular con sus tropas en Italia (se determina el cauce de los ríos Arno y Rubicón como frontera de Italia), la invasión de una provincia con tropas de otra provincia, el abandono del gobierno provincial antes de la llegad de un nuevo gobernador, o la entrada con tropas en un reino aliado. El gobernador acusado de maiestate podía ser condenado con la pérdida de ciudadanía y un exilio permanente.

La proscripción no afectó sólo a Roma: los itálicos que apoyaron a los cinnanos fueron brutalmente reprimidos y castigados. Las tierras de los samnitas, devastadas; ciudades etruscas que habían apoyado a Papirio Carbón, como Volaterra, Arretium y Faesulae, perdieron sus tierras, que fueron repartidos entre los veteranos de Sila, fundándose colonias militares.

La legislación silana

Al mismo tiempo, Sila emprendió una serie de reformas institucionales y políticas para restaurar el Estado y promulgar leyes. Profundamente conservadoras por un lado, no estuvieron exentas de un espíritu de concordia, en especial al tratar la integración de los itálicos en las instituciones romanas.

Primero, para devolver al Senado la autoridad absoluta (perdida durante el mandato de los populares), Sila efectuó una lectio Senatus en el año 81, elevando el disminuido número de senadores (Sila había hecho matar a 90 senadores y 15 consulares) de los 300 habituales a 600, con la inclusión de la élite de los caballeros (cuyo ordo quedó así muy mermado), incluidos los itálicos. La lista senatorial fue completada con algunos oficiales del ejército de Sila en Oriente (Lúculo, por ejemplo), y se aceleró el ritmo de ingreso: los 20 cuestores entraban a formar parte del Senado, renovándose de este modo las bajas producidas por muerte natural y haciendo inútil el ejercicio de la censura.

Por otra parte, merced a la lex Cornelia iudiciaria, los patres monopolizaron los tribunales de justicia, que desde Cayo Graco eran monopolio de los equites. Ninguna rogatio podía ser sometida a los comicios sin su acuerdo previo (lo que suponía la abrogación de la lex Hortensia del 287 adC).

Las magistraturas también fueron reformadas: mediante una lex Cornelia de magistratibus , Sila precisaba el orden de las magistraturas del cursus honorum, la edad mínima para acceder a ellas y el intervalo temporal entre un cargo y el siguiente. El número de titulares fue aumentado y las magistraturas cum imperium limitadas a Italia fueron privadas del imperium militiae.

Pero la institución más perjudicada fue, sin duda, el tribunado de la plebe, profundamente debilitado por la lex Cornelia de tribunicia potestate. Perdía su capacidad legislativa, al no poder presentar propuestas de ley a la asamblea plebeya sin autorización previa del Senado; se excluía a los tribunos del acceso a cualquiera magistratura del cursus honorum, prohibiendo además que un tribuno de la plebe pudiera ser reelegido al finalizar su mandato; se privaba a la magistratura del derecho de veto (ius intercessionis), y únicamente se le permitía el ius auxilii, la facultad de proteger a un plebeyo contra los actos de un magistrado cum imperium.

Por medio de una lex Cornelia de provinciis ordinandis, Sila intentó proteger al Senado de la formación de facciones de poder duraderas en las provincias y de la amenaza de ejércitos provinciales (tal y como había hecho él mismo). Roma pasaba a tener diez provincias: Sicilia, Córcega y Cerdeña, Galia Cisalpina, Galia Transalpina, Hispania Citerior, Hispania Ulterior, Iliria, Macedonia, Acaya y Asia (además de Cilicia, que no sería constituida como provincia hasta el 63 adC). Estas provincias serían gobernadas por los dos cónsules y los ocho pretores al final de sus mandatos en Roma.

Sila perfeccionó el proceso penal, compilando un aúténtico código jurídico y puso las bases para las posteriores legislaciones de César y Augusto. Por último, distribuyó 120.000 veteranos en las tierras confiscadas de Etruria y Campania y limitó la autonomía de los municipios.

También redactó algunas leyes sobre aspectos menores de la constitución romana:

  • La lex Cornelia de sacerdotiis derogaba la lex Domitia del año 104 adC, que establecía la elección en los comicios centuriados del pontifex maximus. El número de pontífices y augures pasó a ser de quince miembros, al igual que el de los decemviri sacris faciundis, ahora quindecemviri. Se restauraron varios templos, incluido el templo de Júpiter Máximo, incendiado en el 82 adC y se ofrecieron suntuosas fiestas públicas que, sin perder su carácter religioso, obedecían más bien a estrategias populistas.
  • La lex Cornelia de adulteriis et pudecitia, contra la inmoralidad y a favor de la pureza del matrimonio.
  • La lex Cornelia sumptuaria, que, a imitación de la legislación precedente, intentaba poner límite al lujo de los banquetes y ceremonias públicas.
  • Una nueva lex frumentaria, que abolía los repartos de trigo subvencionado por el Estado que venían produciéndose desde tiempos de Cayo Graco. Éstos se habían convertido en un gasto muy oneroso para el erario público y en instrumento para el populismo y la compra de votos.
  • La lex Cornelia de novorum civium et libertinorum suffragiis manumitía a 10.000 esclavos, que adoptaron el nombre Cornelio, y los repartía entre las 35 tribus, concediéndoles la plena ciudadanía. Como ya se ha mencionado antes, estos nuevos ciudadanos actuaron como una guardia pretoriana al servicio del dictador.

Retiro y muerte

 
Sila en un denario acuñado por su nieto

Tras contraer matrimonio en condiciones muy románticas con una bella y jovencísima viuda, Valeria Mesala, fue con gran sorpresa que Sila renunció repentinamente a la dictadura y se retiró del poder, convirtiéndose en un simple privatus. La fecha en que Sila abdicó de la dictadura y volvió a la condición de privatus es objeto todavía de controversia y, en la práctica, ha sido datada en casi todas las ocasiones posibles.

Son dos las fechas propuestas con más posibilidades. Por un lado, autores como Ernst Badian sugieren que Sila se retiró por etapas, primero dejándo la dictadura a fines de 81, luego siendo cónsul en el 80 y finalmente, privatus en el 79. Sin embargo, ya que Apiano afirma tajantemente que Sila era dictador todavía cuando asumió el consulado, otros historiadores sitúan su renuncia a fines del año 79, coincidiendo con la terminación del imperium consular. Se ha tratado de conciliar ambas posturas sugiriendo que la abdicación de Sila ocurrió en algun momento del 80 —quizá en julio o agosto— pero antes de las elecciones consulares para el 79, fecha en la que ya fue un simple privatus.

Se instaló en una villa de Campania cerca de la pertenceciente a Cayo Mario, la cual vendió a un precio ridículamente bajo a su hija Cornelia. Allí escribió los 22 libros de sus Memorias (completadas más tarde por su liberto Cornelio Epicado) y regresó a las grandes fiestas y a las disolutas compañías que caracterizaron su juventud, dedicando su tiempo, en palabras de Plutarco, a beber con ellos y contender en bufonadas y chistes, haciendo cosas muy impropias de su vejez y que desdecían mucho de su autoridad. Y así permaneció, lúcido y jocoso, dirigiendo sus asuntos con la misma manera imperiosa y expédita de siempre, hasta el mismo día de su muerte.

Sila falleció como consecuencia de una terrible enfermedad que, a tenor de lo descrito por Plutarco[8]​, parece haber sido algún tipo de cáncer intestinal. Las palabras puestas por Salustio en boca de Sila diciendo que su vida podría estar pronta a extinguirse por la enfermedad[9]​ y el hecho de que Plutarco afirme que Sila conocía de antemano su propio fin[10]​ podrían aludir a que el dictador ya padecía la enfermedad desde el inicio mismo de su cursus honorum y que era perfectamente consciente de su gravedad.

Tras su muerte en el año 78 adC y, ante las dudas sobre qué hacer con su cuerpo, un grupo de sus veteranos lo cargó desde su villa privada hasta el Campo de Marte romano, donde construyeron una gran pira fúnebre en la cual incineraron el cadáver del dictador. Su epitafio, redactado por él mismo, venía a reducirse a que nadie le había superado ni en hacer bien a sus amigos ni mal a sus enemigos.

Semblanza de Sila

Físicamente, Sila fue un hombre impresionante. Según Plutarco, era de bella y excelente figura. El cabello rojo-dorado característico de su familia contrastaba con la palidez cadavérica de su piel. Poseía unos ojos azules, glaciales y brillantes, que denotaban su inteligencia extraordinaria.

Con respecto a su carácter, al decir de Cayo Salustio Crispo:

Sila pertenecía a una ilustre familia pero era de una rama casi echada a perder por la indolencia de sus antepasados; excepcional conocedor lo mismo de las letras griegas que de las latinas, espíritu ambicioso, ávido de placeres pero más ávido aún de gloria; se daba a la disipación en los momentos de ocio pero nunca los deleites le hicieron desatender sus deberes si exceptuamos que pudo comportarse más decorosamente en su vida conyugal. Elocuente, sagaz, siempre dispuesto a hacer amigos, con una capacidad increíble para disimular, espléndido en muchas cosas pero sobre todo con el dinero. A pesar de haber sido el más afortunado de los mortales ya antes de su victoria en la guerra civil, su suerte nunca estuvo por encima de su genio y muchos dudaban si era más valiente o más feliz.
Bellum Iugurthinum, XCV
Además se dirigía a los soldados con buenas maneras, hacía favores a muchos que se los pedían y a otros por propia iniciativa; en caso de recibirlos, lo hacía a la fuerza y los devolvía con más prontitud que si se tratase de dinero prestado; en cambio él no reclamaba nada a nadie, muy al contrario, se afanaba para que estuviesen en deuda con él el mayor número de personas; hacía bromas con los más humildes y también trataba con ellos cosas serias. Estaba siempre presente en los trabajos, en las marchas y en las guardias (...) únicamente no consentía que otro le aventajase en previsión o en valor; y de hecho, él iba por delante de la mayoría.
Bellum Iugurthinum, XCVI

Sila demostró ser un magnífico comandante, sereno, sagaz, valerosísimo y de gran ascendente con sus soldados, que lo idolatraban hasta el punto de que dejaron de ser soldados de la República Romana para convertirse en soldados de Sila. Comportándose con prudencia y tacto, supo ganarse también a los oficiales, y se evitó celos y rencores, deleitando por un tiempo a su rival Mario con su celo y entusiasmo. Pese a su fiero orgullo aristocrático, poseía una facilidad extraordinaria para hacer amistades. Su gran interés por la guerra radicaba en el placer que le producía, porque entrañaba juego y riesgo, dos cosas que le agradaban mucho.

Uno de sus rivales políticos, Cneo Papirio Carbón decía que en él dormitaban un zorro y un león, y que el zorro era con mucho más peligroso que el león. Conocía perfectamente a los hombres y los medios para explotar sus fuerzas y debilidades, cosa que hacía con la frialdad y el lúcido cálculo de un Maquiavelo madrugador.

La moralitas clásica parece insistir en el hecho de que fue el poder supremo el que tornó a un hombre divertido, benigno y compasivo en un déspota insolente, feroz e inhumano, pero el conjunto de su carrera, y en especial su voluntaria renuncia al poder no hacen más que añadir incógnitas sobre su persona, una de las más controvertidas del mundo clásico. Su figura es compleja, quizá como resultado de haber sido, por una parte, prototipo del noble romano, y, por otra, un hombre impregnado de una ideología helenística que se hizo dar oficialmente el nombre de Felix (elegido de la Fortuna) y se consideraba bajo la protección de Venus (Epafrodito).

De tal manera, poseído por ese sentimiento de predestinación, incluso en mitad de las adversidades más catastróficas, Sila se hallaba imbuido de una suprema confianza en sí mismo, una convicción total de que, fueran cuales fueren las circunstancias, la victoria sería suya.

Sila en familia

Poco se ha escrito sobre Sila y su familia, debido a la escasez de datos y la existencia de líneas de investigación más interesantes y prometedoras. En consecuencia, el relato de Plutarco -el más largo y detallado que ha llegado hasta nosotros- ha sido aceptado sin demasiada crítica. Salustio, por el contrario, apenas se refiere a los años juveniles de quien fue su particular bête noire; aún así, dibuja un interesante retrato del inexperto y nada joven quaestor durante la guerra de Yugurta. Algunas de sus peculiaridades difícilmente cuadran con la imagen que se deriva del retrato plutarqueo.

Según Plutarco, fue precisamente su inclinación por las gentes del vulgo la responsable de la promiscuidad sexual de Sila. Además de con su legítimas, Sila parece haber compartido lecho con personajes de mala fama como la cortesana Nicópolis o el actor Metrobio. Sin embargo, no deben achacarse a esta debilidad de caracter los repetidos ensayos nupciales, sino a que, como sucedía con otros contemporáneos de su condición social, Sila empleó el matrimonio como medio de fomentar las relaciones sociales y, consecuentemente, de avanzar en el cursus honorum. Desgraciadamente es tan poco lo conocido de sus consortes que es difícil hacerse una idea no sólo de su identidad, sino incluso de su número. Como podía esperarse, la fuente principal para esta cuestión es Plutarco, que informa que Sila contrajo matrimonio en tres (o dos) ocasiones antes del 89 y repitió otras dos veces entre esa fecha y la de su muerte.

Bibliografía

  • Apiano de Alejandría. Historia de las guerras civiles. Servicio de publicaciones de la Universidad de Valencia, Valencia, 1992. ISBN 84-370-1031-4
  • Asimov, Isaac. La república romana. Alianza, Madrid, 1981. ISBN 84-206-3534-0
  • Cabrero Piquero, Javier. Aportaciones a la figura de Lucio Cornelio Sila y su época. Cabrero Piquero, Madrid, 1992. ISBN 84-604-2179-1
  • Christ, Karl. Sila. Herder, Barcelona, 2006. ISBN 84-254-2415-1
  • Grimal, Pierre. El mundo mediterráneo en la edad antigua III. La formación del Imperio Romano. Siglo XXI, Madrid, 1990. ISBN 84-323-0168-X
  • Keaveney, Arthur. Sulla, the last republican. Londres & Nueva York, Taylor & Francis, 2005. ISBN 0415336619
  • Le Glay, Marcel. Grandeza y decadencia de la República Romana. Cátedra, Madrid, 2001. ISBN 84-376-1895-9
  • Montanelli, Indro. Historia de Roma. Nuevas ediciones de Bolsillo, Barcelona, 2001. ISBN 84-8450-595-2
  • Plutarco de Queronea. Vidas paralelas. Alba, Alcobendas, 1997. ISBN 84-89715-45-9
  • Roldán Hervás, José Manuel. Historia de Roma I: la República Romana. Cátedra, Madrid, 1987. ISBN 84-376-0307-2
  • Salustio Crispo, Cayo. La Guerra de Yugurta. Gredos, Madrid, 1971. ISBN 84-249-3420-2
  • La crisis de la República : de los Gracos a Sila. Liceus, Servicios de Gestión y Comunicación, S.L. ISBN 84-96359-29-8

Enlaces externos

Referencias y notas

  1. Lucius Cornelius Lucius Filius Publius Nepos Sulla Felix, "Lucio Cornelio Sulla el Afortunado, hijo de Lucio, nieto de Publio" según el sistema de filiación (praenomen, nomen y patronimicus) de la nomenclatura romana. El nombre Sila se debe presumiblemente a una corrupción de la antigua escritura SVILLA, que pudo derivar en ambos nombres. También se escribe a veces como Sylla debido a la traducción de la letra griega upsilon como y.
  2. Plutarco, Vida de Sila, I
  3. Plutarco, Vida de Sila, X
  4. Salustio, Bellum Iugurthinum, XCV
  5. Apiano, Mitrídates, LIV
  6. Plutarco, Vida de Sila, VI
  7. Plutarco, Vida de Sila, XIV
  8. Plutarco, Vida de Sila, XLVI
  9. Salustio, Bellum Iugurthinum, CVI
  10. Plutarco, Vida de Sila, XXXVII

Consulados y dictadura

Precedido por:
Cneo Pompeyo Estrabón y Lucio Porcio Catón
Cónsul de la República Romana junto con Quinto Pompeyo Rufo
88 adC
Sucedido por:
Lucio Cornelio Cinna y Cneo Octavio
Precedido por:
Cneo Cornelio Dolabella y Marco Tulio Decula
Cónsul de la República Romana junto con Quinto Cecilio Metelo Pío
80 adC
Sucedido por:
Apio Claudio Pulquerio y Publio Servilio Vatia
Anterior dictador:
Publio Sulpicio Galba Máximo (203 adC)
Dictador de la República Romana
81 adC - 79 adC
Siguiente dictador:
Julio César (46 adC - 44 adC)